Puigdemont, Junqueras, ¿por qué no pasan de la CUP?
La gran mayoría de las personas que participaron en las manifestaciones independentistas que arrancaron con la Diada de 2012 no podían esperar que todo quedara ahora en manos de una formación anticapitalista que dice que quiere modidicar por completo el sistema.
Una de las sorpresas para el resto de ciudadanos españoles, cuando tratan de entender lo que ha sucedido en Cataluña en los últimos años, se produce cuando ven las imágenes de la Via Catalana, la cadena humana que se organizó en 2013. Al lado de las carreteras se podían ver los vehículos de miles de familias que habían decidido pasar el día, viajando de una punta a la otra de la geografía catalana, para formar parte del proyecto independentista. Eran coches, en muchos casos, de alta gama. Era la demostración de que el movimiento soberanista se ha basado en amplias clases medias y altas, que han establecido una conexión entre el sueño de lograr un nuevo estado y mejoras económicas, o, cómo mínimo, la garantía de mantener el status quo.
Y ahora resulta que todas esas clases medias catalanistas bienpensantes se han encontrado un muro en foma de diputados de la CUP, que no quieren saber nada de los presupuestos, a menos que exhiba una ruptura real con la legalidad.
Es el choque con la realidad que Junts pel Sí debe asumir, aunque la dirección de Convergència –no tanto la de Esquerra Republicana– pensara que se trataba de un pequeño inconveniente.
Convergència pagó un alto precio. Artur Mas dejó la presidencia de la Generalitat a cambio de la investidura de un candidato del partido: Carles Puigdemont. La CUP estaba obligada, según la interpretación del acuerdo de los convergentes, a votar los presupuestos, y a dejar a un lado a los diputados más radicales. Pero Anna Gabriel, la diputada de la CUP que Artur Mas no puede ver ni en pintura, sigue ahí, en forma, con ganas, y en primer plano.
Ahora la presión a la CUP es enorme. Esquerra insiste en que hay margen para negociar, aunque Oriol Junqueras siempre podría prorrogar los presupuestos. El caso es que Junts pel Sí aparece como una fuerza política –es la suma de diputados de CDC, de ERC e independientes– que ruega el favor de un movimiento anticapitalista que –al margen de la ideología de cada cual– tiende claramente al nihilismo.
Nadie lo plantea abiertamente en el seno de Junts pel Sí, pero algunas voces sostienen, tanto en CDC como en ERC, que no vale la pena seguir así, y que la hoja de ruta soberanista tampoco se podrá cumplir. Todo ha sido una quimera, un camino mal planteado, aunque cuente con una masa crítica importante. Nadie está condenando el independentismo, pero no parece que vaya a conseguir nada tangible. Siempre es mejor una retirada a tiempo.
En momentos como éste surge la idea de la rectificación. Los presupuestos no se podrán aprobar con la CUP, pero hay otras fuerzas políticas en la cámara parlamentaria. Al margen de los resultados de las elecciones generales del 26 de junio –que serán o no determinantes– los partidos catalanes deben reflexionar ya sobre la realidad política y económica.
Carles Puigdemont y Oriol Junqueras podrían ‘pasar’ de la CUP, y ‘pasar’ también, aunque duela, de un proyecto independentista que no tiene ningún recorrido.
Y plantear, con toda la legitimidad del mundo, las medidas que se crean oportunas frente al gobierno central. Lo que no vale es legislar en materias en las que ya lo ha hecho el Ejecutivo español, y lamentar, después, que el Tribunal Constitucional, al aceptar los recursos planteados, deje esas iniciativas en suspenso.
Habría que gobernar ya en Cataluña con una cierta seriedad. Pase lo que pase el 26 de junio.