La implosión del submarino Titán tiene, con perdón, mar de fondo. Nos retrata, de nuevo, como especie y dice mucho sobre las relaciones internacionales y la política interna, incluso, de España. Que el Titanic se cobre vidas 111 años después, nos lleva, hasta las elecciones del 23J para las que quedan exactamente un mes. Grabamos este episodio el 23 de junio.
Hablemos antes de los movimientos políticos en torno al submarino Titán. ¿Habéis visto cómo funciona la apisonadora diplomática de Francia y el Reino Unido? ¿Habéis visto cómo le han puesto las pilas a los guardacostas de EEUU y Canadá? ¿Os acordáis del pesquero Villa de Pitanxo? Naufragó en el Atlántico Norte, cerca de Terranova, y arrastró hasta su pecio la vida de 24 tripulantes.
¿Os acordáis de cómo Canadá arrastró los pies para movilizar sus buques “porque había mal mar”? La mala mar también sacudía a los otros pesqueros que sí acudieron al rescate. ¿Cuál fue el papel de la diplomacia española entonces?
Esta semana el presidente del Gobierno fue de tele en tele haciéndose perdonar. Le han preguntado hasta si usa slips o boxers. El Gran Wyoming se interesó. A lo que Sánchez contesto “ni una cosa ni la otra”. Hubiera estado bien que Carlos Alsina, después del “¿y usted por qué nos miente?”, deslizara un “presidente, ¿qué había, además de selfies, en el móvil que le espió Marruecos? ¿Por qué cambió la posición española sobre el Sahara en una noche?
La política exterior es un reflejo de la política interior. Y si internamente eres débil o voluble, poco caso te harán fuera. ¿Por qué iba Canadá a esforzarse por marineros españoles? Sánchez, ha tenido una semana plácida. Si la tesis es que las elecciones generales las ganará quién cometa menos errores, el candidato a la reelección va por el buen camino. Más que por méritos, por deméritos del Partido Popular. Los de Feijóo culminan una semana para repensar con una chorrada de anuncio, cuyo decorado simula una playa en el centro de Madrid hecha de papel-cartón. ¿De verdad?
Si el PP insiste en anular sus opciones, el electorado acabará virando del “que te vote Chapote”, al “que te vote Chanquete”.