Por qué se desencadenará otra vez el «proceso» en Cataluña
El politburó secesionista desencadenará otra vez el "proceso" pese a saberlo condenado al fracaso porque este le permite victimizarse de nuevo y conservar el poder
Las recientes elecciones autonómicas celebradas en Cataluña nos devuelven al inicio del “proceso”. Esto es, un nacionalismo que se queja de la judicialización de la política –recordemos la sentencia del Tribunal Constitucional de 28 junio de 2010 que lima las asperezas del Estatuto de Autonomía– y caldea el ambiente con la manifestación del día 10 de julio de 2010 bajo la pancarta “Somos una nación. Nosotros decidimos”.
Entonces, se manifestaron los sentimientos, los deseos, las fantasías y la ansiedad –añadan la frustración y el resentimiento– que propician la acción.
La calle a rebosar. El pueblo catalán, decían. Aplausos, consignas, vítores. Ni un paso atrás. No nos pararán. Obnubilación. Delirio de grandeza. Despropósito. Egolatría. Megalomanía.
Lo volverán a hacer
Una década después, la historia se repite. Una mayoría minoritaria –el 27 % del censo electoral: ¿quién puede creerse el tramposo argumento del 50 % de los votos– sueña, de nuevo, con la ficción independentista de amargo recuerdo. Y, prietas las filas -¡amnistía!, ¡autodeterminación!–, se disponen a conquistar la República Catalana. El mandato del 1-O, dicen.
(Entre paréntesis: ahí tienen ustedes el crecimiento desacelerado del voto independentista: en 2017 obtuvieron 2.079.380 votos; en 2021 han obtenido 1.358.909 votos)
Ahora, la independencia no tiene prisa. No hay que cometer errores. Hay que ir sobre seguro. Primero, hay que gobernar –sea cual sea el compañero de viaje– y acumular fuerzas hasta que llegue la coyuntura propicia para desencadenar el nuevo “proceso”. Y mientras se gobierna, hay que conseguir el indulto de los presos, la reforma del Código Penal, nuevas competencias y, sobre todo, una buena tajada de los fondos europeos.
Ahora, la independencia no tiene prisa. No hay que cometer errores. Primero, hay que gobernar –sea cual sea el compañero de viaje– y acumular fuerzas
Si hay que pasar página –momentáneamente, claro está–, se pasa. Si hay que colaborar con el Estado mientras dure el interregno, se colabora. Pasar página, pero sin cambiar el libro de la independencia. Colaborar, pero con la dosis necesaria y suficiente de deslealtad institucional y constitucional –también, desobediencia– que requiera la coyuntura.
Hay que evitar que el ambiente se enfríe. Hay que tener a la masa en perfecto estado de movilización. ¿Por qué no empezar ya con la crítica y posterior ruptura de una mesa de diálogo que no acepta el referéndum ni el traspaso de una competencia que permita que la Generalitat convoque referéndums consultivos?
Parafraseando el lenguaje de la física, hay que alcanzar la temperatura de transición de fase o cambio de estado. Esto es, hay que calentar y recalentar el ambiente para que la fiel infantería explosione cuando se abra la ventana de oportunidad –es decir, cuando el politburó secesionista lo crea conveniente– de la independencia. Será entonces cuando lo volverán a hacer. ¿Por qué? ¿Para qué? La respuesta, al final.
Detengámonos antes en esa condición de posibilidad –es una manera de hablar– del “proceso” que es la masa y la sociedad secesionista.
Sin la masa no hay proceso
Sigmund Freud, adelantándose a Elias Canetti, señala la irracionalidad y desinhibición de la masa. Wilfred Totter reconoce la existencia del “instinto gregario”. A partir de ahí, el médico vienés sostiene que la masa actúa y se mantiene unida gracias a las “relaciones de amor” y los “lazos emocionales”. El amor a lo propio se combinaría con el odio a lo ajeno (Psicología de las masas y análisis del yo, 1921). Eso es el “proceso”.
Finalmente, Elias Canetti: “de pronto aparece… el movimiento de unos contagia a los otros… la masa que quiere experimentar ella misma el supremo sentimiento de su potencia… la masa nunca se siente satisfecha… la destrucción de una jerarquía que ya no se reconoce” (Masa y poder, 1960). Así echó a andar el “proceso” y así volverá a hacerlo.
El calentamiento y recalentamiento de la masa –el mandato del 1-O, el derecho a decidir, la represión del Estado, los presos o la República Catalana– explicaría que buena parte de una sociedad avanzada y desarrollada apueste por la ficción de la independencia con todo lo que ello implica: fractura social, inseguridad jurídica y desastre económico.
Sin la sociedad secesionista no hay `proceso´
La clave del “proceso”: la masa –la multitud– se ha de transformar en una sociedad estructurada y organizada que siga las instrucciones del politburó secesionista.
Una sociedad que confunda el mundo secesionista con el pueblo de Cataluña, que perciba la legalidad como un muro de incomprensión y rechazo, que conciba la deslealtad institucional y constitucional como un acto de dignidad, que crea que la República Catalana sería un ejemplo de convivencia ciudadana, justicia social y prosperidad económica.
Una sociedad aquejada de un “narcisismo primario” (Sigmund Freud) que hace que el individuo –también, la nación– se tome a sí mismo como objeto de amor al estar convencido de la verdad de sus pensamientos, acciones y deseos. Un pensamiento egocéntrico y sociocéntrico que, a la manera de Jean Piaget, convierte el independentista en una suerte de niño –mimado– que no distingue su yo del mundo exterior.
Una sociedad con delirios de grandeza –delirium: desatino, extravagancia, alejarse del surco– que remite al pensamiento desiderativo de José Luis Pinillos (Pensamiento desiderativo en la comunicación social, 1977) que habla de “realizaciones imaginarias, desiderativas, de las pulsiones instintivas”.
Una sociedad que juega a ser Estado y rehúye la realidad en favor de la certeza decretada. Una sociedad que quiere redimir el “yo” frustrado, herido y vejado. Un ego inflexible y dogmático. Una autoestima elevada. La arrogancia y altivez que quien se siente humillado ante cualquier crítica y carga siempre la culpa al otro.
¿Por qué? ¿Para qué?
A la transición de fase o cambio de estado necesarias para “volverlo a hacer”, se llegará cuando la masa y la sociedad secesionista estén suficientemente calentadas o recalentadas y, sobre todo, cuando al politburó secesionista le interese hacerlo. Un par de variables que pueden tener su peso o contrapeso: la acumulación de fuerzas y la gestión de las legislaturas posteriores a la implosión secesionista de 2017.
Desencadenar otra vez el “proceso”, ¿por qué? y ¿para qué? El politburó secesionista sabe que el “proceso” ha fracasado y muy probablemente volverá a fracasar, porque el Estado resistirá el golpe a la democracia como lo hizo en 2017. Pese a ello –una vez comprobado que la sociedad secesionista sigue tan narcotizada como lo estuvo en 2017–, lo intentará de nuevo.
Un nuevo fracaso permite victimizarse de nuevo y conservar el poder hasta la próxima oportunidad. Ni un paso atrás. No nos pararán. El Teatro Nacional de Cataluña.
A corto o medio plazo –decía– el fracaso está asegurado. Pero, el fracaso –en una coyuntura en que la independencia es imposible– es lo que busca el politburó secesionista para sobrevivir.
Un nuevo fracaso permite victimizarse de nuevo –la judicialización de la política, la represión del Estado, el derecho a decidir, el mandato del 1-O y la República Catalana– y así conservar el poder –gobierno, cargos, sueldos, privilegios– hasta la próxima y definitiva oportunidad. Ni un paso atrás. No nos pararán. El Teatro Nacional de Cataluña.