PP, convención de vuelo raso

Ayuso esperará a que Casado se hunda con una segunda derrota, si tal cosa sucede, que sigue siendo lo más probable a pesar de las encuestas amigas

Que en esta España adentrada en el siglo XXI los partidos políticos no dan la talla es algo poco discutido; también sus dirigentes, que no suelen ser siquiera los menos mediocres de la camarilla que los comanda.

A diferencia de otros muchos países con deberes y desafíos por delante menos ingentes que los de esos lares, a las cúpulas de los partidos les interesa el poder como un bien del que se disfruta. Algo así como llegar a la cima después de un arduo ascenso y una vez allí procurar por todos los medios mantenerse en ella no por aclamación o aprobación popular sino a base de impedir que los otros ocupen su lugar.

O sea, que el poder ya no es conceptuado como un instrumento para mejorar el bienestar de la sociedad a la que se supone servir sino como un fin al servicio de la propia satisfacción.

Tanto en sus palabras como en sus propuestas y decisiones, los políticos se ciñen al efecto inmediato que pueden ejercer sobre dos factores. El primero y principal, mantener la fidelidad de quienes les han votado. El segundo, arañar votos en los segmentos del electorado susceptibles de votarles aunque sea por considerarles menos malos que a los del lado.

El Congreso de los Diputados. EFE

Es lo propio de los juegos de suma cero. 350 escaños en total, la mitad más uno para conquistar la cumbre de la mayoría. Lo demás se queda no ya en segundo plano sino detrás de un incierto y brumoso horizonte. Total, el futuro cuanto más lejano más está está por escribir y es más impredecible y volátil el medio y no digamos el largo plazo que lo inmediato.

Teniendo en cuenta dichos parámetros, compartidos por la mal llamada clase política, en realidad una casta, el objetivo de la Convención del PP estaba bien planteado: conseguir que España vote en las próximas generales como Madrid hizo en las pasadas autonómicas.

¿Qué hay que hacer para lograrlo? Pues muy sencillo, comerse a Ciudadanos y contener a Vox. Claro está, aunque se olviden de ello los partidarios de vender ilusiones a pesar de las cifras, que Ayuso disponía de un enorme espacio de centroderecha para deglutir.

En efecto, en el 2019, C’s obtuvo un 20% de los votos y el PP un 22% mientras que tras el adelanto electoral de este mismo año, C’s se quedó fuera de la Asamblea y el PP rozó el 45% de los votos mientras Vox, que ya estaba en el 9%, no llegaba al 10%.

En cambio, la parrilla de salida en la que se encuentra Casado es bastante menos halagüeña, puesto que parte de un similar 21%, el peor resultado del partido, pero a diferencia de entonces la Comunidad de Madrid, C’s no llega al 7% mientras VOX supera el 15%.

El presidente del PP, Pablo Casado, en la Convención Nacional del partido en Valencia. EFE/ Manuel Bruque

La fórmula Ayuso pues, aún siendo la única que se plantea en el PP, no resulta ni de simétrico ni de fácil traslado. Aún conteniendo a Vox y dejando a Ciudadanos fuera del circuito, el rédito puede dar, a lo sumo, para alcanzar el 28% actual del PSOE. No para mucho más. En otras palabras, en la actualidad, la suma de las tres derechas se encuentra a más de 30 escaños de la mayoría absoluta.

Desafío mayúsculo, el de arrancar unos millones de votos de fuera del perímetro señalado y reforzado en la convención. Pero en fin, por algo hay que empezar y no hay más cera que la que arde.

La fórmula Ayuso, aunque es la única que se plantea en el PP, no resulta ni de simétrico ni de fácil traslado al ámbito nacional

Siguiendo al pie de la letra la triple pauta de la inmediatez, el refuerzo y del propio terreno y la erosión del contrario, aunque absteniéndose de formular cualquier proyecto para España considerando con razón que nadie lo iba a echar en falta, los preparativos de la convención procuraron, y consiguieron, sumar nombres significativos provenientes en primer lugar del centro y en segundo de la extrema derecha.

Otra cosa es lo que dijeran y las polémicas que ocasionaran, ya sea por las leccioncitas condescendientes del multicondenado Sarkozy, por la ofensas a los indígenas de Aznar (a quien se le podría recomendar la lectura de Los cinco soles de México de Carlos Fuertes) o por la puesta en cuestión de la democracia latina a cargo de Vargas Llosa. A lo peor, según ha trascendido de voces del partido, los desatinos incluso les vienen bien.

Aunque sin duda la atención mediática y hasta de mirones morbosos iba a estar centrada, y lo estuvo, en el protagonismo de Isabel Díaz Ayuso, que amagaba con estar o ausentarse, apoyar o zancadillear, en un hábil juego de encuentros con los focos e intencionados claroscuros.

A mayor suspense, más espectacular el final. La presidenta madrileña puso el broche de oro a un convención de aleación, si bien no de alineación ligera. Casado, en posesión de todas las cartas, incluidas las de la una comedida sintonía con VOX, ya no tiene rival en la sombra.

Ayuso no va a desgastarle cual gota malaya. Esperará, eso sí, a que se hunda con una segunda derrota, si tal cosa sucede, que sigue siendo lo más probable a pesar de las encuestas amigas. Y más a pesar de la necesidad objetiva de que alguien, y ese no va a ser Pedro Sánchez, se apee de la inmediatez y emprenda reformas estructurales en profundidad, valientes y a largo plazo. 

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