PSOE: ‘podemizarse’ o modernizar la socialdemocracia
No hay duda de que la radiografía o foto del CIS pilló al PSOE en un mal día; justo la primera semana de octubre, en mitad de la trifulca del Comité Federal en el que Pedro Sánchez se vio obligado a dimitir como secretario general. Los ciudadanos consultados sobre su intención de voto dieron una espantada notable de las redes del PSOE. El CIS dibuja el suelo más bajo que los socialistas han alcanzado hasta la fecha, un suelo que puede descender aun más si no retoman el vuelo pronto.
El Partido Popular dobla en este momento en intención de voto al PSOE, que sigue en situación de interinidad, con una dirección provisional, sin liderazgo visible y con la incógnita de si la abstención que pronunciaron y le ha permitido formar gobierno a Mariano Rajoy le permite empezar la remontada. O, por el contrario, le confirma en la pendiente hacia el abismo, un futuro de irrelevancia parlamentaria en donde Podemos tome el mando de una oposición de izquierdas.
La única buena noticia es que los votos que ha perdido no han sido transferidos a Podemos, dice el CIS, que a pesar de conseguir sobre las intenciones de voto el ansiado sorpasso, no logra comerse el bocado en disputa. Los que han abandonado el barco del PSOE, de momento se han ido a la abstención. El sorpasso no viene por un aumento notable de intención de voto en Podemos sino por el desistimiento, provisional o no –esa es la clave- de un número importante de quienes eran votantes del PSOE.
Es indiscutible que el PSOE necesita tiempo para planificar y comenzar su recuperación. Con las dos almas que persisten en su interior. Los que creen que todo se reduce a un congreso rápido, para elegir a un líder y quienes creen que la terapia del enfermo debe comenzar con un diagnóstico certero y la elaboración de un proyecto que vuelva a generar adhesión en los sectores sociales que han sido una constante en la vida del PSOE. Y, por supuesto, elegir un secretario general que pueda interpretar y liderar ese proyecto. Proyecto y líder no pueden estar disociados.
Es curioso que él único que ha anunciado su candidatura, en este caso a volver a dirigir el PSOE, no haya dicho una palabra de en qué consiste su proyecto político y la única referencia a su modelo de partido es el personalismo. Si tiene algún proyecto en la cabeza, Pedro Sánchez desaprovechó la entrevista con Jordi Évole para explicarlo. Sigue agarrado a una proposición negativa: rechazar las políticas del Partido Popular. Pero ni una pista más, excepto una reconstrucción de su relación con Podemos, que pasa a ser de admiración y emulación.
Primera trampa.
Es cierto que Podemos ha conquistado una parte del espacio electoral de los menores de cuarenta y cinco año. Con un matiz. En tan solo unos meses, un millón doscientos mil de esos jóvenes que le habían dado su apoyo se esfumaron. No funcionó como se esperaba la suma de Izquierda Unida. Aunque los análisis van certificando que esa inclusión evitó un mayor desmoronamiento del voto que Podemos había conseguido. Y en esta encuesta del CIS no se detecta una recuperación sustantiva de los electores perdidos.
¿Hay que imitar a Podemos, copiar sus propuestas y radicalizar el discurso para robarle los votos que antes fueron del PSOE? Entre los sanchistas, entre algunos, esa es una verdad irrefutable. Pero pueden estar equivocados.
Además de porque lo reconozca Pablo Iglesias, está demostrado que Podemos es un movimiento populista. Especializado en dar a sus seguidores los mensajes que quieren escuchar. Utiliza la sublimación del descontento para establecer proposiciones negativas que denuncian pero sin dar alternativas. Y las alternativas que ofrecen se esfumarían tan pronto como fueran ensayadas.
El populismo es esencialmente ecléctico en sus posiciones; las adapta no en función de proyectos constructivos sino de satisfacer demandas instantáneas independientemente de que sean posibles; le basta que sean sugestivas. Un proyecto puede manejar la comunicación de forma magistral, pero también puede estar hueco si sólo se nutre del enfado de los ciudadanos en un país que ha atravesado una durísima crisis.
Atraer a los más jóvenes alimentando su descontento desde la rabia tiene efectos momentáneos. Hasta que se descubre que no aportan soluciones o hasta que cambian las condiciones que hacen real, tangible y sobrestimado el descontento y la protesta.
El reto del PSOE no es seguir la estela de Podemos, sino conseguir formular propuestas que sean creíbles para la superación de las condiciones de frustración de quienes están descontentos. Que cambien su ira por alternativas posibles con soluciones visibles.
Esta estrategia puede necesitar tiempo. Y, sobre todo, necesita una acción política que demuestre que la esencia de la socialdemocracia sigue siendo los logros en las mejoras de las condiciones de vida de las clases medias y trabajadoras. Un reto complicado.
En primer lugar, porque muchos de los logros del estado del bienestar ya están asentados. Hay que defenderlos y, a ser posible, ampliarlos. Pero la universalidad de la salud y la educación ya están descontados, porque ya se consiguieron. Hay que buscar dinero para seguir repartiendo bienestar y acortando las diferencias sociales que el liberalismo está aumentando.
La otra dificultad en Europa es la dependencia de las políticas económicas que ya no son nacionales. Un gobierno no controla la política monetaria, no puede aumentar sus niveles de endeudamiento y, además, la globalización es un elemento negativo para muchas políticas sociales. Las políticas redistributivas que han sido el corazón del proyecto socialdemócrata en las décadas pasadas son cada vez más difíciles en un mundo de fronteras porosas o inexistentes.
Segunda trampa.
¿Hay que copiar el modelo orgánico y organizativo de Podemos?
El asamblearismo frente a la democracia representativa es una regresión beatificada por la creencia de que la participación directa y constante es más democrática. Pienso lo contrario. La mejor manera de hacer creer a los ciudadanos que son más dueños de sus decisiones es la consulta permanente, por la simple razón de que nunca tienen matices y son preguntas elementales que en su ejecución dan más margen de libertad de interpretación a quienes detentan el poder, que ya no es de representación sino de delegación.
Quienes se han podemizado basan todo su proyecto en la elección directa del líder por las bases y la anulación de los controles intermedios inherentes a la democracia representativa. Menos pesos y contrapesos para un líder.
En mi opinión, el reto del PSOE es fortalecer los mecanismos de representación interna, generar métodos de participación de los militantes y adaptar las formas de organización a las capacidades de las redes sociales y de la comunicación instantánea.
Este artículo se está alargando porque los temas lo meritan. Con el permiso de todos ustedes, mañana seguiré con una segunda parte.