¿Qué hay de cierto en el ideario independentista?  

Es curioso. Uno circula en contra dirección, ¿o lo hace el resto de conductores? El proceso soberanista ha provocado esa reflexión en más de un ciudadano catalán en los últimos tres años, desde la Diada de 2012. En esos momentos, muchos catalanes que no quisieron participar de esas movilizaciones sintieron un pinchazo en el estómago, porque, ¿cómo era posible que estuvieran en contra de una especie de fiesta?

Pero, con el tiempo, esa sensación se ha ido transformando en seguridad, en temple, en valores sólidos, en la defensa de una sociedad moderna que desea fiscalizar todo lo que se le presente.

Porque lo que se está demostrando es que el discurso independentista presenta grandes debilidades, carencias que se han proyectado en esta campaña electoral.

Una de ellas es la que hace referencia al pago de las pensiones en un futuro estado catalán. Claro que todo se podría solucionar si hay un acuerdo, pero no parece el caso.

Artur Mas ha afirmado que daría igual el estado que pagara las pensiones de los pensionistas catalanes, el español o el catalán, porque todos han contribuido y ese dinero les pertenece. Pero el sistema español es de reparto, no de capitalización. Existe un fondo común con el que se financian las prestaciones. Sin acuerdo con España, ¿por qué el Estado español debería pagar a los pensionistas de otro estado? Mas, en cambio, ha sostenido que las pensiones en un estado catalán, incluso, serían más altas

El otro gran defecto del discurso independentista es que Cataluña no tendría problemas en seguir en la Unión Europea. Y eso, sin caer en el tremendismo, no está, en el mejor de los casos, nada claro. Es una incertidumbre que muchos catalanes no desean pagar.

Sí existe, sin embargo, un argumento importante, aunque no debería llevar de forma forzosa a la apuesta por la independencia. Algunos economistas, como Jordi Angusto, que conocen bien cómo se manejan los países en los vericuetos de la Unión Europea, sostienen que España hace años que no está a la altura.

Y que no sabe impulsar ni defender una estructura productiva que cambia constantemente. Es decir, las empresas catalanas, las que desean adaptarse y luchar en un contexto global, necesitan el apoyo de un estado que sepa defenderlas en Europa, que apueste por la innovación, que tenga claro el reto de la globalización. Según Angusto, pequeños países como Dinamarca saben moverse mejor en esas estructuras europeas que países como España o Francia. Tienen funcionarios y técnicos muy formados,  que aprovechan todos los programas que Europa ha puesto en marcha. Y cree que Cataluña, en solitario, se adaptaria mejor a esas exigencias.

La idea, por tanto, es que el Estado español no sirve a los intereses de las empresas que pretenden ser globales. Es un debate interesante, y necesario. ¿Pero por qué no influir al máximo en ese estado para tomar las riendas y llevarlo al terreno danés, por ejemplo, si tantas deficiencias se considera que tiene?

En el pasado más reciente Cataluña lo ha logrado. De hecho, España es una historia de éxito en gran parte gracias a Cataluña.