Aunque las primarias constituyen un fenómeno político con muy poco pedigrí entre nosotros y carecemos, por tanto, de modelos y de experiencia que nos permitan comparar y ajustar un poco más el análisis, tengo la sensación de que los resultados que han arrojado los comicios en los que los militantes y simpatizantes del PSC en la ciudad de Barcelona han votado a su candidato a alcalde muestran claramente el delicado estado de salud en que se encuentra el partido que formalmente continúa liderando el que fuera presidente de la Generalitat, José Montilla.
El PSC parece hoy un partido gobernado por la desidia y la ausencia de autoestima, más preocupado por cómo sobrevivir a la travesía del desierto que se avecina que por dar una respuesta a una sociedad en la que sigue siendo la segunda formación política de referencia, en la que aún gobierna una buena parte de los principales ayuntamientos del país, la Diputación de Barcelona, etcétera. Un partido, en suma, desnortado.
Las primarias de Barcelona parecían ya en su forzada convocatoria un claro botón de muestra de lo anterior. El resultado que han arrojado las urnas lo ha confirmado: de los 12.042 militantes y simpatizantes registrado llamados a elegir entre Jordi Hereu y Montserrat Tura, apenas han votado… el 34%. De los aproximadamente 3.400 militantes, ¡militantes!, que tenían el derecho y la responsabilidad de tomar una decisión trascendental para luchar por mantener el poder en la ciudad de Barcelona, y quién sabe si en la potente Diputación barcelonesa, sólo se han tomado la molestia de hacerlo 2.169, el 63,3% de los convocados. De los 8.650 simpatizantes, han participado 2.045, el 23,6%. La abstención entre los propios militantes ha sido del 36,7%; entre los simpatizantes, superior al 75%. Si en una elección clave para su propia supervivencia como partido de gobierno se abstienen, cómo van a ser capaces de movilizar a su propio electorado.
Y si los datos son concluyentes, un análisis más cualitativo de la campaña que culminó este sábado por la noche con la proclamación de Hereu como candidato de nuevo a la alcaldía de Barcelona en las elecciones municipales que deben celebrarse en mayo, no empuja a mucho más optimismo entre las filas socialistas.
Con el futuro de la importantísima alcaldía de Barcelona en juego, una vez perdida la Generalitat, la dirección del PSC ha estado ausente, como si esta guerra no fuera la suya, como si el resultado que se derivara de la campaña no tuviera nada que ver con el partido, como si fuera una disputa ajena en una casa de la vecindad. No querían a Hereu, ni la Tura era su candidata. ¿Qué tenía en la cabeza la dirección del PSC para Barcelona entonces? ¿Mascarell? Hundidos en la impotencia, sin capacidad ya de liderar el proceso electoral que se avecina, con la mente tal vez focalizada en exclusiva en el congreso extraordinario que debe renovar la cúpula socialista un mes después de las municipales, el PSC se deshace, se aleja de sus bases y se muestra incapaz de organizar a sus propios militantes ni cuando se dirime la candidatura a la alcaldía de Barcelona, más en peligro que nunca.
Así, cada decisión que se toma desde la calle Nicaragua parece ser más equivocada que la anterior y ya todos temen lo peor sobre las condiciones en que el PSC puede llegar a ese congreso. Es difícil aventurar qué puede alterar este rumbo. Los principales dirigentes socialistas están más preocupados en resituarse a sí mismos, en forjar las alianzas internas que les permitan jugar un papel en la batalla precongresual, que en seguir ofreciendo respuestas a los ciudadanos que les siguen. ¿Qué papel jugarán los alcaldes, cuál los capitanes, y los catalanistas, los nacionalistas, los del Baix Llobregat, los que van por libre como la Tura…? Interesante, sin duda, pero como no obtengan un buen resultado en las municipales que se avecinan muchos de esos debates habrán sido no solo estériles sino muy dañinos.