Puigdemont, catalanes y flamencos no casan

Las decisiones tienen siempre un coste. En Convergència se han olvidado de forma muy rápida de Josep Antoni Duran Lleida. El líder de Unió, ahora ya en un despacho de abogados, tenía sus cosas, era alambicado, pero señores y señoras tenía y tiene una de las mejoras agendas políticas internacionales.

¿Una muestra? Abril de 2015. Duran Lleida se entrevista con Jean Claude-Juncker, el presidente de la Comisión Europea, y con Donald Tusk, el presidente del Consejo Europeo. Duran pretende ser modesto. Asegura que no ha querido demostrar nada, que no quiere poner en evidencia a Artur Mas, sin interlocutores en Europa, que sus contactos se deben al gran trabajo de Unió Democràtica durante largos años. Pero es una evidencia.

Claro que Duran no se enfrascó en un debate sobre el soberanismo, ni con Juncker ni con Tusk. Les habló de cuestiones concretas, que afectan a todos los catalanes como ciudadanos europeos, como la bioeconomía, o la situación de Grecia o las perspectivas de un referéndum en el Reino Unido, que llegará este 23 de junio.

En mayo de 2016, los contactos del Gobierno catalán son igual de inexistentes. El presidente Carles Puigdemont, quiere aparecer como alguien sin complejos, como se decía en aquel anuncio de Whisky Dyc –¿se acuerdan?– como un independentista que dice claramente lo que quiere, y que algún día hablará de igual a igual con todos los mandatarios mundiales.

Y lo único que consigue –tampoco Mas tuvo mejor suerte– es entrevistarse con tres cargos institucionales del partido Nueva Alianza Flamenca (NAF), un partido nada simpático en Europa, que pretende romper Bélgica, y que se encuadra a la derecha de la mayoría de votantes de Junts pel Sí, por ejemplo. Se reunió con el alcalde de Amberes, Bart de Wever; con el presidente de Flandes, Geert Bouregois, y con el presidente del parlamento federal de Bélgica, Siegried Bracke, todos del mismo partido.

Algunos eurodiputados españoles sostienen que es difícil de entender que, pasando por Bruselas, no se consiga nada más que entrevistas con los líderes de un partido que proyecta cosas negativas. A pesar de los problemas de la Unión Europea, el nacionalismo es una mala carta de presentación. Aunque en Cataluña se vea de forma muy distinta—porque se asocia el nacionalismo con el progresismo –algún día eso se debería revisar— en Europa existe una gran prevención.

Fuentes del parlamento europeo mantienen que Puigdemont trató de verse, además de con Juncker y con el presidente del parlamento, Martin Schulz, con los comisarios Jyrki Katainen –Fomento del Empleo–; Valdis Dombrovskis –Euro y Diálogo social– y Dimitris Arramopoulos –Migración. No hubo manera. El conseller de Relaciones Exteriores, Raül Romeva, y el delegado de Cataluña en la UE, Amadeu Altafaj, no pudieron conseguir nada. Fracaso total.

Todo esto contrasta con Duran Lleida, pero también con Jordi Pujol y Pasqual Maragall, que llegaron a ser presidentes del comité de las regiones. Era otra época. Pero demuestra que Cataluña puede tener más influencia si trabaja las carpetas europeas, si busca un camino diferente: práctico, constructivo. Ir de la mano de los flamencos, en estos momentos, no es la mejor opción. De hecho, es una muy mala elección.

La guinda llegó este miércoles, cuando Puigdemont esgrimió que el primer ministro de Kosovo fue recibido por Jean Claude Juncker, recordando que el enclave de mayoría albanesa en Serbia había declarado la independencia de forma unilateral.

Afirmar eso es querer confundir, de forma malévola, a los ciudadanos, porque Kosovo es un caso totalmente excepcional, en el contexto de una guerra cruenta, y que es, de hecho, un protectorado europeo. Lean la opinión consultiva de la Corte Internacional de la Haya sobre Kosovo. Y es que no se puede seguir engañando