Putin, la amenaza permanente

El paréntesis de libertad abierto en Rusia por Gorbachov en los 90 se ha cerrado de manera definitiva con la invasión de Ucrania

Rusia no quiere vecinos, quiere súbditos. Rusia nunca ha tenido ciudadanos, sólo súbditos. Peor aún, con el férreo avance de Putin hacia el endurecimiento de su dictadura, los súbditos, internos o externos, están llamados a convertirse en vasallos, al igual que con los zares dinásticos o los comunistas.

El paréntesis de libertad abierto por Gorbachov en los 90 se ha cerrado de manera definitiva con la invasión de Ucrania. Putin ha sobrepasado dos líneas rojas con una única decisión. Una, la del respeto a las normas más elementales de convivencia ente países. Y dos, la que separa el simulacro de democracia al puro descaro dictatorial.

Hasta el inicio de la invasión, Rusia era un país en buena parte occidentalizado, tanto por las aspiraciones mayoritarias de su población como por los modos de vida y consumo. Eso se acabó, y no es prudente propiciar que vuelva mientras Putin siga en el poder.

También se han arruinado, y por completo, sin vuelta atrás, las expectativas europeas y occidentales de convivencia y negociación con el dictador ruso. Putin es el agresor en una guerra que solamente se explica por sus desorbitadas ansias de poder. También es el sepulturero de lo que quedaba de libertad y pluralismo en su propio país.

Esta doble decisión puede acabar de dos maneras, no de tres como afirman algunos comentaristas. O con Putin en el Kremlin o con Rusia dando marcha atrás en la invasión y restaurando su democracia. Si Putin no es depuesto, Rusia seguirá siendo una amenaza para sus vecinos, también para los europeos, y al mismo tiempo una implacable dictadura.

Si sigue Putin al mando, eso habrá significado que se ha salido con la suya, aunque no afiance la ocupación y acabe llevándose a casa el pobrísimo aunque inaceptable botín del este y el sur de Ucrania. Eso es lo que aconsejan algunos personajes de gran renombre y experiencia. Sin ánimo de ofender y a riesgo de andar equivocado, yerran. Yerran por completo.

El presidente ruso, Vladimir Putin. EFE

La salida honorable o pista de aterrizaje pretende poner punto final al conflicto con las mínimas concesiones territoriales, o sea la partición del país invadido, la anexión de una parte de Ucrania y la conversión del resto en estado vasallo. Eso, lejos de refrenar o saciar a Putin, no hará más que alimentar su agresividad y afrontar nuevos retos expansivos. Putin es la amenaza permanente, y solamente dejará de ser una amenaza cuando pase de nuevo a la acción, por supuesto que bélica.

El doble paso de Putin es irreversible. No aflojará en su furia dictatorial en el interior ni en la campaña de intimidación basada en su determinación de ir hasta el final pasando de las palabras a las masacres. Lo demuestra enseñando sus cartas sin el disimulo y las medias palabras que usara antes de atravesar su Rubicón particular. Después de Ucrania, vendrá el turno de los países Bálticos e incluso la todavía más próspera y ejemplar Escandinavia.

Rusia tiene salida, pero no con Putin. Con Putin es una potencia media que aún se cree gigante pero tiene los pies de barro y además hundidos en el barro del país invadido con tanta destrucción como escaso éxito. Con Putin, el empobrecimiento de Rusia está tan asegurado como la represión de quienes se atrevan a protestar.

Si Putin no es depuesto, Rusia seguirá siendo una amenaza para sus vecinos, y al mismo tiempo una implacable dictadura

Rusia, con su PIB mediano, su atraso industrial y su dependencia de las exportaciones de hidrocarburos, minerales y cereales, no puede sostener este esfuerzo bélico. Y menos con las severas sanciones actuales o con las aún peores que todavía puede adoptar Occidente.

La pesadilla de una Rusia poderosa, imperial e intimidatoria no tiene base objetiva alguna. Rusia debe optar entre la occidentalización, que empieza por no ver en las ampliaciones de la OTAN un cerco sino una oportunidad para generar confianza, y la dependencia hacia China, cuyo PIB es unas quince veces superior.

O socio de Europa o satélite de China. Por mucho que destruya y bombardee, por muchos alardes que lance a los cuatro vientos, por mucho que recrudezca su ofensiva, Putin no conseguirá nada bueno para Rusia,

A lo sumo una prórroga para si mismo antes de que se haga evidente su fracaso histórico, lo que sería menos malo para él pero peor para el mundo, empezando por Rusia. El mundo debe librarse de Putin. Cuanto más tarde en hacerlo, cuantas más concesiones peor. Occidente no debe aflojar. En todo caso lo contrario. Si las medidas actuales no surgen el efecto de enseñar a Rusia que la era Putin se ha acabado. Habrá que tomar otras

Ahora ya sabemos tanto de la escasa operatividad de su ejército, lo cual le hace menos temible y más vulnerable en el exterior, como de la creciente pérdida de apoyos y prestigio en el interior. Si no bastan las armas suministradas a los defensores de Ucrania, habrá que poner más y mejores en manos de Zelensky. Si no bastan las sanciones y los actuales niveles de desconexión con Occidente, habrá que incrementarlos.

El objetivo no es Rusia, el objetivo es poner fin para siempre a lo que encarna Putin, el intento de revivir el trasnochado imperialismo ruso, el que reduce a sus ciudadanos al vasallaje y la miseria y convierte a sus vecinos en víctimas de un expansionismo criminal.