PSOE y Ciudadanos jugarán prórroga y penaltis para que gane Rajoy
Hay una calma espesa en este Madrid tórrido. Se han escapado muchos ciudadanos aprovechando la festividad de Santiago. Un pequeño puente de respiro.
Pocas noticias políticas fehacientes. Se tiene la esperanza secreta de que el presidente del gobierno en funciones esté trabajando intensamente. Que esté preparando su entrevista con el rey buscando acuerdos. Negociando de verdad. Pero este es un torneo complicado en que la final será con prórroga y penaltis. Que nadie espere milagros.
El primer partido que jugar es el de Ciudadanos. Hablan mucho sus líderes. Quizá demasiado. Pero no explican qué papel quieren jugar en esta legislatura en el Parlamento. En buena lógica política les interesaría entrar en el gobierno. Negociar algunas carteras que les permitan dibujar una gestión propia y brillante para demostrar que su modelo político es compatible pero diferente del PP y tener una personalidad definida. También deberían negociar un programa de gobierno, tomando como base muchos de los acuerdos a los que llegaron con el PSOE. Si se quedan fuera del juego de la investidura, no tendrán facilidades para encontrar un papel propio en el próximo congreso.
Si Albert Rivera es un buen negociador de programa y de carteras –siempre en la hipótesis de que entrar en el gobierno es la opción elegida para un partido que destaca por haber hecho acertados fichajes de expertos presuntamente llamados a gestionar– su premio será obligar a Mariano Rajoy a un programa diferenciado del que llevó a las elecciones.
Medidas enérgicas para la regeneración democrática, un gran pacto para la educación, la reforma constitucional o medidas sociales son el campo en donde pueden influir en esa diferencia. Daría respuesta a los votantes que ha conservado Ciudadanos en las últimas elecciones que en secreto se preguntan para qué ha servido su voto.
Para Mariano Rajoy es fundamental y prioritario que Ciudadanos entre en el gobierno. Con ciento treinta y siete diputados es casi una temeridad intentar gobernar. Tiene legitimidad y puede hacerlo, pero es una aventura que no puede durar mucho.
La suma de los diputados de Ciudadanos y del PP dan un número casi cabalístico: 169 diputados. Una posición mucho más cómoda para gobernar y buscar acuerdos puntuales en cada ocasión.
Esta operación tendría efectos colaterales muy beneficiosos para la vida política española. España ha estado condicionada por unas políticas de confrontación basadas en la demonización del adversario hasta convertirlo en enemigo, acentuadas todavía más cuando ha habido, como en estos últimos cuatro años, un gobierno con mayoría absoluta. No hay un único responsable. Quienes han estigmatizado al Partido Popular con la corrupción, hasta el punto de convertirlo en leproso, tienen la obligación de rectificar.
Mariano Rajoy ha ganado dos elecciones seguidas. Y ha aumentado su número de escaños con respecto al 20 de diciembre. Ha reforzado su legitimidad porque ha conseguido el número más alto de ciudadanos que le apoyan. Sus responsabilidades políticas se han ejecutado en las urnas y corrigen el estigma que le habían aplicado sus adversarios. Es duro admitirlo para quienes aspiramos a tener un país ejemplar en la ética pública y libre de toda corrupción.
Tampoco es de recibo que en el PSOE continúen en una posición de bloqueo contra el PP, probablemente inspirados por el gran complejo de no querer ser superados por Podemos en un futuro. El PSOE no es Podemos y no puede instalarse en la plácida dialéctica de la negación, sin más exigencia que trazar grandes o pequeños discursos sobre las ideas que los electores han rechazado. No se puede bloquear sin más –por muy cómoda que esta postura resulte– al partido que ha ganado dos veces seguidas las elecciones, especialmente cuando se descarta una alternativa de gobierno.
Este argumento debiera servir para quitarle complejos al PSOE. Si finalmente llegase a abstenerse porque fuera imprescindible esa posición para evitar nuevas elecciones; tiene que armar bien sus argumentos. Hacerlo por convicción y no de forma avergonzada.
Algunas ideas:
Pedro Sánchez fue el único que intento una investidura después del 20 de diciembre. Quedó claro que el único socio posible, por apoyo activo o por abstención a su acuerdo con Ciudadanos, fue Podemos. Ni le apoyó ni se abstuvo para dejarle gobernar. Objetivamente, el partido de Pablo Iglesias es el responsable de que haya habido nuevos comicios y, en consecuencia, que estemos obligados a un gobierno del PP.
Un segundo argumento que le brindo al PSOE es que abstenerse para que se forme un gobierno no significa complicidad con la gestión que realice. Sencillamente le permite la investidura para evitar un vacío institucional y nuevas elecciones y puede, a continuación, ejercer una oposición responsable pero contundente.
También tienen que acabar otros vetos existentes. El empeño de Albert Rivera en tratar de obligar a Rajoy a dar un paso atrás, si alguna vez tuvo fundamento, se ha desintegrado con el mismo argumento expuesto de que el líder del PP ha ganado dos elecciones seguidas. Los votantes del PP han elegido a Rajoy y ningún partido tiene derecho a vetarles.
El tercer veto extinguido o a extinguir es a los nacionalistas. No tiene nada que ver la confrontación democrática feroz con sus intenciones secesionistas para facilitar que colaboren en la política española. Quienes se escandalizan con el acuerdo alcanzado y negado por el PP para elegir la Mesa del Congreso solo tienen razón en denunciar la hipocresía del PP para demonizar hasta ahora a todos los que mantuvieron relaciones con esos partidos.
Estos cambios de actitud en la política española necesitan nuevos tiempos para que los dirigentes de Ciudadanos y del PSOE hagan pedagogía con sus respectivos partidos.
Ciudadanos tiene que superar los complejos de pactar un gobierno con el PP y el PSOE los suyos para ejercer la abstención y después la oposición.