¿Qué le falta a Pedro Sánchez para imaginarle ganador?
¿Qué le falta a Pedro Sánchez para imaginarle ganador?
Sin duda los militantes que mejor manejan las redes son los de Podemos. Militantes, jóvenes y dedicados. Se nota en Twitter. La menor crítica a Pablo Iglesias motiva un aluvión de descalificaciones a quien la profiere. El PP tiene mucho dinero puesto en la red, pero carece de apariencia de espontaneidad. También le ocurre al PSOE. Suele utilizar mensajes en cascada que llevan el marchamo de fábrica del partido. Claro que hay trucos, pero hay que aprender a usarlos.
Estoy pensando en el debate del pasado lunes y en las conclusiones que sacaron los medios a través de encuestan no científicas en Internet. Salió peor parado Pedro Sánchez, mientras que el líder de Podemos –que sabe manejar muy bien el escenario– fue declarado como ganador absoluto. Lo sentenciaron sus incondicionales.
He repasado el video del debate y me reafirmo. No ganó nadie, no perdió nadie y no se aclaró gran cosa. Seguimos en unas elecciones muy abiertas en las que cualquiera de los cuatro primeros partidos podría acabar como vencedor.
Pedro Sánchez, solvente, correcto, fluido, tiene un marchamo de perdedor que no se corresponderá probablemente con el resultado. Tiene una planta espléndida, tiene argumentos muy bien construidos y los expone con soltura. Y, sin embargo, no enamora.
He dicho bien al hablar de amor. La política, como casi todos los aspectos de la vida, está basada fundamentalmente en el cariño y en la confianza. Hay que generar emociones; no basta con tener razón. Luego hay muchos otros factores, pero si no se pasa el filtro del crédito y del amor, las posibilidades se reducen.
Pedro Sánchez no enamoró en el debate del lunes. Y para convencer hay que seducir. Me extenderé un poco en los otros candidatos.
Albert Rivera puede llegar agotado al 20D. Sus discursos ya no promueven sorpresa. Suenan repetidos, como un eco de un chico muy simpático que además parece honesto. No se si es suficiente para meter la papeleta de un partido que no tiene recuerdo de votos anteriores. Está perdiendo la frescura inherente a la novedad. Podemos empezar a pensar que siempre ha estado ahí, diciendo las mismas cosas, aunque en realidad acabe de llegar.
A Pablo Iglesias se le perdonan muchas cosas. Sus meteduras antológicas de pata. Que parezca que casi siempre habla de oídas. Estoy convencido de que aprende casi todo escuchando. Es rápido, tiene desparpajo o descaro. Y un dominio sorprendente de la escena. Creo que es una persona a la que se le quiere con todos los defectos o , al contrario, llega a hartar. A producir rechazo casi visceral. Su mayor inconveniente es que su imagen acuñada puede ser contradictoria con la de quien va a ocupar poder de gobierno. No es lo mismo ser hábil denunciando que ser suficientemente sólido como para generar confianza de gobierno.
Pero volvamos entonces a Pedro Sánchez. Hay un consenso casi universal de que no ha conseguido entrar en la campaña hasta el punto de poder considérale ganador. Tiene algunos inconvenientes graves.
El primero una imagen de marca que no está en su mejor momento. El PSOE de Zapatero sigue siendo un lastre. Ha cuajado en parte la «herencia recibida». Y no ha conseguido convencer a la sociedad de que la renovación que ha promovido en su partido ha sido profunda. ¿El lavado de caras ha sido también una renovación real de un proyecto?
Su segundo inconveniente es la convicción de que no tiene control del partido. De que no tiene el timón controlado porque le faltan esos apoyos incondicionales internos inherentes a la condición de líder ganador. Por ahí le apretaba un condescendiente Pablo Iglesias. «Pedro, tu problema es que no mandas mucho». Es decir, no eres mal tipo, pero no tienes la maquinaria para ganar. El que va último en las encuestas se ha dado el lujo de decir sin parpadear que «Pedro Sánchez se ha quedado fuera de la carrera electoral».
Si me dedicara a la consultoría electoral –y tengo que confesar que la parte de mi alma que pertenece a un animal político estaría encantada– le daría algunos consejos.
El primero, que se olvide de todo lo que ha aprendido en el prontuario que le prepara su equipo asesor. Relax, mucho relax. Pedro Sánchez tiene que desprenderse del síndrome del examinado. No tiene que demostrar que es el primero de la clase. Tiene que enamorar. Y para eso hace falta cercanía, espontaneidad y relato personal. Quizá debiera estudiar la tecnología mediática de Pablo Iglesias como hacen los jugadores de fútbol con quienes consideran referencia.
Volviendo al debate de J. F. Kennedy con Richard Nixon, hay quien considera que al candidato republicano le perjudicó mucho que sudaba copiosamente frente a la cámara, lo que daba imagen de inseguridad. Iglesias tenía empapadas las axilas y sin embargo dicen que ganó.
Es cierto que las cámaras tienen sentimientos. Que te quiera la cámara es condición de éxito. Explicar este concepto es muy sencillo. La impostura se paga. Ser uno mismo, es la principal clave para lograr el amor de quien te observa. Gustarse a sí mismo. Eso se nota. Es una mezcla de seguridad, espontaneidad y conformidad con la imagen que se proyecta.
Desde mi modesta experiencia en televisión, lo más complicado es mirar a cámara y que parezca que a quien miras es al espectador. Conseguir que los ojos destellen signos de verdad. Hacer pausas y manejar los silencios para que parezca que están elaborando e improvisando cada uno de los mensajes.
Felipe González consiguió, en sus mejores tiempos, el amor incondicional de la cámara. Quizá es el único líder español que tenía esa cualidad extraordinariamente desarrollada.
Cuando hablaba Felipe en el parlamento o en un mitin conseguía dos cosas esenciales. Que quienes le oían pensaran que les estaba hablando a ellos y solo a ellos. Y que el surtidor de palabras no habían sido dichas nunca y nunca jamás se volverían a decir.
Pedro Sánchez tiene una oportunidad de oro en el debate mano a mano del próximo lunes con Mariano Rajoy. Estoy convencido de que si Pedro Sánchez pudiera aplicar esta medicina al discurso antiguo, cadencioso, soñoliento de «España va bien», de la seriedad que necesita España, le ganaría por la mano.
Es su oportunidad de demostrar que se quiere comer la tostada y tiene cualidades para ello. Rajoy es esencialmente distante. Y cuando quiere aproximarse inevitablemente parece impostado. En estas elecciones, un debate mano a mano entre el presidente de Gobierno y el líder de la oposición puede dar la victoria a quien genere la sensación de que está hablando directamente a los electores y ha apostado su alma en ello.
Los mítines son solo para los incondicionales y las redes sociales para quienes puedan conquistarlas. Ya no da tiempo para eso.
Si Pedro Sánchez quiere ganar estas elecciones tiene que enamorar a la cámara y a los expectores. Porque es sabido que cuando uno se enamora de verdad se entrega al ser amado hasta el límite de dejar de ser uno mismo.