¡Qué poco hemos aprendido en los últimos 20 años!

Imaginemos: dentro de 10 o 15 años, Miguel Blesa (quien fuera todopoderoso hombre de Caja Madrid) se presenta a la presidencia del Gobierno, o a máximo representante de la Comunidad de Madrid; José María Loza, que dirigió Caixa Catalunya en los tiempos más oscuros de la entidad, pontifica en un programa de la televisión catalana sobre el sistema financiero de la nueva Catalunya independiente; Arcadi Calzada, quien mandaba en la Caixa de Girona con trapacerías que los tribunales archivaron, es candidato de algún partido a la presidencia de la Generalitat.

No, no estamos en el día de los santos inocentes. Es sólo política o economía ficción. Hace 20 años sí que estábamos en el día de los inocentes cuando desde primera hora de la mañana los rumores eran intensos sobre el futuro de Banesto. A los periodistas de Barcelona nos llegaban intensos rumores sobre una inminente intervención. Dudábamos por la fecha y también por que casi nadie tenía en el país la sospecha clara de que aquel banco que presidía un agasajado y considerado Mario Conde pudiera ser una amenaza para el sistema financiero español.

Fue el 28 de diciembre de 1993, recién salidos de las Olimpiadas de Barcelona y del año de la Expo. Se estrenaba el AVE de Madrid a Sevilla y la crisis económica (nada que ver con la actual) estaba enraizada en nuestras vidas. Sería por juventud o por bisoñez, pero cuando Alfredo Pérez Rubalcaba, entonces ministro de Presidencia del gobierno de Felipe González, dijo que el banco acababa de ser intervenido y su consejo de administración destituido se desplomaron muchas de nuestras convicciones. Decía que lo hacía por salvaguardar a los depositantes y, tanto Luis Ángel Rojo como Pedro Solbes, entonces gobernador del Banco de España y ministro de Economía, respectivamente, eran los artífices de la operación, cuyo objetivo final era garantizar la solvencia futura del sistema financiero.

 
Mario Conde destronó a los viejos banqueros, los de privilegio, manguito, Opus y oficio

Conde despachaba con el Rey, era temido por los socialistas, fue investido doctor honoris causa por las universidades, se escribían páginas y páginas de sus proezas financieras, su capacidad para obnubilar al personal era sobresaliente. Jugaba al límite con su grupo industrial y con arriesgadas operaciones insólitas en el mercado español que arrojaban, como no, suculentas comisiones. Aquel gallego abogado del Estado había saltado a la fama con la compra de Antibióticos junto a Juan Abelló. Destronó a los viejos banqueros, los de privilegio, manguito, Opus y oficio.

Por tanto, hoy, tantos años después, tiene interés invocar al banquero que pasó por la cárcel, ha pontificado desde las tertulias más rancias de la televisión y radio española y ha jugado, con enorme fracaso, a transitar por la política. Gracias a esa evocación nos damos cuenta de que la realidad tiene capacidad suficiente para superar cualquier ficción por orwelliana que parezca. El ejercicio de imaginación que les proponía en esta recta final de un convulso 2013, pese a que hoy nos parezca tan estrafalario como inaudito, no debería sonrojarnos. Como colectividad no hemos aprendido demasiado en todo este tiempo.