Por qué Rajoy no es como Puigdemont
Rajoy responde por carta a Puigdemont con el mensaje de que el 155 de la Constitución permitirá "la restauración de la legalidad en la autonomía"
La situación se complica. El ingreso en prisión de Jordi Cuixart y Jordi Sànchez es un acicate para el soberanismo, que no quiere atender a las razones, sino al hecho en sí, como un icono de una supuesta revolución democrática, frente a un supuesto estado dictatorial. Ese es el mensaje que se ha propagado y que no se dejará de repetir a partir de ahora. ¿Pero qué es lo que está pasando? ¿Por qué Rajoy no es como Puigdemont?
La carta de respuesta de Rajoy a Puigdemont evidencia algunas cuestiones que deberían quedar claras, pero que para la sociedad catalana, para esa parte central que ha abrazado el soberanismo, no lo está. Tampoco para muchos ciudadanos catalanes que, viviendo en el extranjero, consideran que el Gobierno español ha perdido los papeles y se ha convertido en un ejecutivo autoritario y que difunden sus mensajes en las redes sociales.
Rajoy no tiene ningunas ganas de aplicar el artículo 155 de la Constitución, pero todo camina en esa dirección
Rajoy es un hombre prudente. Este lunes estuvo en Pontevedra. Quería estar en su tierra, que vive un auténtico desastre, con los incendios provocados. Ese fue un mensaje. También quiere estar en los territorios que necesitan un apoyo del Estado. Pero previamente ofreció otro mensaje a Puigdemont, con un tono moderado, que denota que Rajoy, pese a lo que difunde el soberanismo, no tiene ningunas ganas de aplicar del artículo 155 de la Constitución.
Lo constató con una idea que marca una frontera clara entre lo que ha impulsado el gobierno catalán y el gobierno español. Pese a los excesos en las cargas policiales del 1-O, pese a la torpeza del propio Rajoy en los últimos años, con una parálisis política clara, quien rompe las reglas del juego es Puigdemont y el bloque soberanista los días 6 y 7 de septiembre, con una vulneración de los derechos de la oposición en el Parlament, y con la aprobación de dos leyes que vulneraron la Constitución y el Estatut.
Eso es así. Pero el independentismo no quiere verlo. También es clara la naturaleza del artículo 155 de la Constitución, que sería bueno que no se llegara a aplicar. Sería bueno, precisamente, que el propio gobierno catalán tuviera el coraje de rectificar para recuperar la posibilidad de un diálogo franco.
Rajoy defiende el estado de derecho para todos los españoles y catalanes, Puigdemont lo vulnera
Rajoy lo plasma en la carta: “En contra de lo que usted afirma, no implica (el 155 de la Constitución), la suspensión del autogobierno, sino la restauración de la legalidad en la autonomía. Pero, ante todo, el requerimiento es una oportunidad para reconducir el grave deterioro de la convivencia que se vive en Cataluña, para que la Generalitat vuelva a la ley y, a partir de ahí, se recupere la normalidad institucional entre administraciones”.
Todo eso es cierto. Pero si no se quiere ver, no se verá. Y será la política, la capacidad de trasladar determinados mensajes al conjunto de la sociedad, la que acabe determinando la dirección de los acontecimientos.
Una buena parte de la sociedad catalana no quiere ver. Puigdemont es uno de ellos, aunque, al final, pueda corregir el rumbo convocando unas elecciones que podrían suponer una salida a corto plazo.
Existe un debate latente de por qué se ha llegado hasta aquí, y las culpas se pueden dirigir en una u otra dirección. Pero, con toda la legitimidad del mundo respecto al independentismo, un proyecto político respetable, lo que parece razonable es decir que no se puede impulsar algo tan importante y tan divisivo –lo es, por fuerza, porque plantea una disyuntiva drástica—como la independencia de un país vulnerando la legalidad y los derechos de la oposición –que representa en el Parlament a más de la mitad de la población catalana– .
Por ello, en estos momentos, Rajoy no es como Puigdemont. Uno defiende al conjunto de los españoles –también a los catalanes—con un estado de derecho, y el otro se ha saltado la ley sin argumentos para sostener prácticamente nada de lo que dice.