¿Por qué Margallo fascina a los empresarios catalanes?
Hotel Majestic. El mismo escenario en el que José María Aznar y Jordi Pujol firmaron el acuerdo de gobernabilidad en 1996. Una cena. Una veintena de empresarios, ejecutivos y directivos de sectores muy diversos, todos ellos enfocados a la internacionalización. Un intermediario, amigo del ponente: Jordi Casas, veterano dirigente de Unió Democràtica, y un hombre fundamental de CiU en Madrid durante muchos años. ¿El invitado? José Manuel García Margallo, ministro de Exteriores, con una larga trayectoria como diputado y eurodiputado del PP. ¿Cuestionario previo? Ninguno, dispuesto a debatir sobre las relaciones entre Catalunya y el resto de Espana, sobre los problemas de la empresa catalana o sobre la supervivencia de la zona euro.
La cena tuvo lugar el pasado lunes, después de que Margallo hubiera protagonizado otros encuentros, en un desayuno con el Consorcio de la Zona Franca, y en un almuerzo posterior en la Cambra de Comerç. La presencia de Margallo obedecía a una ofensiva del Gobierno del PP que ha comenzado a reaccionar para resolver el choque político e institucional entre el Ejecutivo de Mariano Rajoy y la Generalitat. El mismo día llegaba la ministra de Fomento, Ana Pastor, invitada en el Foro Puente Aéreo, formado entre empresarios madrileños y catalanes, con el añadido del diputado de CiU en Madrid, el democristiano Josep Sánchez Llibre.
En la misma semana se producía el encuentro de Mariano Rajoy con el presidente de la Caixa, Isidro Fainé y el presidente del Grupo Godó, Javier Godó, en la Moncloa. Todo un esfuerzo concentrado para recomponer relaciones y vislumbrar soluciones políticas y económicas, ante la gravedad de la crisis.
La cena en el Majestic con Margallo, sin embargo, es significativa por su propio desarrollo. El ministro fascinó a los presentes, con una visión internacional muy propicia para los intereses de la economía catalana. El encuentro, sin embargo, no despejó todas las dudas que los empresarios, y el poder político catalán mantienen sobre cómo salir esta vez de la crisis, al margen de resolver por una vez el encaje de Catalunya en el Estado español.
Porque esa es la incógnita que el PP, y en su día el PSOE, no ha resuelto. Margallo se refirió ante los asistentes, –representantes del sector químico, metalúrgico, farmacéutico, o de los servicios financieros, todos ellos entre 40 y 55 años– a la necesidad de que Europa avance, con todas las consecuencias, hacia una mayor unidad política y fiscal. Y defendió que España está haciendo todos los esfuerzos para reorientar su modelo productivo, enfocado, por fin, hacia el sector exterior.
Margallo les habló de que las penalidades de España en estos momentos tienen un sentido, y de que el Gobierno sabe el camino que se ha de seguir. Les aseguró que el Ejecutivo está dispuesto a reorientar todo el aparato administrativo. Y que toda España está en un proceso de profundas reformas, con el objeto de ser, de una vez, un país más serio y respetado, primero en el seno de la zona euro, y, como producto de ello, en el concierto internacional.
Esa música gusta al empresario catalán, al directivo de multinacional, al ejecutivo de la empresa familiar catalana, que desea a España como plataforma en el escenario internacional, como suministradora de servicios diplomáticos y financieros para ser fuertes en el contexto de globalización.
Pero, entonces, surgen las dudas. Esos empresarios, que siguen recelando del proyecto soberanista del President Artur Mas, desearían hechos concretos. La idea compartida por las patronales, las pequeñas y medianas empresas catalanas, y por los dirigentes políticos catalanes, al margen de su mayor o menor sensibilidad por la independencia de Catalunya, es que España sólo podrá salir de la crisis si reorienta su economía a favor del eje mediterráneo. Si invierte lo poco que pueda en el corredor mediterráneo, en las conexiones ferroviarias de los puertos de Barcelona y Tarragona, si favorece el tejido exportador, o si mejora la financiación de las administraciones públicas de Catalunya, Valencia, Murcia y Baleares. Y todo eso sólo puede ir en detrimento del poder de los grandes conglomerados empresariales concentrados en Madrid, que viven de la concesión pública.
La cuestión es que Margallo, un valenciano de mundo, lo sabe. Por eso fascina, por su preparación y su ausencia de prejuicios. Pero Margallo no puede hablar en nombre de todo el PP.
Por ello, algunos de los presentes en esa cena, pese a salir contentos y esperanzados, señalaron que habían perdido la fe en CiU, pero que no acababan de fiarse del PP.
La ofensiva del Gobierno, sin embargo, se mantendrá, consciente de que, esta vez, se la juega de verdad en Catalunya.