Prensa, catástrofes y descerebrados
A raíz del accidente del Alvia en Santiago y del tratamiento de caso Asunta, el Colexio de Xornalistas de Galicia difundió un decálogo con recomendaciones para abordar en los medios catástrofes y determinados sucesos de gran impacto. Su loable objetivo es que los periodistas de a pie, sus jefes y los dueños de los medios interioricen criterios éticos con los que esquivar el sensacionalismo fácil, el morbo y la intromisión en la intimidad de las víctimas y de sus allegados.
Al hilo del accidente aéreo de los Alpes, tengo la impresión de que, en general, hemos mejorado en este aspecto. Sigue habiendo excepciones, por supuesto, que suelen producirse en cierto tipo de programas de televisión poco escrupulosos.
No sé hasta qué punto puede haber influido el hecho de que la tragedia se haya producido en un lugar innacesible, pero yo me quedo con la idea de que se ha respetado el derecho a la intimidad y a la propia imagen de los protagonistas involuntarios de la catástrofe y que se ha respetado el dolor y el sufrimiento de las familias, tal como reclama el Colexio. Sé bien que no siempre es fácil trazar límites –sobre todo en la cuestión visual– pero se trasluce una clara intención de respetar, al menos, los más definibles. Y evidente es que se tiene que preservar la intimidad de las víctimas y los familiares de los afectados por situaciones tan dramáticas como la que están viviendo estos días.
Hay ocasiones en las que colisiona el derecho a la información, fundamental en una sociedad democrática y abierta, con otros derechos como el de la intimidad. Seguirán corriendo ríos de tinta y montones de sentencias judiciales al respecto, porque la prevalencia de un derecho sobre otro es a veces difícil de objetivar.
Por fortuna, la sociedad es ahora mucho más sensible a estos temas. Las situaciones nuevas que plantean internet, las redes sociales y el uso masivo de aparatos electrónicos (tabletas, teléfonos inteligentes) contribuyen a alimentar el debate crítico sobre el respeto a la privacidad, tanto por el prójimo como por los medios de comunicación.
Un ejemplo: con el accidente aéreo se difundieron «tuits» insultantes hacia las víctimas, obra de algunos descerebrados sin fronteras. La prensa los reprodujo y, con ello, amplificó la estupidez y se convirtió en involuntaria partícipe del despropósito.
Sin perjuicio de la ineludible necesidad de poner orden en el territorio digital, también los medios deberán reflexionar sobre su función en situaciones similares. Una cosa es que un memo escriba salvajadas en twitter (y se le responsabilice penalmente por ello) y otra muy distinta reproducirlas, por ejemplo, en el telediario de las tres.
Capítulo aparte merece, sin embargo, el conocimiento de la vida del copiloto del airbus. En este caso, con 150 muertos sobre sus espaldas, las investigaciones han de llegar al fondo más oscuro de su trayectoria vital (y psiquiátrica). Y la opinión pública, a través de los medios, tiene derecho a conocer hasta el más ínfimo detalle. Faltaría más.