¿Qué le pasa a la banca española con el talento y la edad?
Ninguno de los tres mandamases ejecutivos de la gran banca española supera los 55 años. Ha sido algo súbito, inesperado en la mayoría de los casos, y sorprendente. Tanto es así, que merece un cierto análisis.
El primero en abrir fuego fue La Caixa. Isidro Fainé, su presidente, llevó el año pasado al consejo de administración la destitución de Juan María Nin como vicepresidente y consejero delegado. Las razones en este caso no fueron de edad, pero lo cierto es que su sustituto, Gonzalo Górtazar, un directivo de 50 años, ha ocupado la cúpula ejecutiva del gigante bancario con sede en Barcelona.
Luego se produjo el fallecimiento de Emilio Botín, la sustitución por su hija Ana Botín y, apenas unas semanas más tarde, el cambio de número dos (o número uno ejecutivo, según como se mire): José Antonio Álvarez, con 54 años, sustituía como consejero delegado a Javier Marín.
El tercero ha sido más reciente. Francisco González, el banquero gallego que preside BBVA, se descolgó este lunes con la destitución de Ángel Cano por Carlos Torres Vila, de 51 primaveras.
¿Es un tema de talento o de edad? La edad de González y Fainé superará casi en dos décadas a sus nuevos ejecutivos. Diríase que ser talentoso presidente de una corporación y cumplir años no son cuestiones incompatibles. La edad y la orientación digital del negocio sí que parecen, en cambio, que no se compadecen bien.
Al menos, si se tienen en consideración algunos cambios que practican las compañías con esa coartada como elemento justificativo de modificaciones en los órganos de gestión que más parecen obedecer a lealtades, vanidades y otras milongas (incluso servilismos) que a la razón de fondo que se esgrime.
Que cada quien puede organizar sus empresas como más le convenga es obvio. Si no lo hacen bien ya se encargarán los accionistas de recordárselo. El presidente y primer accionista de Desigual, una empresa barcelonesa con proyección mundial, acaba de cargarse al primer ejecutivo y no ha tenido el mínimo interés en lanzar argumentaciones digitales. No se entendía con su número dos y ha prescindido de sus servicios. No es una empresa cotizada y las servidumbres, por tanto, son menos.
El único reproche a estos talentosos septuagenarios que fichan modernos cincuentones para llevar sus business es que sigan utilizando referencias a lo digital, como si eso no fuera más una actitud personal que un conocimiento adquirido.