¿Qué comienza en los Pirineos?

Muchos de ustedes tal vez ya están de vacaciones o a punto de iniciarlas. Por desgracia, una tercera parte del país, como mínimo, vive en su familia situaciones de vacaciones forzadas, de paro. En estas fechas, a los que tenemos una columna de opinión nos surgen las dudas de si continuar con el comentario de la efervescente actualidad o encauzar temáticas más relajadas. Será una temporada en que no habrá la típica serpiente de verano, sino un reptilarium entero para mantener a los medios entretenidos. Esta semana mismo hemos visto el triste fin de las burbujas industriales mantenidas o protegidas por el BOE. Y que territorialmente afectan allí donde el modelo Madrid KM0 ya hace años que dejó un desierto de actividad de libre mercado. La decisión de la UE de hacer retornar las ayudas al sector naval, ahogará definitivamente un sector protegido. Así como el cambio de normativa eléctrica, que pone fin al pelotazo de las renovables, y donde pagarán justos por pecadores. Si añadimos la agonía de Pescanova, nos quedará por debajo de los Pirineos una sensación de desierto africano, especialmente en los territorios provincianizados, centrifugados por el centralismo de Madrid y mantenidos por amplios subsidios públicos y la protección a sectores industriales insostenibles de mercado cautivo.

Una vez vertida la dosis de actualidad de la semana, me permitirán adentrarme en una temática más propia de la temporada: la actividad turística. Y por eso me gustaría hacer hoy y en las próximas semanas un repaso al estado de los principales destinos turísticos catalanes.

Y ya que hablamos de Pirineos, empezamos por ahí. Bajo la marca Pirineos agrupan las comarcas de montaña de Catalunya y al mismo tiempo participan Andorra, Aragón, Navarra, Languedoc, Midi-Pirene y Aquitania. Visto en perspectiva, lo primero que se ve es la distancia que separa el destino Pirineos de la de los Alpes.

Hay mucho por aprender de ese territorio compartido por cinco Estados y más naciones. Hay mucho que hacer en la articulación y diversificación del conjunto del destino. El localismo de las instituciones regionales (dentro mismo de Catalunya, tres diputaciones) y la lejanía de los poderes francés y español explicarían este primer problema.

Centrándonos en Catalunya, en la década pasada se comenzó la reorientación de los destinos de nieve hacia destinos de montaña. Pero queda camino por hacer. El riesgo del cambio climático, la creciente competencia de otros destinos de nieve y la excesiva exposición a la estacionalidad recomiendan subrayar otros recursos que puedan servir para singularizar y desestacionalizar los destinos pirenaicos.

Esto ya está inventado en la parte norte de los Pirineos. La cultura, el patrimonio material e inmaterial son los elementos diferenciadores. La oferta de actividades de ocio activo a lo largo del año es la otra necesidad.

La última década ha servido para el Pirineo catalán se haya empezado a caminar hacia esa dirección. Pero falta más. De la misma manera que los restos medievales en el norte de los Pirineos orientales han cubierto bajo el paraguas de la ruta de los Cátaros, en Catalunya se diseñó la Ruta de los Pirineos Condales que permitía un circuito para todos los condados originarios de la Catalunya vieja; y unía buena parte de la oferta patrimonial de la zona e incentivaba a ofrecer nuevos espacios basados en el patrimonio inmaterial. Actuaciones en este sentido, muy importantes, se desarrollaron en la comarca de Ripollès (Girona) en torno a la figura de Guifré el Pilós, Abad Oliba, conde Arnau y el señor de Mataplana, con la creación de sendos centros de interpretación que dan una coherencia y unidad al conjunto difícil de encontrar.

En esta dirección iban las sucesivas mejoras hechas en Besalú (Girona), la apuesta por la Torre presó de Castelló d’Empúries (Girona), que ahora parece que se quiere abandonar para priorizar el turismo industrial (la Farinera) siempre de mucha menos capacidad de relato que el histórico. También se intervino La Seu d’Urgell (Lleida) habilitando una oficina de información turística que acogió una exposición sobre el Obispo Ermengol. Y en este paquete se pueden considerar la ruta Arnau Mir de Tost del Pallars (Lleida) con el Castillo de Mur como estrella, y el conjunto de las iglesias románicas de Boí.

En los Pirineos hay otro gran filón que en el plan de recursos intangibles se calificó de Pirineo nostálgico y que incluiría toda la oferta de ecomuseos antropológicos que nos cuentan la vida cotidiana en los Pirineos hasta hace poco. La primera central eléctrica que llevó la luz en Barcelona, la de Cabdella, el museo de los Raiers de Pont de Claverol (Lleida), el molino de aceite de Pobla de Segur (Lleida), la Fonda de Senterada (Lleida), las tiendas de Salàs (Lleida), las Salinas de Gerri de la Sal (Lleida), el museo del pastor de Espot (Lleida), el aserradero de Àreu (Lleida), el ecomuseo de Esterri d’Àneu (Lleida), el museo de la lana y del acordeón en Arséguel (Lleida), etc. No olvidemos en este capítulo la importante actuación del Govern andorrano en la rehabilitación de masías como la de Sispony, Encamp o la Farga de la Massana.

Otro filón que se empezó a poner en marcha la década pasada es el de la memoria histórica más reciente. Con las piezas más importantes que son el Museo del exilio de la Jonquera (Girona) y el Centro de Los Bunkers de Martinet (Girona), se pueden encontrar otros pequeños puntos de información y señalización desde Portbou (Girona) hasta Isil (Lleida) que nos hablan del trauma del exilio, de la represión franquista, de la heroicidad de los pasadores, los maquis y todo conectado con el historia europea que compartimos con los turistas extranjeros que nos visitan.

La gastronomía de proximidad es la otra gran apuesta pirenaica. Muchos cocineros jóvenes se han enrolado en las filas del movimiento slow food y hacen revivir producciones vegetales o animales que estaban en vías de extinción. La cocina de la Xicoia, por ejemplo, reúne el Pallars Sobirà (Lleida) los cocineros que han rehabilitado entre otros este vegetal salvaje, la oveja Xisqueta, la girella, el comer animal vivo (fruto de las escuadría) o el estofado de burro. O bien la creciente plantación de viñedos en altitud que empiezan a dar productos de alta calidad como los que el enólogo Raúl Bobet, de formación orientalizante, ha extraído de la Finca del Castell d’Encús (Lleida), macerando la uva en tinas de piedra de los monjes medievales. O las queserías como la Tros de Sort o el Cadí, que están dando una variedad y calidad creciente de producto.

Es evidente que la naturaleza, la montaña, los lagos, los senderos son una de las principales bases para el turismo fuera del invierno. Pero se deben humanizar y dar relato al máximo de rutas.

El éxito de Carros de foc que recorre los albergues en el entorno del parque natural de Aigüestortes (Lleida), ha sido seguido por Cavalls de Vent. Faltan propuestas circulares entre el Canigó y Puigmal, o entre Andorra y el Pallars. Junto a esto, hace tiempo que proliferan pequeñas empresas de turismo activo (caballos, bicis, barranquismo, kayaks …) que creo que aún pueden diversificarse más. Y algunas estaciones de esquí aprovechan las instalaciones para ofrecer el verano actividades deportivas sin nieve. Por ejemplo, una cosa que siempre me llamaba la atención era como en los Alpes los teleféricos estaban activos en verano y en los Pirineos cerraban. Cuánta gente que no camina o no puede caminar agradece poder remontar a un pico para acceder a las vistas que si no, sólo tienen los montañistas.

La respuesta a la pregunta de ¿qué empieza en los Pirineos? Sería que, políticamente, a veces, parece que empieza África. En cambio, desde el punto de vista de turismo sostenible y cultural los Pirineos son una reserva europea aún por explotar, con sensatez e inteligencia.

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