¿Qué pasa en Alemania?: «La mierda echa humo»
Los alemanes. Un pueblo eficaz. Los coches alemanes: los mejores del mundo. ¿Los franceses? No se puede comparar. Un Renault –y son realmente buenos y con un buen diseño– está lejos de un Wolkswagen o de un BMW. Eso es lo que dicen los que entienden, ante la desesperación de los franceses, que han visto como en un decenio los alemanes les han superado en el mercado exterior.
Pero no todo es tan sencillo ni tan esplendoroso para los alemanes. El caso de Wolkswagen demuestra que pueden ser tan listos como cualquier ciudadano del sur de Europa, tan ‘pillín’ como un español o un italiano. Y lo que ha sucedido con sus motores diesel, que acababan emitiendo gases contaminantes hasta un 40% por encima de lo sucedido, enlaza con su transformación global en los últimos años.
Alemania ha sido el modelo de lo que se conoció como capialismo renano, basado en la producción industrial, en el ahorro y en la obsesión por generar un beneficio siempre acorde a la realidad, es decir, muy alejado del capitalismo anglosajón que no tiene ningún problema con la especulación y el dinero fácil.
Para los momentos complicados, los alemanes tienen una expresión: «Die Kacke ist am dampfen», que se podría traducir en castellano por algo así: la mierda echa humo. Viene a cuento ésto porque Alemania, como Cataluña –qué cosas– se caracteriza por su cultura escatológica.
Lo explicó con mucha gracia el escritor y ex bróker de Salomon Brothers, Michael Lewis, en su extraordinario libro Boomerang (Deusto, 2012). Lewis se refiere a los intentos de diferentes expertos por entender el comportamiento colectivo de los alemanes, y menciona la obra de un antropólogo norteamericano, Alan Dundes, quien trató de explicarlo a través del folklore alemán. En su libro Life is like a chicken coop ladder (La vida es como la escalera de un gallinero), Dundes destaca la reiteración en las historias alemanas de palabras relacionadas con la suciedad y la mierda. Los ejemplos son muy numerosos.
La cuestión, siguiendo a Dundes, es que a los alemanes les gusta relacionarse con esa suciedad, pero siempre que no se note demasiado. ¿Cómo lo concretamos?
Lewis recuerda que los grandes bancos alemanes fueron los más relacionados con la estafa de los títulos financieros que empaquetaba Wall Street. Desprendidos de ese capitalismo renano, contenido, las entidades financieras alemanas compraron hasta el último minuto –cuando los brókers norteamericanos ya no sabían a quién colocarle la basura– esos títulos que no valían nada.
Y se debe recordar que el Commerzbank compró en 2009 el Dresdner Bank, los dos cargados de activos tóxicos, una fusión que provocó, finalmente, el rescate por parte del Gobierno alemán.
Es decir, fueron los banqueros alemanes los que compraron enormes cantidades de bonos tóxicos hasta en el último rincón del mundo, para ofrecer crédito sin preguntar mucho a la periferia de Europa. Los ciudadanos alemanes, eso sí, no cayeron en eso, y siguieron apostando por el ahorro. Alemania se relaciona con la mierda, pero no se impregna, siguiendo las lecciones de Dundes. Limpio por fuera, sucio por dentro.
Lewis explica que cuando Goldman Sachs ayudó a John Paulson, el gestor de un fondo de alto riesgo en Nueva York, a diseñar un bono contra el que apostar –Paulson esperaba que fracasara– el comprador que había al otro lado era un banco alemán llamado IKB, con sede en Düsseldorf. Cuando se le preguntaba a los operadores de bonos respaldados por hipotecas subprime de Wall Street quién seguía comprando «esta mierda», te podían responder, como detalla Lewis en su libro: «Unos alemanes estúpidos de Düsseldorf».
Lo que ha ocurrido ahora, con el caso Wolkswagen, por tanto, puede ser una gran cura de humildad, para el país que, en teoría, fabrica los mejores coches del mundo y muchos otros productos.