¡Qué días!
También hace 50 años de la puesta en marcha de la región autónoma de las provincias africanas de España (Guinea y Fernando Poo). Nos lo recordó un espléndido reportaje de TV3 del pasado domingo.
Salvador López de la Torre, desde el ABC del 17 de diciembre de 1963 afirmaba que «el referéndum de Guinea Ecuatorial ha sido un verdadero ejemplo para todos los pueblos de África (•••) la jornada electoral (•••) podría considerarse como un extraordinario ejemplo de leal aplicación de los principios que encabezan la carta de Addis Abeba: los pueblos tienen el derecho inalienable de determinar su propio destino».
Es decir, hace medio siglo dos provincias de la indivisible nación española hacían un referéndum de autogobierno, que preludiaba al cabo de cuatro años la independencia. Con una conferencia Constitucional presidida por Fernando María Castiella, ministro de Asuntos Exteriores y ante la delegación guineana de Federico Ngomo.
Otro aniversario. Se cumplen, igualmente, 50 años de la epidemia de poliomielitis que se cebó con miles de ciudadanos españoles por una pura negligencia del régimen franquista y que ahora mismo está afectando con el síndrome postpolio los miles que pudieron sobrevivir. El reportaje, también de TV3, fue dramático.
La semana nos ha deparado el numerito de la rampa. La Monarquía, que juró los principios del Movimiento un año después de la independencia de Guinea, está pasando horas bajas. Sólo una importante trama judicial al servicio de la casta permitirá salvar a la Infanta y cargar el mochuelo al marido. Pase lo que pase, la monarquía restaurada por Franco está tocada.
En el Congreso de los Diputados, la mayoría arrolladora del PP elimina la justicia universal. Algunos ingenuos creen que es para ahorrarse conflictos diplomáticos con potencias emergentes. No. Es para evitar que otros tribunales de justicia extranjeros, aplicando la reciprocidad, juzguen los crímenes contra la humanidad de los jerarcas del franquismo aún vivos.
La ley del aborto ha situado a España en la cola de los derechos de las mujeres europeas. Varias manifestaciones feministas en Europa han protestado contra esta involución que nos devuelve al nacional-catalolicismo de la época de la Cruzada. El mismo Congreso de los Diputados ha bloqueado la propuesta del Parlament para la dación en pago, mostrando una vez más la connivencia del PP con los sectores económicos más retrógrados.
Otro tema actual. Catalunya se ha retirado (la han retirado) del debate sobre déficit fiscal y ya está en otra órbita, la del soberanismo. Han quedado con el culo al aire las élites de la España perjudicada por el sistema de colonialismo fiscal gestionado desde Madrid a favor propio y de las comunidades subsidiadas. Tres furibundos españolistas: Bauzá, Fabra y Valcárcel, en su encuentro reivindicativo de un modelo de financiación justo, utilizaban una artillería verbal que en boca de un político no españolista sería tratada de insurreccional.
Tanto, que el inefable Monago se permitía resumir en una frase la esencia de la ideología españolista. Cuando acusaba a los que protestaban del déficit fiscal de «mercado judío», pensando en Catalunya, estaba insultando racialmente a la vez a judíos y a catalanes.
En Catalunya, podremos tener muchos defectos, e incluso nuestra propia oligarquía. Pero nunca habrá mayorías políticas de filiación franquista que permitan continuar con la amnesia sobre la represión, o con episodios como los de la polio, que niegue el derecho democrático a decidir, que elimine la justicia internacional, que impida a las mujeres decidir, o que sea insensible a los casos de extorsión como los de los desahucios.
Viendo todo esto y que cuando Catalunya reclama justicia fiscal es insultada, pero no cuando lo hacen los del PP, francamente, no sé si irritarme, o simplemente considerar patéticos los dos pronunciamientos amenazantes sobre el derecho a votar de los catalanes por parte de minorías empresariales vinculadas al PP, como las de Rosell y los autodenominados dirigentes de empresas alemanas en Catalunya (por cierto, sistemáticamente opuestos al catalán considerándolo un factor de baja productividad).
¡Qué días!