Pujol

Habiendo alcanzado un prestigio y una autoridad inmensos, al final de su vida va y lo tira por la borda, convirtiéndose en una figura muy incómoda

La noticia daba escalofríos: Jordi Pujol intervenido de urgencia por un ictus. Es como si se viniera abajo una montaña. Me llamó gente de Madrid que hace tiempo que no me llama, solo para interesarse. ¿Qué sabes de Pujol? 

      Hace tiempo que personalmente veo en el antiguo president una figura trágica, digna de esos coroneles de García Márquez a los que no escribe nadie. Posiblemente nadie haya dado tanto de sí como él a la vez para hacer y deshacer la Cataluña moderna. A cierto nivel, es como la versión catalana del rey emérito, de Juan Carlos I: alguien que, habiendo alcanzado un prestigio y una autoridad inmensos, al final de su vida va y lo tira por la borda, convirtiéndose en una figura muy incómoda. 

      El caso es que, habiendo similitudes importantes, también hay importantes diferencias. Los vicios de Juan Carlos I han sido siempre de índole privada. De índole escandalosamente privada si se quiere; de ahí que se viera obligado a abdicar, que se dice pronto. Y más en su caso, que le costó lo que le costó recuperar la Corona: meterse en la boca del lobo de Franco. No es raro que se entendieran tan bien con Josep Tarradellas, que después de su interminable exilio tuvo que dar también algún triple mortal para lograr su propósito. 

       A pesar de este origen para algunos espurio del establecimiento de la actual monarquía parlamentaria en España (pero otro tanto podría decirse del comunismo, ¿no? ¿O no fue Adolfo Suárez quien legalizó el PCE el 9 de abril de 1977, antes incluso de que la Constitución se votara?), lo cierto es que políticamente poco o nada cabe reprocharle a Juan Carlos I. No si uno o una está de acuerdo con la democracia parlamentaria y la pluralidad política en España, piensa que todos somos libres e iguales, quiere que un ciudadano equivalga a un voto y que todos los votos valgan lo mismo. Quien prefiera otros escenarios, ya es otra cosa… 

Las bases del procés

      Lo de Pujol es distinto. Porque incluso haciendo abstracción del pozo negro de corrupción familiar, y no solo familiar, en que se despeña el fin de su leyenda, el hombre que durante años disfrutó de una autoridad moral casi incontestada en Cataluña, resulta que ahora mismo le contestan todos. Los indepes, porque creen que se quedó corto, que le faltó ambición para trascender un autonomismo chato, proespañol y de peix al cove. Los no indepes, porque sienten (sentimos) que, haciendo como que cohesionaba la sociedad catalana al principio, puso desde ese mismo principio las bases para dinamitarla al final. Las bases del procés. 

       Tarradellas no le tragaba y advirtió contra él desde el minuto uno. Advirtió de que el pujolismo estaba ocupando todos los resortes imaginables de poder en Cataluña, sembrando una infinita “dictadura blanca”. Doy fe de que le obsesionaba hacerse respetar y obedecer en la Cataluña de los 80 y de los 90 que, ahora puede parecer increíble pensarlo, no era ajena al hechizo político y cultural de una izquierda entonces casi omnímoda en España. ¿Se acuerdan de Felipe González, de Barcelona’92? Pujol sentía con toda su alma que se tenía que enfrentar a todo eso. “Hay gente más lista que nosotros, más brillante que nosotros, más intelectual que nosotros…¡pero nadie ama a Cataluña más que nosotros!”, juro haberle oído decir literalmente en un mitin, cuando él era MHP y yo una jovencísima periodista que empezaba. 

      “Cubrirle” como periodista era agotador por su energía legendaria…y por ciertos tics despóticos, vamos a llamar las cosas por su nombre, que yo solo he vuelto a ver de cerca en la persona de Laura Borràs. Pero ni ella se ha atrevido nunca, que yo sepa, a darle una bofetada en la cara a un periodista como Pujol me la dio a mí. Fue un día que yo le tenía que entrevistar en la Generalitat antes de un mitin electoral, me tuvo mil años esperando, al final la entrevista quedó para luego, pero por esperarle y esperarle y esperarle yo llegué tarde al mitin, al llegar me encontré la puerta cerrada y un mozo cejijunto al que le habían dado orden de no dejar entrar a NADIE, ni a una reportera de RNE también rezagada ni a mí, cuando al fin Pujol sale y ve el resultado de sus absurdas órdenes, muy en su línea, todavía va y se pone chulo y nos afea el “llegar tarde”, yo que con mi joven temeridad voy y exploto, me planto los brazos en jarras, “¿Y de quién es culpa que yo haya llegado tarde, eh?”. Y él que se queda atónito lo primero…y me suelta una cleca en toda la cara lo segundo. 

Me cogió del brazo y, zalamero, me pidió que “nunca” me enfadara con él

      Enmudecimos todos los presentes. Fue un momento de esos en que todo puede pasar. Al fin Pujol fue, como siempre, el más rápido: sin darme tiempo a reaccionar, ni a mí ni a nadie, me cogió del brazo y, zalamero, me pidió que “nunca” me enfadara con él. A posteriori sus edecanes me metieron en un coche y me llevaron en volandas a la Generalitat a hacer la postergada entrevista…y a cenar en privado con el president en la Casa dels Canonges. Supongo que era lo que ellos entendían por un desagravio. 

       El menú: sopa de fideos, tortilla a la francesa y una manzana golden. Agua clara para beber. Lo mejor fue que le entrevisté todo el rato que yo quise. Dos horas o así le tuve contestando preguntas, que él, claro, no se atrevía a abreviar. Solo le vi abrir los ojos inmensamente y quedarse en blanco una vez. Fue cuando le pregunté: 

-¿Sabe que mucha gente cree que el problema es que usted manda demasiado

-¿Yo? 

Lo que no sabíamos ninguno entonces es que ni dejando de mandar él en persona tendría ese problema ya fácil remedio.

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