Proteger al trabajador, no el puesto de trabajo (II): dualidad

Nuestro gobierno debería tomar ejemplo de modelos laborales como el danés y apostar la flexiseguridad, en lugar de insistir en medidas de política laboral que sólo provocan rigidez, desempleo y desigualdad.

Se acaban de publicar las cifras de afiliación a la seguridad social de noviembre de 2021. Todos los medios destacan el inusual volumen de contratación en un mes de noviembre tradicionalmente negativo para la creación de empleo, que deja el paro registrado en la cifra más baja desde noviembre de 2008. La ministra de trabajo, Yolanda Díaz, ha hablado de resultados “increíbles” desde que ella ocupa el cargo. Imagino que no está poniendo en duda la credibilidad de los datos y que lo que quiere decir es que son “increíblemente buenos”.

No quiero ser aguafiestas, pero tampoco que me den gato por liebre. Poniendo en contexto las cifras vemos que se mantiene la dualidad, uno de los grandes problemas estructurales de nuestro mercado de trabajo. Al hablar de dualidad nos fijamos en la existencia de dos grupos: aquellos que tienen un trabajo estable, con un contrato a tiempo completo e indefinido, y los que se encuentran en situación de inestabilidad, encadenando contratos temporales, discontinuos y peor remunerados. También podemos hablar de los que tienen un empleo y de aquellos que no logran encontrar uno. En este segundo grupo (contratos inestables o bien desempleo) suelen estar desproporcionadamente representados los jóvenes.

Si el grupo “inestable” tiene un tamaño relevante respecto al de los contratados indefinidos hablamos de un mercado de trabajo dual, poco flexible y organizado en torno a compartimentos estancos que dificultan que una parte de la población acceda a la estabilidad laboral, especialmente los menores de 25 años. Éste es el caso del mercado de trabajo español.

La dualidad española surge del hecho de que el coste de la contratación indefinida sea mayor que el de aquella que no lo es. Aquí es clave que la regulación laboral blinde ciertos puestos de trabajo elevando el coste del despido, una forma muy ineficiente (y en última instancia fallida) de protección del trabajador que impide a muchos encontrar empleo.

Quizá lleguemos a la conclusión que el triunfalismo de la ministra Díaz no está tan justificado (aunque tampoco sus predecesores acertaron demasiado) si comparamos los datos de afiliación a la seguridad social por tipo de contrato recién publicados con los de enero de 2008, justo antes de que estallara la crisis financiera y uno de los mejores años en cuanto a empleo de las últimas décadas, y con los de enero de 2013, el peor año de la crisis en términos de empleo (gráfico 1). En 2008 los contratos indefinidos a tiempo completo fueron poco más de la mitad, en 2013 un 53% y el mes pasado menos del 55%.

El resto son contratos temporales, de formación, fijos discontinuos u otros. Da igual que las vacas sean gordas o flacas, que haya crisis o recuperación: la proporción entre estabilidad e inestabilidad no cambia demasiado. El mercado de trabajo español es dual y ningún gobierno ha sabido resolver el problema. La temporalidad en España es muy elevada en relación a la de otros países.

Al igual que veíamos en el artículo anterior respecto a las tasas de empleo y de actividad, la flexibilidad de Dinamarca -con diferencias de costes entre diversos tipos de contrato mucho más bajas que en el caso español- es lo opuesto a la rigidez española también en la cuestión de la temporalidad. El número de trabajadores temporales en Dinamarca no suele llegar al 10% del total, mientras en España sólo bajó del 25% en 2020 (gráfico 2).

La proporción de jóvenes daneses con un contrato temporal estuvo hasta 2015 incluso por debajo de la española para todos los trabajadores -jóvenes y adultos-, y sigue estando a años luz de la temporalidad de los menores de 25 años en España, que fluctúa alrededor del 70%, una cifra estratosférica.

Para acabar de poner en contexto los datos publicados, fijémonos también en el desempleo español y en especial en el de los menores de 25 años, los peores resultados de la Unión Europea (gráfico 3). Con un 15,2% en 2020, el paro español triplica al danés, y lo mismo ocurre con las cifras de desempleo juvenil, que, con un 38,3% en 2020, más que triplican las de Dinamarca. Ciertamente, no es el 55% de paro juvenil de los peores años de la crisis, así que el que no se consuela es porque no quiere.

Estos datos deberían hacer ver al gobierno que el triunfalismo al que nos tiene acostumbrados está de más, y deberían suscitar su curiosidad (y la de los partidos que aspiran a gobernar) por modelos laborales de flexiseguridad como el danés, en lugar de insistir en medidas de política laboral que sólo provocan rigidez, desempleo y desigualdad.