Psicopatología del nacionalismo catalán
La psicopatología del nacionalismo catalán lleva a la perversión del lenguaje, la ficción, la desfiguración de la realidad, el engaño y la maquinación
En Psicopatología de la vida cotidiana (1901), Sigmund Freud habla de los olvidos, lapsus o actos fallidos del discurso –‘accidentes’, dice- que no son casuales y responden a sentimientos, ilusiones, ansiedades, frustraciones o estados de ánimo del sujeto.
Comportamientos que el médico vienés tilda de patológicos y serían la expresión de los deseos inconscientes más íntimos del individuo. Un inconsciente en el que se almacena todo lo reprimido que explicaría, en gran medida, la conducta.
Los 21 puntos que entregó Torra a Sánchez son un alegato surrealista
Peter Gay, buen conocedor de Sigmund Freud, afirma que lo inconsciente “se asemeja a una prisión de máxima seguridad que mantiene encerrados a elementos antisociales, recién llegados o que llevan allí años” y que “incontrolados, siempre intentan fugarse”.
La conclusión del autor: los elementos antisociales “solo logran irrumpir con intermitencia y a un alto precio, tanto para sí mismo como para otros”.
Algo de ello hay en los 21 puntos –un alegato surrealista en la medida que libera el inconsciente nacionalista siempre en estado de vigilia- que Joaquim Torra entregó a Pedro Sánchez como condición para “solucionar el conflicto catalán”.
El alegato de 21 puntos olvida a la mitad de los catalanes
Resulta interesante decodificar brevemente los olvidos freudianos que se deslizan en el alegato para así desvelar las claves del discurso –la psicopatología- del nacionalismo catalán.
El alegato olvida a la mitad de los catalanes, que Cataluña no es sujeto del derecho de autodeterminación, que la soberanía reside en el pueblo español, que el autogobierno de Cataluña se ejerce de acuerdo con la Constitución o que el 155 se aplica cuando se gobierna contra el interés general.
También, se olvida de Montesquieu y la división de poderes, y de que los abusos policiales –la justicia dirá- no van contra el ‘pueblo’, sino contra quienes incumplen la legalidad democrática.
Se olvida, en fin, que la ética de la responsabilidad implica la asunción de las consecuencias –políticas y penales- de las decisiones tomadas o que el autoritarismo franquista –la idea de Régimen- pervive en la Cataluña nacionalista.
La psicopatología del nacionalismo catalán -narcisista, egocéntrico y tramposo- lleva a la perversión del lenguaje, la ficción, la desfiguración de la realidad, el engaño y la maquinación. Y a la realización imaginaria de pulsiones instintivas. La República Catalana, por ejemplo.
Cosa que se traduce en el diseño de un enemigo a la carta, la construcción de una personalidad duplicada y la elaboración de un discurso irrefutable por definición fundado en la falacia.
La superioridad moral del nacionalismo
Ese discurso tiene su traducción práctica: la exclusión de la ciudadanía no nacionalista, la fractura de la sociedad, el empobrecimiento general, y la contaminación política, cultural e ideológica.
Y esa insoportable superioridad moral. Y esa insufrible prescripción de la verdad bajo amenaza de excomunión. Y ese irritante comportamiento que siempre exige y nunca cede, que no tiene ninguna voluntad negociadora, que practica el desaire y el desprecio
Se puede argüir que es el discurso de un Torra que, en el seno del nacionalismo, es lo más cercano a un cero a la izquierda. Pero, también es cierto que dicho discurso -¿hay alguien ahí que diga lo contrario?- ha calado en el mundo nacionalista.
“Los reinos crepusculares del inconsciente”, decía Coleridge.