Qué desastre Mas, porque, ¿de qué va el nuevo PDC?

La familia convergente ya no sabía lo que era debatir en una asamblea. No tenía recuerdo, y ha sido positivo –podía haber sido una buena manera de provocar, si no fuera porque en realidad fue una enorme torpeza—que se generara una bronca sobre el nombre para demostrar que en la antigua Convergència hay gente muy válida, sana y con ganas de seguir adelante.

Porque ese ha sido un enorme defecto de Convergència. En la mayoría de reuniones de la dirección ejecutiva del partido, en los últimos años, no ha pasado nada. Nadie alzaba la mano para discrepar, para decirle a Artur Mas que se estaba equivocando, para reprocharle a Francesc Homs que llevaba el partido a la deriva, para decirle a Lluís Corominas, a Jordi Cuminal, a Jordi Turull o a Josep Rull que estaban pendientes únicamente de Esquerra Republicana, y de que se estaba difuminando el proyecto ideológico del partido.

Pero esos reproches, ahora, ya no sirven de nada. Convergència sigue existiendo, jurídicamente, –para no perder ningún derecho, y para hacer frente a las cuestiones legales, y a los procesos judiciales—pero ya es historia. Lo nuevo se llama, tras muchas votaciones, Partit Democràta de Catalunya. Y sería un buen comienzo, que no hace otra cosa –qué gran paradoja—que dar la razón, después de denostarlo durante tantos años, a Pasqual Maragall.

El ex presidente de la Generalitat y ex alcalde de Barcelona tenía la idea de que en Catalunya se pudieran organizar dos grandes partidos, como en Estados Unidos. El Democràta, pensado, curiosamente, para el PSC y los partidos a su izquierda, y el Republicano, para Convergència.

Sin embargo, la militancia y los dirigentes convergentes creen que será el centro-izquierda el que sea hegemónico en Catalunya en los próximos años, y han preferido adoptar ese nombre, el PDC, con la idea, también, de ofrecer una pátina liberal para diferenciarse de ERC y defender posiciones en el terreno económico más acorde con lo que siempre han defendido.

Pero ese es, precisamente, el gran problema. El nombre, a pesar de todo, puede ser un aliciente y un buen comienzo. Pero, ¿para defender qué exactamente? ¿De qué va el nuevo partido de los ex convergentes?

Todo se sigue centrando en el terreno nacional. Que si la apuesta por la república y la independencia, que si un futuro como país que dejará en ridículo al resto de países europeos, por la calidad de los servicios públicos que se ofrecerá.

Los convergentes siguen viviendo de la ficción de los últimos años. Aunque se señala que se ha trabajado, que las ponencias ideológicas son serias, y que todos los sectores han encontrado su acomodo, eso es precisamente un problema gordo.

Los partidos deben defender un modelo de sociedad, deben ofrecer a la sociedad, en el terreno socio-económico, una guía, unos postulados para saber a qué atenerse. Artur Mas se vuelve a equivocar, como lo lleva haciendo, por lo menos desde las elecciones de 2012, al pretender que el PDC puede ser un partido central para todos los catalanes.

Es cierto que las cosas no son inmutables, que los partidos deben cambiar, como lo hace la sociedad. Que hay empresas centenarias que un día acaban cerrando, que hay nuevas empresas que se hacen con el mercado en pocos años. Pero lo que intenta Convergència se asemeja mucho a un lavado de cara, sin ofrecer nada nuevo. No se trata de cambiar caras, o nombres, sino de construir proyectos claros y, por favor, que sean realistas.

Y una de esas consideraciones realistas sería la política de alianzas respecto al gobierno español. Sería la implicación con España, para gobernar España, para buscar complicidades con el resto de fuerzas políticas de ámbito español. Porque eso sería ser realista.

Ahora, con ocho diputados en el Congreso, pensar con horizontes más amplios, le vendría de perlas al nuevo PDC. Están a tiempo de pensarlo. También Carles Puigdemont, que ha ‘pasado’ del partido para tener más tiempo para caminar hacia la independencia.