Presidente Mas, ¿qué vamos a hacer con Spanair?

 

A mediados de noviembre de 2007, un alto directivo de Lufthansa descartó que la compañía alemana pensara en hacer en el aeropuerto de Barcelona un hub. “Barcelona es una de nuestras prioridades”, dijo. Pero no fue lo único: “Preferimos canalizar los pasajeros vía Spanair a nuestros hubs de Fráncfort, Múnich y Zúrich”.

Han pasado casi cuatro años. Barcelona sigue sin ser un centro de conectividad de vuelos internacionales y la supuesta fuerza que movilizó en marzo de 2007 a la sociedad civil barcelonesa en el acto del IESE se ha desinflado como un globo.

Es cierto que por medio se nos ha colado una crisis talla XXL
y que eso ha cambiado algunos paradigmas. Por ejemplo, a finales de enero de 2009, Spanair se convirtió en una aerolínea catalana de bandera (o quizá de bandera catalana…). Fue gracias a un acuerdo más que explicado: Femcat (a través de Volcat) y accionistas públicos y parapúblicos entraron en el capital. Allí están Fira de Barcelona, Turisme de Barcelona, Catalana d’Iniciatives y, más tarde, Avança. Lo dicho, dinero procedente en su origen de los presupuestos de la Generalitat y del Ayuntamiento de Barcelona.

Dos años después, en plena crisis económica, con un precio del petróleo por las nubes, el futuro de la aerolínea es más incierto que cuando inició su andadura bajo el paraguas del capital público-privado. Agotadas las líneas de crédito que dejó SAS para desprenderse de la mayoría y agotándose el capital aportado por los nuevos socios, la Generalitat ha tenido que socorrer a la compañía que preside Ferran Soriano para evitar otra de esas noticias que ponen al país en estado catatónico.

Se le escapó a Francesc Homs, portavoz del Ejecutivo de Artur Mas, cuando explicó a la opinión pública que le concedían un crédito urgente a Fira de Barcelona de 10,5 millones para que ésta, a su vez, lo inyectara en Spanair. Aquí está la frase exacta, para coleccionistas y desmemoriados: «O actuaba ahora el Govern o, si no, Spanair caía».

Es obvio que con el actual estado de las cuentas públicas y las dificultades del Govern para financiarse en los mercados, el de Spanair es un problema doble para el presidente Artur Mas. De ahí que nadie se haya extrañado porque desde las altas esferas del Ejecutivo catalán se pidiera, discretamente, como parece que se harán las cosas ahora, a Iniciatives Empresarials Aeronàutiques (IEASA), que se hiciera un estudio independiente sobre la situación financiera de la compañía, sus posibilidades futuras reales y se acabara de dibujar cómo y cuándo salir de esta situación.

De eso se ha encargado Delloitte, quien ha elaborado un informe que esta misma semana ha tratado el consejo de administración de IEASA. Los números iban por delante, pero por detrás también iba la estrategia. Por ejemplo, en políticas de alianzas: imposible nada en Europa, todo está copado. Lufthansa, a quien más de uno de los socios estaría dispuesto a entregarle la compañía ya, todavía digiere sus operaciones con Brussels Airlines, Swiss Airlines y Austrian Airlines y va dando largas a los de Spanair, a quienes ya han visto venir.

Así que todo está fiado a que en los próximos meses y gracias a una alianza con algún grupo americano o asiático vuelva a incorporarse capital fresco. “El error inicial es que en vez de 100 millones el proyecto necesitaba 300 desde el principio”, explica uno de los accionistas de la empresa para justificarse. Otro, cabizbajo y deprimido al referirse al asunto, confiensa un cierto hartazgo: “Todos sabíamos desde que nos embarcamos en la compra de Spanair que era una operación de alto riesgo, y sabíamos muy poco del funcionamiento de las aerolíneas. Lo hicimos como un favor al país”. Correcto, pero ¿quién paga ahora eso? ¿Si es un proyecto de país no debería ser el país quien decidiera democráticamente si es de su interés?

Spanair se ha convertido en un problema político de Catalunya, como tantos otros.
Esperanza Aguirre ha demostrado más agudeza que Artur Mas o José Montilla y que el millar de cerebros privilegiados que se reunieron en el IESE hace cuatro años. Fue directa al grano: consiguió que Caja Madrid invirtiera en el capital de la antigua Iberia logrando una posición en el accionariado que le permitió, por ejemplo, influir para que la aerolínea española apostara sobre todo por concentrar su actividad en el aeropuerto madrileño de Barajas.

Pero mientras Catalunya, sus políticos, los líderes de su sociedad civil y sus medios de comunicación seguimos relamiéndonos las heridas, Spanair no deja de perder dinero. Un capital que hay que pagar y que, de momento, costeamos entre todos gracias al sector público. Por eso, más allá de pedirles a los accionistas que hagan bien las cuentas, que se diseñe una estrategia clara de futuro y que, sobre todo, se controle una gestión que está en entredicho desde el primer día, el partido que gobierna el país debería decirnos qué piensa hacer por su parte.

El propio President debería aclarar a los catalanes, de una vez por todas, cuánto capital más piensa enterrar en ese proyecto. Y no porque la competencia ponga el grito en el cielo cuando se anuncian los préstamos o las aportaciones de capital, sino porque la ciudadanía no leyó nada en el programa electoral de CiU sobre Spanair. A Mas se le espera: Ryanair, aeropuerto de Girona y Reus, Alguaire, Vueling, Iberia, Spanair…

Presidente, díganos cómo usted y su gobierno de los mejores afrontará este reto y cuánto más nos costará. Será un buen servicio al país.