Pudo ser y no es

Mientras en España vivimos ahora enzarzados en un extraño conflicto entre necrófilos y necrófobos tras las recientes muertes de Rita Barberá, Marcos Ana y Fidel Castro, en Portugal –una vez más, tan cerca y tan lejos- el gobierno presidido por el socialista António Costa está consiguiendo unos resultados políticos, económicos y sociales muy positivos con los apoyos del conjunto de la muy plural izquierda lusa.

Lo que en sus inicios fue definido por la derecha, tanto la portuguesa como la europea, como una jerigonza o un galimatías, esto es la alianza formada por los socialistas con los comunistas, los ecologistas y la extrema izquierda del Bloco de Esquerda, durante su primer año de vida no sólo ha mantenido su estabilidad parlamentaria sin problemas sino que ha alcanzado importantes resultados económicos y sociales.

Por primera vez en los 42 años vividos en democracia tras el triunfo de la revolución de los claveles, el déficit público portugués bajará del 3%, con un índice de paro que se sitúa ya solo en el 10,8% y con un crecimiento económico sostenido, que en el tercer trimestre de este año ha aumentado el PIB en el 0,8%.

Completan este escenario de progreso la eliminación de los recortes en los salarios públicos y la rebaja del IVA en el cada vez más pujante sector de la hostelería, aunque persisten algunos problemas endémicos en la economía portuguesa de estas cuatro últimas décadas: una deuda del 133,1% del PIB, la habitual desconfianza exterior a inversiones en el país y la debilidad del sector bancario.

La Comisión Europea contempla atónita desde Bruselas los resultados del gobierno de António Costa, que cumple con las exigencias comunitarias y al mismo tiempo corrige de forma inteligente y eficaz las políticas de austeridad que tan duras consecuencias tuvieron y tienen aún para gran parte de las clases populares portuguesas, y de un modo especial para la clase media.

En España pudo darse algo parecido si Pablo Iglesias y Alberto Garzón hubiesen hecho caso tanto al propio António Costa como al griego Alexis Tsipras, que les instaron a que Podemos e IU diesen su apoyo a la investidura del socialista Pedro Sánchez después de las elecciones del 10-D, y tras los comicios del 26-J recomendaron de nuevo a Unidos Podemos que facilitase la constitución de un gobierno de izquierdas en España.

A la vista está que Pablo Iglesias y Alberto Garzón desoyeron aquellas recomendaciones, a lo que contribuyeron de modo decisivo quienes en el interior del PSOE impidieron aquel acuerdo y acabaron por forzar la dimisión de Pedro Sánchez, con el resultado harto conocido de la continuidad de Mariano Rajoy como presidente de un nuevo Gobierno del PP, con todo cuanto ello comporta de continuidad de las políticas de austeridad y recortes.

Hay quien asegura que los adversarios de Pedro Sánchez en el seno del PSOE se opusieron a sus propuestas porque temían quedar fagocitados por Unidos Podemos, a la manera de lo sucedido en Grecia con el PASOK, mientras que Pablo Iglesias y Alberto Garzón lo hicieron con la esperanza de conseguir el tan ansiado sorpasso que convirtiera a su coalición en la primera fuerza de la oposición.

Hoy, en Portugal el líder mejor valorado es el primer ministro y líder socialista António Costa, con el 30,6%, mientras que el ex primer ministro conservador Pedro Passos Coelho se sitúa en el 16%. El Partido Socialista consigue una intención de voto del 37%, casi cinco puntos más que en las elecciones anteriores. Sus socios se mantienen en los mismos resultados que entonces: el Bloco de Esquerda obtiene el 9,7% y el Partido Comunista el 8,2%. Sumadas estas tres fuerzas que apoyan al Gobierno de António Costa, alcanzan ahora casi el 55% en intención de voto.

No está nada mal para un Gobierno al que se quiso descalificar como un galimatías o una jerigonza, para algo que en España algún aprendiz de brujo quiso definir como gobierno Frankenstein… Pero lo cierto es que aquí lo que es realidad en Portugal pudo ser y no es.