¡Qué pesados con la transición!
Escuchar algunas tertulias matutinas es un estimulante ideológico y profesional recomendable. Servidor ha tomado por norma sintonizar aquellas que se encuentran más distantes en lo ideológico e incluso en lo profesional. Es un ejercicio de pensamiento saludable. Corro el riesgo de perder el tiempo con las del corazón. De momento, he conseguido autocensurarme y limitarme a lo económico y lo político. He pecado, poco, con las deportivas, pero nada que una buena penitencia de largas jornadas laborales no pueda conjurar.
El concepto de moda en las radios matinales catalanas es el de la segunda transición, o transición nacional. De acuerdo con los tertulianos subvencionados es indiscutible que los libros de historia hablarán de la situación política catalana actual como el punto de inflexión hacia un nuevo estadio político, Ítaca. Se asientan en dos hechos: la manifestación del pasado 11 de septiembre y la declaración del Parlament de esta semana. Olvidan, cómo no, el resultado electoral de diciembre.
Construir una tesis política no es difícil. “Ni un partido”, me responderán ustedes. Pues, cierto, sobre todo si analizamos el escaso capital político de esas organizaciones en estos momentos.
La segunda transición política a la que me refería debería ser, se supone, continuidad de la anterior. De la primera que ha vivido la generación actual, porque transiciones, transformaciones y evoluciones políticas son procesos inherentes a la historia. Centrándonos en el ámbito español es innegable que tras el final de la dictadura franquista hubo algo más sustantivo que una simple mutación de régimen: también se recompusieron los modelos económicos imperantes (Pactos de la Moncloa e integración en la CE) y los vinculados al ejercicio político (Constitución de 1978, silenciamiento del ruido de sables y desarrollo del estado autonómico).
La diferencia entre la irrupción de la democracia y la declaración soberanista del Parlament radica en el capital político, humano y social que arrastran detrás. Que alguien asimile ambos procesos históricos es, cuando menos, pretencioso. Hoy no pasa nada que no se pueda arreglar con un buen pacto fiscal, con un pseudoconcierto y con algunas (y limitadas) concesiones identitarias. Y, si son pacientes, al tiempo.
Escuchar a algunos tertulianos cómo otorgan una trascendencia histórica a lo acontecido en la Cámara catalana, incluso con todo el interés que tiene y representa, suena desproporcionado. Insisto, no porque resulte insignificante, que no lo es, sino porque magnificarlo es tan estúpido intelectualmente como lo que hace el Ejecutivo de Mariano Rajoy al minimizarlo.
Eso sí, lo de segunda transición o transición nacional, lo de trascender en la historia, rememora otro dejà vu en Catalunya: se trata finalmente de ver el mundo, el microcosmos más próximo, a través del caleidoscopio simbológico de la Moreneta, el Barça y el pa amb tomàquet. Por más que se revista de modernidad a la que no se le incluye ni la tasa de paro, ni el nivel de endeudamiento ni, por supuesto, la ausencia de políticas industriales. Es aburrido recordarlo, pero en cualquier caso queda dicho.
TRATAMIENTO SEMANAL DE CHOQUE:
Supositorio matinal >> Felip Puig, el de la porra del Polònia y además conseller de Empresa i Ocupació, ha fichado a Ramon Bonastre como director general de Relaciones Laborales de la Generalitat. Bonastre es un político con larga experiencia. A finales de los 80 y principios de los 90 era secretario interventor del Ayuntamiento de Ascó (Tarragona). Allí, justamente en su tierra, fue condenado por la Audiencia Provincial, el 30 de abril 1991, por malversación de fondos públicos. En 1997, con el PP en el gobierno de Madrid y CiU como principal avalador, Bonastre fue indultado. Después siempre ha seguido la estela de Puig. Queda explicado y que cada quien extraiga su conclusión.
Supositorio nocturno >> Las tensiones entre Isidro Fainé y Artur Mas en lo político, la displicencia pública que ambos utilizan para referirse al otro, son más que una competición sobre quién es más influyente y decisivo en la Catalunya actual. Los lectores de Economía Digital decidieron que el líder de La Caixa fuera más reconocido que el President. En la práctica, Mas no acaba de llevar del todo bien ese papel de segundón y con aquellos a los que les habla de tú se sigue vanagloriando de que “a Fainé lo puse yo”. En un país en el que todo se sabe y en el que las paredes oyen, los amigos de Mas no se esconden para decir que tiene un ataque de cuernos de influencia con el presidente de La Caixa. Justo en un momento en el que ya no puede ni poner ni quitar rey.