Puigdemont, la obstrucción y el ejemplo de Tarradellas

El sueño de Puigdemont sería poder volver a cambio de pactar con Madrid un nuevo encaje sustitutivo a la independencia

Para seguir pintando algo en la política catalana, Carles Puigdemont está obligado a incidir en las negociaciones para la investidura de Pedro Sánchez. El máximo interés del expresident consiste en dictar la agenda de la política catalana. Como Josep Tarradellas en el exilio pero con la diferencia crucial de la existencia de la administración autonómica.

Empecemos por el final, lo que podría ser el sueño secreto del hombre de Waterloo: su regreso triunfal para pactar con Madrid el reconocimiento de Cataluña y un nuevo encaje sustitutivo a la independencia.

Sería una nueva versión de lo que hizo Tarradellas, intercambiar la autonomía real por la entronización simbólica de la Generalitat sin contenido alguno. Algo parecido, si bien a escala menor, pero con la misma finalidad de ocupar el sillón presidencial, pactó Mas con Zapatero en la rebaja del vigente Estatut.

Volvamos al principio. Puigdemont estaba en horas bajas  — por no decir bajísimas —  hasta que el incremento de un diputado para JxCat, y lo que es más importante, la pérdida de dos por parte de ERC, se interpretó como un cambio de tendencia (falso, como veremos) y abrió la puerta a mil especulaciones.

Cualquiera que moviera un dedo en la oposición interna al franquismo era considerado enemigo de Tarradellas y de ‘su Catuña’, como se encargaba de anunciar con sus incesantes y compulsivas misivas des de Sant Martin Le Beau (que rima con Waterloo en más de un aspecto). La verdad es que nadie, entre los muy pocos que sabían de su existencia, le hacia el menor caso. Pero al final volvió y triunfó.

Puigdemont, en cambio, comanda en una formación política. Quienes, entre sus correligionarios, ya le veían expulsado de la dirección efectiva de JxCat no tienen otro remedio que doblegarse a su voluntad, o seguir los pasos de Campuzano y Marta Pascal, entre otros.

Aún así, la oposición interna es tremebunda. El PDECat no sólo se resiste a morir, sino que tiene un proyecto alternativo al del cuanto peor mejor (o sea parecido al de ERC), además de ostentar los cargos que saben cómo funciona una administración, ya sea en las alcaldías o en la Generalitat.

De momento, tiene acallados a los díscolos, pero bastaría un leve retroceso, tan leve como el avance de Laura Borràs, para que se soliviantaran otra vez. Recordemos que se avecinan autonómicas, pero como en las últimas Puigdemont obtuvo la hegemonía dentro del independentismo, todo lo que no sea quedar por delante de ERC será hecatombe.

El PDECat no sólo se resiste a morir sino que tiene un proyecto alternativo

Eso, la continuidad de la hegemonía postconvergente, ahora y de momento puigdemontista, es lo que se disputa en estos momentos. El campo de batalla, la investidura de Pedro Sánchez gracias a los votos independentistas. El enemigo a batir: Oriol Junqueras. La acusación: traidor.

Mientras ERC prosigue su camino negociador, no sin temores por lo grave de la acusación, JxCat, o por lo menos Puigdemont y sus fieles, pretende obstruirlas y provocar así unas terceras elecciones generales.

La inestabilidad es el caldo de cultivo de JxCat. Gracias a la inestabilidad, al lío, al activismo, al alboroto callejero, el corte de autopistas, a la tensión, a los enfrentamientos, y a la quema de contenedores ganaron un diputado. Uno.

Pero sucede que los CDR y el Tsunami o bien han fracasado o consideran, si disponen de alguna mente con capacidad de análisis, que todo el follón redunda en beneficio, no de sus objetivos sino de la derecha processista, a saber si post o neo autonomista.

En cualquier caso, de modo consciente o no, misión cumplida. El problema es que no se vislumbra excusa ni motivo, en los próximos tiempos, para volver a las andadas que propició la sentencia del Supremo. La campaña de las autonómicas no se la van a hacer gratis, entre otras cosas porque los que sintonizan con la infantería van a presentarse contra Puigdemont. Como ERC. Como todos, con mayor o menor intensidad.

A la vuelta de la calma, si Sánchez es coronado, Puigdemont deberá decidir cuándo se celebran las elecciones. Lo ideal para él, y para el propio president Quim Torra, sería que los tribunales inhabilitaran al vicario. Así habría nueva afrenta, si bien de calibre mucho menor que la sentencia, y una brizna de esperanza. De lo contrario, prevalecerá el miedo a perder.

Para dilucidar cuál de los dos, si Puigdemont o Junqueras, lleva las de ganar más vale alejarse un poco del rifirrafe y el día a día para observar la corriente de fondo. Es, sin duda alguna, de vuelta al orden. No es de caos ni barbarie, es como mucho de compás de espera, o si lo prefieren de cuarteles de invierno.

O sea, que la corriente general, dentro y fuera del independentismo, va a favor de ERC. Esquerra, en tanto que partido de la mesocracia, pragmático y adaptable a las circunstancias, puede empezar recoger antiguo voto convergente y al mismo penetrar un poco más en el área metropolitana de Barcelona.

Si no le acompaña un golpe de fortuna, Puigdemont contribuirá como nadie a la pérdida y la fragmentación del antiguo espacio pujolista. Si al cabo del tiempo el voto independentista resulta mayoritario y reina una enorme tensión, tendrá una oportunidad de intervenir, y llevarse el gato tarradellista al agua, mediante un arreglo que satisfaga a Europa a cambio de frustrar en primer lugar a sus actuales fieles.         

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