El Régimen del 78 y la corrupción

En el conjunto de España el Régimen del 78 todavía se aguanta, con una corrupción política que alarma a los ciudadanos, pero en Cataluña se tambalea

Si la semana pasada les hablé de los resultados del Barómetro de Opinión Política del CEO, hoy quiero hablarles de los resultados del Barómetro de marzo de 2017 del CIS que se dieron a conocer el jueves pasado. Como no podía ser de otro modo, la corrupción se afianza como el segundo problema que citan los ciudadanos, tras el paro, pues preocupa al 72,3% de los encuestados entre un total de 2.487 entrevistas personales y domiciliarias realizadas en 255 municipios de 49 provincias españolas.

La inquietud ciudadana por la corrupción se ha disparado y parece que llena de enojo a los ciudadanos. En concreto, según este barómetro, la desazón ciudadana por la corrupción pasa de un 37,3% en la encuesta de febrero a un 44,8% en marzo; es decir, sube 7,5 puntos y se anota su cota más alta de los últimos ocho meses. Está claro que la resaca provocada por el juicio y la condena a Iñaki Urdangarin por el caso Nóos —en el que no obstante fue absuelta la infanta Cristina— y a los expresidentes de Caja Madrid, Rodrigo Rato y Miguel Blesa, que sin embargo evitaron entrar en prisión pese a sus condenas por las ‘black’, ha incidido en ese aumento porcentual.

La corrupción se basa en el robo, y eso es lo más llamativo, pero lleva implícito el empobrecimiento político y moral de las instituciones, que es lo realmente grave.

Y pese a este crecimiento espectacular de la preocupación de los encuestados por la corrupción, eso no se traduce en un fuerte castigo electoral al PP, el partido de la derecha española, cuyas raíces absorbieron mucho del viejo Estado franquista, y que atesora los mayores casos de corrupción. El último de ellos, muy relevante, por lo menos para mí, ya que también lo ha dejado en la estacada su propio partido, es el caso del presidente de Murcia, Pedro Antonio Sánchez, que dimitió hace unos días por la presión ejercida por sus aliados políticos, el partido de Albert Rivera, constituido en muleta de los partidos del Régimen del 78 una vez constató, y por dos veces, que no les podía derrotar.

El partido de Albert Rivera se ha constituido en la muleta de los partidos del Régimen del 78

El Régimen del 78 se está viniendo abajo debido a la desconfianza política de los ciudadanos hacia los partidos que crecieron bajo los auspicios de ese teórico nuevo régimen. Y digo “teórico” porque cuando una parte del personal político sigue siendo el mismo que había antes, la novedad es relativa. El Régimen del 78 se convirtió en proveedor de recursos financieros a unos partidos que gastaban mucho dinero en pantagruélicas campañas electorales, abriendo locales en los lugares más recónditos y contratando un personal político que, en muchos casos, ha quedado demostrado que no sabía dónde caer muerto. La corrupción en España es, por lo tanto, política, con una mínima corrupción administrativa.

No soy para nada rusoniano, pero no creo que la corrupción sea intrínseca al ser humano, a pesar de que viendo el comportamiento de algunos de los jugadores del Eldense uno diría lo contrario. Lo que sí que es la corrupción es un complejo fenómeno social, político y económico que afecta a todos los países del mundo

Es por eso que la corrupción tiene efectos políticos distintos según donde se dé. Es obvio que para el PP el coste de la corrupción ha sido mínimo, por lo menos a la vista de los resultados de las dos últimas elecciones. Parece que al PSOE de Andalucía el lío de los ERE tampoco le supuso un gran trauma electoral, aunque se llevase por delante a dos de sus figuras relevantes, José Antonio Griñán y Manuel Chaves.

La corrupción en España es política, con una mínima corrupción administrativa

En el caso de los ERE, se notó, además, que la Justicia no actuó con diligencia a pesar de que quedó probado que los cursos de formación ocupacional eran una forma de financiación encubierta de un sindicato. Es en casos como ese que se visualiza que la corrupción es resultado de una trama clientelar urdida por el poder político.

En Cataluña también ha habido corrupción, para qué lo vamos a negar, pero su reprobación social ha sido superior, por ejemplo, a la manifestada en Valencia ante los tejemanejes del PP o del PSOE en Andalucía.

En Cataluña, en cambio, los partidos implicados en casos de corrupción, CiU y PSC, han pagado electoralmente el daño provocado. CiU ya no existe porque no aguantó el tirón de la lucha por la autodeterminación sin que sus antiguos aliados y ahora enemigos les atacaran por su flanco débil, que es el mismo que provoca simples achaques a PP y PSOE. La corrupción da alas a Podemos, el partido de los jóvenes universitarios con retórica revolucionaria, pero no amenaza los cimientos del Régimen del 78. En Cataluña, por el contrario, se está viviendo una ruptura democrática, la que no se dio en 1975, que tendrá tanta trascendencia como tuvo en su tiempo la Revolución de 1868.

El impacto de esa revolución en Cataluña comporta, como les decía la semana pasada, que el 73,6% de los catalanes pida un referendo para decidir sobre su futuro, lo que incluye que un 50,3% de la población esté dispuesta a celebrarlo aunque no haya acuerdo con el Estado. No es ninguna broma.

Y eso quiere decir que el Régimen del 78 tiene los días contados en Cataluña. Se descompone sin remedio por los efectos del cambio generacional, el hastío político por el maltrato institucional, cultural y económico por parte de los gobiernos españoles y por la exigencia popular de la regeneración del sistema. Soplan aires de cambio y aunque no se sabe si lo nuevo podrá triunfar, lo que es seguro es que lo viejo agoniza.

El Régimen del 78 aguanta en España, pero tiene los días contados en Cataluña

A diferencia de lo que pasa en España, en Cataluña sólo una minoría —C’s, PSC y PP— sostiene al Régimen del 78. Esa minoría tienen a su disposición voceros mediáticos muy fuertes políticamente pero arruinados económicamente. De ahí tanta adhesión a la nada, que es lo que se ofrece desde las filas del unionismo. Su propuesta se parece a la que dieron al plan Ibarretxe PP y PSOE y consiste en esperar a que alguien traicione el proceso catalán de autodeterminación como el PNV traicionó a su lendakari.

En Catalunya eso no va a pasar, porque nadie se pondrá en esa tesitura y los catalanistas de la “falsa ruta”, esos que sueñan con Santi Vila para dejar de ser insignificantes, tienen un pasado cargado de plomo ruso. Es verdad que la minoría catalana unionista se convierte en mayoría fuera de Cataluña, por lo que PSOE y Ciudadanos se erigen en los partidos que apuntalan en el poder al PP, la derecha más corrupta que existe en Europa. Una derecha que huele a ajo y cuyo nacionalismo, como se constata cuando trata la cuestión de Gibraltar, es decimonónico y chusquero, cuando no antidemocrático.

¿Qué gibraltareño querrá ser español ante tanta amenaza? Ninguno, como la mayoría de los catalanes que ya están hartos del Régimen del 78.