Pujol implora doble perdón

El que fuera el president de la Generalitat pide perdón y muestra en público su vergüenza para obtener la redención entre los suyos y, más importante, conseguir que rebajen las condenas a sus hijos

Almuerzo en un restaurante lugareño, de muy bien elaborada cocina popular, del sur de Cataluña. A un lado del comedor, detrás del pequeño mostrador con la caja donde acuden los clientes a pagar, luce una foto, en colores algo apagados, en la que aparecen Pujol y su esposa rodeados por los propietarios y su equipo.

Pregunto a la dueña del local si repetiría la foto y la colocaría al lado de la fue tomada en el año 2000 con motivo de septuagésimo aniversario del entonces incombustible president. “Claro, me espeta muy segura, esta porque entonces era el jefe de los catalanes; la de ahora, si volviera, porque es el jefe de los ladrones”.

Perdón por partida doble, aunque sea parcial, es lo que pide Jordi Pujol. Por un lado, pretende rehabilitarse ante los suyos, a quienes decepcionó por completo. Por el otro intenta en la misma jugada rebajar para si la condena en el juicio por corrupción, aunque bien sabe que es imposible evitar penas de cárcel, incluso largas, para algunos de sus vástagos.

Lo segundo es factible. Más aún si son ciertos los rumores según los cuales Pujol estaría, como Villarejo o incluso más, en posesión de documentación sensible que causaría enormes escándalos incluso en la ya muy castigada y curtida piel de toro.

Sea por su muy avanzada edad, porque las pruebas contra el patriarca de la familia no son tan evidentes o por lo anteriormente dicho, lo previsible es que ni Pujol ni su esposa vayan a la cárcel a pesar de que quede probado de que la familia se constituyó en asociación para delinquir bajo su manto.

En cualquier caso, el efecto del juicio sobre la política será de segundo o tercer orden. Su partido no existe. Sus partidarios reniegan de él en público si no es que también lo hacen en privado. Para todos menos para el interesado, quedó atrás la monumental indigestión que provino del mal trago de su confesión.

La familia Pujol se constituyó es asociación para delinquir

Comparemos con el lejano asunto de Banca Catalana, del que se salvó gracias a un fervor popular más o menos inducido por la victimización política pero real. Más les valía todos dejar a Pujol tranquilo. Y tranquilo quedó.

Ahora, en cambio, que él y los suyos cosechen penas más o menos severas no va a tener el menor efecto y trae sin cuidado incluso a quienes en tiempos de Banca Catalana se mostraban dispuestos a defender al president de unas acusaciones que, consideraban, no serían tales de no ser Pujol un ejemplar catalanista.

Por eso, por si puede contribuir a aminorar las condenas, Pujol afirma que jamás ha sido independentista. Falso (primer Convergència, després independencia como él mismo evidenció al apoyar a Artur Mas), pero a ver si cuela. En todo caso, ya hay quien le acusa de contribuir a enterrar el procés por intereses puramente personales. Neopujolismo sobrevenido para aminorar daños judiciales.

Una gran vergüenza para un «pequeño pecado»

Al mismo tiempo, de perdidos al río, Pujol vuelve a la palestra compungido y en busca de una cierta indulgencia ciudadana. Antes de que se desarrolle el juicio y se publique la sentencia, se afana en focalizar sus falta en una sola, la ocultación de un dinerillo en Andorra, y encima debida no a una doble moral sino a debilidad, descuido, dejadez, sin verdadera mala intención. Pero ello no le impide exhibir en público su vergüenza, a ver si con ella disimula su desvergüenza.

Salta a la vista, incluso para los muy pocos inclinados a creerle, la desproporción entre la pequeñez de la falta confesada y la enormidad de la contrición y el arrepentimiento mostrada. Si fuera cierto que sus pecados económicos empiezan y acaban en la ocultación de un legado paterno, la primera reacción de quienes escucharan la confesión consistiría en darle unos afectuosos golpecitos en la espalda: no hay que afligirse tanto por eso: pecata minuta.

En efecto, pecata minuta sería una simple falta de regularización fiscal en comparación con la enormidad de lo que se le acusa, a él y a su clan, ante los tribunales. Y, claro está según la versión más candorosa, un padre, o mejor un padrazo tan ocupado en salvar a Cataluña no puede andar todo el día vigilando y reprendiendo las fechorías de sus hijos.

El legado de Jordi Pujol, entre la decepción y el olvido

Pero, él bien lo sabe, la condena de los catalanistas a quien fuera su indiscutible líder no se deriva de haber robado más o menos, o de haber incitado y facilitado el ladronicio en lugar de velar por el buen comportamiento.

La condena de la sociedad catalana no afecta tanto a Jordi Pujol político como a su imagen, a su legado. En todas las villas y ciudades catalanes encontraran avenidas, plazas o paseos, dedicados a los anteriores presidentes de la Generalitat. Macià, Companys, Tarradellas. Pues bien, Pujol no forma ni formará parte del nomenclátor.

La razón profunda es porque hundió con su doblez el sueño que equiparaba catalanismo a civismo ejemplar y moral sin tacha rayana en el calvinismo.

Todos los que en España y en el mundo han robado se han abstenido de sermonear machaconamente a sus conciudadanos sobre la rectitud y los valores como fundamento de una sociedad mejor, autorizada precisamente por ello a sentirse diferente, en este caso superior.

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