Presidente Biden: una ingente lista de tareas

La esperanza con que se recibe al nuevo presidente norteamericano no despeja la desconfianza. Nada garantiza que el asalto a la institucionalidad no se vaya a repetir

El artista indio Jagjot Singh Rubal da los toques finales a las pinturas que muestran al presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden (derecha) y a la vicepresidenta electa Kamala Harris (izquierda) en la víspera de su ceremonia de juramento, en el taller de su casa en Amritsar, India, 19 Enero de 2021. EFE/ Raminder Pal Singh
El artista indio Jagjot Singh Rubal da los toques finales a las pinturas que muestran al presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden (derecha) y a la vicepresidenta electa Kamala Harris (izquierda) en la víspera de su ceremonia de juramento, en el taller de su casa en Amritsar, India, 19 Enero de 2021. EFE/ Raminder Pal Singh

Faltan horas para la toma de posesión presidencial más anómala en más de siglo y medio de historia norteamericana. Otros adjetivos son igualmente aplicables a la ceremonia del miércoles: extraordinaria, inaudita, excepcional… Pero, sobre todo, inquietante. Ante los acontecimientos de hace apenas dos semanas, Josep R. Biden pronunciará su juramento en un Capitolio blindado, situado en el centro de una ciudad ocupada por 25.000 soldados y policías.  

La tremenda polarización de la sociedad, solo comparable a la que precipitó la Guerra Civil (1861-1865), es el fruto de un proceso iniciado mucho antes de que Donald Trump conquistase la Casa Blanca. El divorcio entre la tradición rural y la cosmopolita; los efectos de la globalización sobre la economía productiva; la aceleración de la desigualdad derivada de los excesos del capitalismo financiero; la erosión de la verdad potenciada por las redes sociales… Y la pervivencia del racismo, el auténtico pecado original de la República que nunca se ha terminado de expiar.

Estados Unidos es un país atravesado por la ansiedad; por la suma de los temores de cada estrato de su sociedad. Una parte ve como se desvanecen los privilegios seculares derivados de su color a medida que la demografía les diluye en una realidad multirracial. En otra parte, crece la resignación –o la desesperanza— al comprobar que nunca alcanzarán el American dream, el sueño americano, por mucho que lo persigan.

Deshacer los entuertos

La pandemia ha acelerado los fenómenos alentados por cuatro años de trumpismo. Los que piensan que Joe Biden puede reparar los defectos estructurales de la vida pública norteamericana pecan de un exceso de optimismo. Su presidencia será un éxito con que logre iniciar un camino diferente que, en cualquier caso, tardará muchos años en recorrerse. De momento, la tarea más inmediata del cuadragésimo sexto presidente consistirá en deshacer, aunque sea parcialmente, los entuertos más sangrantes creados por la mezcla de incompetencia, sectarismo y corrupción moral de la administración saliente.

Biden necesita mostrar desde el primer día el tenor que quiere dar a su mandato. Sus primeras órdenes ejecutivas tendrán una profunda carga simbólica: ordenar el retorno al Acuerdo de París sobre el clima; suspender los aspectos más perversos de la política inmigratoria de Trump; asumir la iniciativa en la lucha contra el coronavirus (vacunar a 100 millones de personas en sus 100 primeros días, convertir el uso de la mascarilla en obligatorio, etc.) y presionar para que Congreso apruebe cerca de dos billones de dólares en un paquete de ayudas a los más afectados por el parón de la actividad y estímulos para relanzar la economía.

Gracias a la victoria de los dos candidatos demócratas al Senado en las elecciones especiales del Georgia el pasado 5 de enero, Biden contará con una mínima mayoría –solo un voto—para validar las medidas impulsadas por la Cámara de Representantes, en la que cuenta con una mayor ventaja de escaños.

Sin embargo, su capacidad para sacar adelante proyectos que requieran mayorías reforzadas (o no cuenten con la unanimidad de todos los diputados del propio Partido Demócrata) estará mermada por los 17 escaños que le faltan para alcanzar los tres cuartos del Senado. Entre las primeras pruebas a las que se deberá someter figura la confirmación senatorial de las personas que ha nombrado para los primeros niveles de su gobierno.

La más incierta entre ellas será la de su candidato para Defensa. El general Lloyd Austen, lleva retirado menos de los siete años que se exigen para ocupar a la cartera. En las últimas siete décadas solo se han concedido dos exenciones a la ley de 1947 que fortalece el control civil sobre las fuerzas armadas. La última fue la que obtuvo Donald Trump para nombrar al general James Mattis. En aquella ocasión, el Senado consideró oportuno colocar a un exmilitar de probado carácter y competencia para mitigar los impulsos más erráticos del presidente. Exasperado por la irresponsabilidad del comandante en jefe, Mattis terminó por dimitir en diciembre de 2018.

Los retos que esperan a Joe Biden y a su gabinete son tan extraordinarios como el momento en que llega a la presidencia. Los trumpistas que permanecen en el Congreso y los gobiernos estatales harán lo posible para que fracase. Y una parte de los 74 millones que votaron por Trump (aproximadamente un tercio, según encuestas realizadas después de los sucesos del 6 de enero) seguirán irremediablemente convencidos de que una conspiración le robó la reelección.

La decencia como atributo

Frente a todo ello, el nuevo presidente desplegará su atributo más valioso: ser lo opuesto del saliente. Trump presentaba su inexperiencia en las tareas de gobierno como una ventaja; Biden lleva medio siglo en la política, incluyendo ocho años como uno de los vicepresidentes más activos que se recuerdan. Trump cree que la confrontación es la forma de lograr resultados; Biden sabe tender puentes. Y luego está su característica más valiosa: la fundamental decencia que se le reconoce, frente a la grosera obscenidad de Trump.

El asalto al Capitolio ha mostrado los destrozos provocados por el hombre más peligroso del mundo. Fue el paroxismo de lo peor del alma colectiva del país, la eclosión de las actitudes más desaforadas y el triunfo de la mentira y la intoxicación. En definitiva, la constatación de la decadencia norteamericana. La mayor amenaza para el modo de vida americano no ha sido el islamismo radical sino el terrorismo de la extrema derecha supremacista.

Seguidores de Trump asaltaron el Capitolio de los EEUU la noche del 6 de enero. EFE
Seguidores de Trump asaltaron el Capitolio de los EEUU la noche del 6 de enero. EFE

Pese a la esperanza con que los países democráticos reciben el recambio en la Casa Blanca, Estados Unidos tardará en recuperar la consideración que tuvo hasta la llegada de Trump. El retorno a la multilateralidad y a la defensa un orden internacional basado en reglas tropezará con la desconfianza. Es difícil que triunfe el segundo impeachment de Trump, que conllevaría su inhabilitación a perpetuidad. Mientras subsista la posibilidad de que recupere el poder, o lo haga alguno de aspirantes a sucederle como el secretario de Estado, Mike Pompeo, el prestigio norteamericano seguirá teñido de recelos.

Hoy por hoy, nada garantiza que el asalto a la institucionalidad no se pueda repetir en la democracia más antigua del planeta. La constatación de esta realidad –la fragilidad del sistema representativo de libertades— debería ser la lección más importante para todos los que, dentro y fuera de Estados Unidos, creen en la democracia pese a todas sus imperfecciones.

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