Nada que reparar ni restituir en Cataluña
Las elecciones autonómicas, además de recuperar la normalidad democrática en Cataluña, brindan un retrato de la realidad política y avanzan lo que ocurrirá
No descubro nada nuevo si afirmo que el victimismo ha sido y es una de las condiciones de posibilidad de la existencia, auge y consolidación del nacionalismo catalán. No la única causa, pero sí un factor de singular importancia.
Al nacionalismo catalán, el victimismo le aporta justo lo que necesita: un enemigo –España– que laminaría la identidad y la lengua catalanas, que derruiría el modelo educativo catalán, que explotaría fiscalmente a Cataluña y los catalanes. Una España –suma y sigue– que no reconocería el derecho a decidir de los ciudadanos de Cataluña, que reprimiría cualquier manifestación de libertad del pueblo de Cataluña, que no respetaría la división de poderes con el objetivo de castigar y someter –ahí están los presos políticos y los exiliados, dicen– cualquier manifestación democrática en Cataluña.
Ello ha impulsado una teoría general de la conspiración –todos contra Cataluña: Estado, Monarquía, Gobierno, Justicia, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, Partidos, Banca, Ibex 35, Conferencia Episcopal Española, Federación Española de Fútbol, Prensa–, así como una cultura de la queja y del agravio, en la que destaca el artículo 155 de la Constitución, resumen y compendio de la España intervencionista y represora que impediría la libre expresión del pueblo de Cataluña.
El nacionalismo catalán dinamitó de un plumazo el Estatuto y la Constitución; el Estado de derecho solo tenía una opción
Niego la mayor. La aplicación del artículo 155 de la Constitución ha permitido que la normalidad democrática retorne a Cataluña. Si el nacionalismo catalán dinamitó de un plumazo el Estatuto y la Constitución los días 6 y 7 de septiembre, si el nacionalismo catalán se llevó por delante la legalidad democrática con la Declaración de Independencia del 27 de octubre; si esa es la realidad que nos depararon las tres jornadas citadas de infausta memoria, el Estado de derecho solo tenía una opción: la defensa de la legalidad democrática y constitucional. De ahí, el 155.
Dejando a un lado otros asuntos y cuestiones, el 155 ha tenido la virtud de celebrar las elecciones autonómicas que el valiente Carles Puigdemont –en otra jornada de infausta memoria– no se atrevió a convocar antes de fugarse a Bruselas para convertirse en holograma.
Las recientes elecciones autonómicas, además de recuperar la normalidad democrática y el orden constitucional en Cataluña, son interesantes por dos razones: porque brindan un retrato de la realidad política; porque avanzan lo que probablemente ocurrirá en la política catalana. Vayamos por partes.
El retrato:
1. Ciudadanos es el primer partido en votos y escaños.
2. El secesionismo gana en escaños, pero pierde en votos.
3. En las últimas tres elecciones –que corresponden a la marea independentista: 2012, 2015 y 2017– el secesionismo ha ido reduciendo el número de escaños y el porcentaje de votos.
4. Dato que retener: el porcentaje de votos secesionistas en 2017 es del 47,5%, el peor de todo el quinquenio negro secesionista.
Lo que probablemente ocurrirá:
1. El gobierno de la Generalitat administrará una Autonomía de acuerdo con lo que establece la Constitución y el Estatuto.
2. No se reparará nada ni se restituirá a nadie de forma real y efectiva.
3. Seguramente –con dificultades y tiranteces– habrá un gobierno nacionalista –JPC y ERC con el apoyo activo o pasivo de la CUP y/o alguna otra fuerza política: ¿un pacto de perdedores? – que abandonará –necesidad virtud– la unilateralidad.
4. Todo ello, porque no quieren que el Estado implemente otra vez el 155 en Catalunya.
5. Porque no quieren ser investigados, imputados, multados o encarcelados de nuevo.
6. Porque no tienen la mayoría suficiente para proseguir con la ficción secesionista.
La aventura de Puigdemont tiene fecha de caducidad: el (ex)presidente de opereta se está cociendo en su propia farsa
El primer obstáculo (momentáneo): Carles Puigdemont y su obsesión por la “rectificación”, “reparación” y “restitución” que no llegará. Un Carles Puigdemont que juega contra sus propios intereses, los de su partido, los del futuro gobierno de la Generalitat y los de la ciudadanía de Cataluña.
En cualquier caso, la aventura de Carles Puigdemont tiene fecha de caducidad. El (ex)presidente de opereta se está cociendo en su propia farsa.