Proteccionismos enfrentados
Malos tiempos para la libertad de comercio cuando a un proteccionismo se le responde con otro proteccionismo
La Unión Europea está muy preocupada por la deriva proteccionista de Donald Trump. Cosa que se constata en las declaraciones de los dirigentes políticos comunitarios y en los análisis de algunos de los economistas europeos de referencia.
Así, Jürgen B. Donges, en una conferencia pronunciada en la Fundación Rafael del Pino (La Unión Europea ante graves desafíos proteccionistas, 2018), advierte de los peligros que para la UE supone la amenaza proteccionista –aranceles– que viene de Estados Unidos.
Por su parte, Francesca Viani, en un análisis publicado en el Boletín Económico del Banco de España (Las recientes tendencias proteccionistas en el ámbito comercial y su impacto sobre la Unión Europea, 2/2019), alerta igualmente de las consecuencia del proteccionismo estadounidense en la UE. Entre otros: reducción de la confianza empresarial y reacción desfavorable de los mercados financieros internacionales.
La pregunta: ¿qué hace la UE ante la amenaza arancelaria de Trump? Demandar a los Estados Unidos ante la OMC, advertirles que el proteccionismo genera crisis, y amenazarles también con aranceles que gravarían mercancías estadounidenses como el bourbon, la manteca de maní, los arándanos, el maquillaje, las baterías, el maíz o los vaqueros.
Malos tiempos para la libertad de comercio cuando a un proteccionismo se le responde con otro proteccionismo. Una vía abierta a la guerra comercial que busca Trump. Y menudo negocio el de la UE. ¿Acaso no intuían que Estados Unidos podría responder con aranceles al vino, el aceite o el queso para contrarrestar los aranceles europeos que gravan las mercancías estadounidenses?
Y, por si fuera poco, la UE amenaza con aumentar la fiscalidad de unas empresas tecnológicas estadunidenses que son la punta de lanza de su economía.
La UE no puede exigir un impuesto digital a los productos tecnológicos estadounidenses de nueva generación
Y ahí está la UE que demanda a Estados Unidos ante la OMC por su proteccionismo cuando el Viejo Continente es el rey del proteccionismo agrícola. Una UE que subvenciona la industria aeronáutica en detrimento de la estadounidense. Una UE que impone a Estados Unidos unos aranceles más elevados que los que Estados Unidos impone a la UE. Por no hablar de los aranceles antidumping impuestos a China.
La UE que inventarió un total de 396 medidas protectoras en 2017 (Informe de la Comisión al Parlamento Europeo y al Consejo sobre los obstáculos al comercio y la inversión, 2018), es la misma que denuncia el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de Argentina en un informe (Impacto del Proteccionismo Europeo sobre la Economía Argentina, 2013) que señala las “barreras” –aranceles, subsidios y medidas– que la UE impone al comercio argentino.
Una lucha de proteccionismos entre Estados soi-disant librecambistas. En la mayoría de los casos, se usa el proteccionismo para declarar una guerra comercial –o para amenazar con dicha posibilidad– que permita revertir la balanza comercial y alcanzar o consolidar la hegemonía comercial. También, la hegemonía tecnológica.
Así las cosas, ¿qué hacer? Los dirigentes de la UE deberían leer el artículo ya citado de B. Donges y obrar en consecuencia. En síntesis: reforzar el pacto transatlántico económico entre la UE y EEUU que incluye la colaboración en materia de comercio exterior, inversiones y movilidad de profesionales cualificados. A ello, habría que añadir la supresión de los aranceles punitivos y adicionales con que la una y el otro gravan mutuamente determinadas mercancías.
Mención especial merecen las mercancías relacionadas con la nueva economía digital. La UE no puede exigir un impuesto digital a los productos tecnológicos estadounidenses de nueva generación. Ahí está el quid de la cuestión –el “muro digital”, en terminología del FMI– que puede provocar una guerra comercial intercontinental entre Europa, América y China.
La UE, en lugar de escudarse en el arancel, ha de impulsar el negocio digital en su territorio. La UE necesita empresas de futuro que hagan la competencia a las de Estados Unidos y China. La fiscalidad en materia tecnológica paraliza la innovación y la competitividad. Y algo más: encarece el precio de unas importaciones que acaba pagando el consumidor europeo.
Se debe poner límites a los aranceles y las subvenciones
La UE se queja amargamente del proteccionismo de un Trump que quiere frenar el desarrollo tecnológico de China. Pero la UE hace exactamente lo mismo cuando quiere introducir aranceles a los productos de Estados Unidos y China. Y, como no podía ser de otra manera en un contexto de lucha de proteccionistas, China dificulta la importación de productos estadounidenses.
¿Qué hacer? Buscar el entendimiento y el pacto. Esto es, poner límites a los aranceles y las subvenciones, proteger las inversiones extranjeras y el comercio internacional, y amparar la propiedad intelectual y el know how.
Un pacto que podrían firmar todos los países de la OMC. Y si ello no es posible, deberían hacerlo la UE, Estados Unidos y la China. Así se detiene una guerra comercial, se restauran el comercio internacional y los flujos económicos mundiales, se refuerza la competencia, y se posibilita el crecimiento económico y un mayor bienestar.
Propiamente hablando, no se trata de restaurar un librecambismo absoluto que nunca existió y es bueno que no exista: “Probablemente, nada haya hecho tanto daño a la causa liberal como la rígida insistencia de algunos liberales en ciertas toscas reglas rutinarias, sobre todo en el principio del laissez faire” (Friedrich Hayek, en Camino de servidumbre, 1944).
De lo que se trata de es de paliar los efectos de un neomercantilismo que dificulta el comercio internacional, controla el movimiento de capitales y toma decisiones en función de intereses políticos particulares.