Postperiodismo

Está claro que no ha sido el primer caso. Mucho me temo que, por desgracia, tampoco será el último. No obstante, me parece evidente que el gran escándalo periodístico del «caso Nadia Nerea» es un fiel exponente de lo que, en estos desgraciados tiempos de lo que desde Oxford han dado en denominar postverdad, ha venido a convertirse lo que en lógica correspondencia deberíamos calificar como postperiodismo.

«Que la verdad no te estropee una buena noticia» es una cínica frase de sobras conocida, a lo que parece de autor anónimo pero atribuible a cualquier editor sensacionalista. Sin duda es esta una frase que corresponde de manera poco menos que perfecta a un caso como el de la contrarrealidad creada por una larga serie de reconocidos profesionales del periodismo de importantes medios de comunicación españoles, tanto audiovisuales como escritos, alrededor de una historia de indudable impacto emocional y sentimental, pero que era del todo punto inverosímil e insostenible desde cualquier perspectiva mínimamente racional.

Una historia que reunía sobradamente todos los elementos necesarios para fabricar un relato útil para el «infoentretenimiento», esto es para la supuesta información convertida en pura y simple mercancía para el entretenimiento de las masas, y por consiguiente para la obtención de mejores audiencias.

Repito que no es el primer caso ni por desgracia será el último. Pero el «caso Nadia Nerea» es particularmente escandaloso, como lo fue en su día el «caso de las niñas de Alcàsser», porque afecta a una menor, sin duda alguna la principal y definitiva víctima de este escándalo, pero también porque destacados profesionales del periodismo, y con ellos importantes medios de comunicación, han dado pábulo a una historia increíble, sin contrastar ninguno de sus elementos básicos y mucho me temo que con la sola voluntad de granjearse mayor número de lectores o espectadores mediante el fácil recurso del sensacionalismo y la emotividad.

En unos tiempos como los actuales, con una cada vez más evidente saturación de la información provocada tanto por la proliferación del número de medios de comunicación como por la inmediatez de sus mensajes, se suelen atribuir a las cada vez más potentes redes sociales todo tipo de defectos porque mucho de lo que difunden no se corresponde con la realidad de los hechos. Buen ejemplo de ello se ha dado en las recientes elecciones presidenciales de Estados Unidos, en las que la postverdad se ha convertido en un arma de gran utilidad, en especial para los intereses electorales de Donald Trump.

No obstante, el «caso Nadia Nerea» poco o nada tiene que ver con las redes sociales. Se trata de un caso nacido, creado, difundido y expandido desde todo tipo de medios de comunicación convencionales, ni tan siquiera desde algunos programas radiofónicos o televisivos de carácter más o menos sensacionalista sino también desde espacios informativos e incluso desde las páginas de periódicos de indudable prestigio.

Se han saltado todas las normas más elementales del periodismo. De ahí que las autocríticas se hayan generalizado. Pero es necesario que el «caso Nadia Nerea» sirva de escarmiento para que el periodismo no se rinda a la postverdad, para que no sea postperiodismo.