Si usted es alguien que ya sabe de economía, no es necesario que siga leyendo. Este artículo va destinado a aquellos que no son expertos en el tema y que de vez en cuando me hacen la siguiente pregunta: ¿Por qué estamos tan mal?.
Pues bien, imagínese que el Estado español es como un transatlántico de gran tonelaje. El barco zarpó de un puerto (llamado Euro) hace ya más de una década. Desde entonces tomó un rumbo que nos tenía que llevar a la tierra de la prosperidad y de la abundancia, pero en cambio nos está llevando directamente a un peligroso remolino. Un inmenso remolino en el que ya se han precipitado los barcos de Grecia, Portugal e Irlanda.
El bajo precio del combustible (es decir, los bajos tipos de interés) nos ha permitido surcar el mar a toda máquina y quemar más combustible (gastar más dinero) de lo que había en nuestros depósitos. Un combustible que hemos tenido que pedir y que otras naves nos han tenido que dejar (nos hemos endeudado).
Por el camino hemos avistado la popa de embarcaciones tan grandes como Italia y tan avanzadas como Francia. Hemos hecho sonar la sirena de forma presuntuosa, haciendo como que los íbamos a pasar. Sin embargo, estos dos grandes barcos siempre nos han superado en tamaño y estabilidad y miraban de reojo nuestras maniobras.
Hay una parte de la tripulación técnica (economistas independientes como Gonzalo Bernardos, por ejemplo) que avisan desde hace años que nuestro motor es obsoleto y que deberíamos cambiar de modelo de combustión. Pero este cambio de modelo no es fácil, tanto por la inercia de la nave, como por la forma de trabajar del personal. La tripulación no está habituada al mal tiempo y los dos capitanes que ha tenido el transatlántico siempre han temido a la rebelión y el amotinamiento.
El primer capitán tardó mucho en admitir que nuestra trayectoria era incorrecta. Cuando se dio cuenta ya era demasiado tarde y algunas peligrosas corrientes habían empezado a aparecer por la proa. Pero en lugar de cambiar de rumbo con mano firme y vigorosa, se limitó a aminorar la marcha. Después de un tiempo de recibir embates por babor y estribor, y cuestionado tanto por su tripulación como la contraria, se vio obligado a renunciar antes de tiempo.
El segundo capitán, ha culpado de todos los males al capitán anterior, pero ha seguido con una dirección que no nos aparta mucho del desastre. Hacerlo supondría admitir que no sabe cómo gobernar la nave y ya ha tenido que enmendarse demasiadas veces (no tenía que subir el IVA, por ejemplo).
Lo peor de todo es que para poder salir del remolino que se avecina, necesitaremos más combustible. Un combustible que no tenemos (seguimos gastando más de lo que entra en las arcas públicas), un combustible que nos cuesta muy caro (prima de riesgo), un combustible difícil de recibir porque quien lo suministra corre el riesgo de caer al abismo con nosotros (negativa de Mario Dragui a comprar deuda de los estados miembros).
El torbellino nos está a punto de engullir y falta muchísima gente en la sala de máquinas. Pero en cambio veo una multitud en la cubierta. Unos tomando el sol, ajenos adonde nos dirigimos. Y los otros protestando porque el capitán les ha pasado de la carta al menú sin agua ni postre incluidos.
¡Qué lástima de barco y de tripulación!. ¡Qué lástima!.