Puigdemont y Junqueras, dos vías, dos dilemas

Dos líderes, dos vías, dos discursos poco creíbles, dos dilemas y dos impostaciones no resueltos se encaminan a unas elecciones que no cambiarán gran cosa

Parece más clara la bifurcación del independentismo. Por el lado de Carles Puigdemont, se trata, o se trataría si fuera factible, de apretar las tuercas hasta la supuestamente cercana victoria final. Este y no otro es el sentido del mitin de Perpiñán: una esporádica e inocua demostración de fuerza para disimular la inviabilidad a corto plazo de cualquier atisbo de unilateralidad.

La vía Oriol Junqueras, en cambio, pasa por la piel de cordero (si bien no disimula su naturaleza lobuna), los beneficios asociados al diálogo en comparación con los perjuicios del enfrentamiento y la negociación de lo que sea negociable. Menos represión y alguna concesión.

La vía Puigdemont parte de dos premisas tan potentes para unos cuantos como imaginarias para ellos mismos. El primero, que el 1-O del 2017 fue válido. El segundo, en consecuencia, que sólo falta encontrar la ocasión de convertir en efectiva la subsiguiente declaración de independencia. El asunto de las mayorías le trae sin cuidado.

Junqueras, en cambio, espera que con el paso del tiempo, el que sea, una mayoría clara y reiterada obligue al estado a negociar la soberanía catalana. Mientras, autonomismo, izquierda moderada (la radical se ha desradicalizado) y tranquilidad, así en la calle como en los espíritus.

Sucede que en la amalgama liderada por Puigdemont persiste lo que en puridad, y salvando el desplazamiento al centro del eje derecha-izquierda, sobrevive y batalla algo que se parece muy mucho al junquerismo. Artur Mas es de derechas y pragmático. El Pdecat es de centro y pragmático. ERC es de centro-izquierda y pragmática.

Y sucede, por otra parte, que Junqueras no sabe como defenderse de las acusaciones de sumisión o incluso de traición. Resultaría más creíble si dijera lo que según todos los indicios prevé, que de la mesa de diálogo no saldrá una solución política, pero que es mejor el diálogo que la continuidad de una batalla perdida.

Dos vías, dos optimismos contrapuestos e igualmente impostados

En las dos vías se detecta pareja impostación. Puigdemont sabe que obtendrá votos de su discurso enardecedor y por eso abunda en él. Junqueras sabe que no hay solución al conflicto pero simula que por lo menos puede acercarse si persiste en el diálogo. Junqueras promete el referéndum acordado lo que no puede obtener. Puigdemont la unilateralidad a la vuelta de la esquina.

Dos vías, dos optimismos contrapuestos e igualmente impostados. El arbitraje entre las dos, a cargo unos centenares de miles de votos que llevan años transitando del espacio convergente al republicano y viceversa y tanto pueden optar per Puigdemont como por Junqueras.

Esta es la incógnita. Y bien pudiera ser, como detectan los sondeos, que una parte significativa de dichos votantes acaben por depositar su papeleta, no su confianza, en la opción auténticamente radical, que es o parece ser la CUP.

Cuando desde JxCat se acusa a la otra vía de todos los males autonomistas y de perseguir poltronas en vez de la revuelta independentista, se consigue en mayor o menor medida el efecto de desgastar a ERC, pero también se desgasta, en menor y mayor medida, la opción de Puigdemont, que sufre estos ataques como si de un boomerang se tratara.

Las próximas elecciones catalanas van a dirimir cuál de estas dos vías es hegemónica, y será la que sufra menos deserción de votantes hacia una CUP se apresta a convertirse en doble depósito de votos. Los descontentos por el diálogo de ERC y los enardecidos por JxCat que no comulgan con el partido de Puigdemont, heredero de CDC.

Si el líder radical y rupturista se atreviera a cortar por lo sano con el Pdecat, con Artur Mas y con toda la pesada carga de la herencia pujolista, es muy probable que ganara. He aquí su dilema.

Ni los partidarios de la movilización pueden ir más allá del simbolismo ni los del diálogo admiten sus limitaciones

Puigdemont, para resultar coherente con el discurso del cuanto peor mejor, debería soltar lastre moderado. Pero como no quiere perder comba y además la marca JxCat pertenece al Pdecat, o sea la neoconvergencia, es muy probable que no se atreva, aunque eso merme sus posibilidades de victoria electoral.

Si el líder moderado y dialogante declarara que en las presentes circunstancias más que de prometer una solución dialogada se trata de elegir entre el mal menor que es para el independentismo, la coalición PSOE-Podemos y una más que posible victoria de la derecha, con Vox marcando el paso a Pablo Casado, tal vez sumaría voto pragmático no independentista.

Dos líderes, dos vías, dos discursos poco creíbles, dos dilemas, dos impostaciones. Así, sin resolverlos, vamos de cara a unas autonómicas que no van a cambiar gran cosa pero van a consolidar, pese a las apariencias, la mejoría del clima político. Ni los partidarios de la movilización son capaces de movilizarse más allá del simbolismo ni los del diálogo son capaces de admitir las severísimas limitaciones de la mesa.

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