Por qué España rechaza la energía nuclear
En España no se tiene consciencia de que la energía nuclear es imprescindible para satisfacer la demanda y favorecer el crecimiento y la competividad
A caballo entre los 80 y 90 del siglo pasado, la caída del Muro y el descrédito del socialismo –de alguna manera contagiado también por el derrumbe del comunismo- condujo a la crisis –probablemente irreversible- de los entonces denominados discursos emancipatorios.
El vacío dejado por el comunismo y el socialismo encumbró a los llamados movimientos sociales –su origen puede localizarse en los 60 y 70 del siglo pasado- entre los cuales se encontraban el pacifismo, el ecologismo y el feminismo. Unos movimientos sociales que aspiraban a cambiar la vida para transformar la sociedad.
Acomódate como puedas
Vale decir que los restos del naufragio comunista y socialista –un ejercicio darwiniano de adaptación al medio: acomódate como puedas y corre- se apoderaron del discurso de los nuevos movimientos sociales.
De ahí, surge la Izquierda Unida verde, blanca y violeta que congela el Partido Comunista. De ahí, surge el PSOE “buenista” de un José Luis Rodríguez Zapatero que postula la “libertad real”, la “democracia progresista y solidaria”, el “ideal moral”, la “ambición ética”, un “nuevo estilo” y una “realización personal”.
De esta autoayuda socialista se alimenta hoy un Pedro Sánchez que dice a cada cual lo que quiere oír –más ecologismo, más feminismo, más progresismo, más antifranquismo, más defensa de las clases medias-, aunque incumpla la palabra dada en función de sus intereses inmediatos. Finalmente, Unidas Podemos no es sino la versión transcultural, transversal, integrista y mutable a la vez, cainita y festiva de los nuevos movimientos sociales.
Un movimiento despótico
El ecologismo –no confundan ecología con ecologismo- es una ideología y un movimiento, ya sea en la versión clásica o en la sociopodemita, de vocación fundamentalista y despótica que, a la manera de la religión, se caracteriza por su carácter iluminado (“si continuas así, la Tierra será destruida”), acusador (“eres un depredador”), aterrador (“estás contribuyendo a la extinción de la vida y el planeta”), proselitista (“no consumas y sígueme”) y redentorista (“ese es el camino de la salvación”). Cualquier disidente es, por definición, un negacionista y un biocida. Quizá, un fascista.
El ecologismo es una suerte de bonapartismo ideológico –el bonapartismo verde- que, surgido de una necesidad –es cierto que debemos conservar el medio ambiente–, deviene un autoritarismo empeñado en detener el Apocalipsis y el Infierno que se avecina por culpa de unos seres humanos que han sucumbido a la tentación del productivismo y el consumismo capitalistas.
La diosa sostenibilidad
El ecologismo de ayer y de hoy adora a la diosa sostenibilidad. Una diosa que se preocupa por nosotros y por nuestros descendientes. Por eso, nos dice lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer bajo amenaza de exclusión social. De nuevo, la figura del biocida.
Veamos, ¿quién define nuestras necesidades y en virtud de qué criterio y autoridad? ¿Cuáles de estas necesidades hemos o no de satisfacer? ¿Por qué? ¿Cuáles de estas necesidades hemos de garantizar o no a las generaciones futuras? ¿Por cuántas generaciones futuras hemos de sacrificar nuestras necesidades? ¿Quién conoce las necesidades de las generaciones futuras por las que nos hemos de sacrificar? ¿Se nos puede obligar a sacrificar una parte de nuestras necesidades y el bienestar actual? John Rawls: “la simple ubicación temporal, o la distancia del presente, no son razones para preferir un momento a otro”.
El ‘smog’ ecologista
La diosa sostenibilidad no contesta, pero impone sus propuestas distópicas: entre otras, no al crecimiento, el consumo, los transgénicos, la energía nuclear, las infraestructuras, los campos de golf y un largo etcétera resumido en ese “Deshacer el desarrollo, rehacer el mundo” sugerido por la siempre inefable UNESCO. La diosa sostenibilidad –el bonapartismo verde- hipoteca bienestar, inversiones, crecimiento, desarrollo, trabajo, presente y futuro.
Claro que hay que conservar el planeta. Pero, sin el instinto gregario, sectario, egoísta y retro que caracteriza al ecologismo. Sin ese smog ecologista que también contamina el ambiente.
El retorno nuclear
La Guerra de Ucrania, el alza de los precios del gas y la electricidad, así como la lentitud y dificultades que planetean las energías renovables; todo ello, ha puesto de nuevo sobre la mesa la posibilidad/necesidad de recuperar, o alargar la vida, de las centrales nucleares y la energía nuclear. Mientras la Unión Europea –que contempla la nuclear como energía verde- plantea la hipótesis, el bonapartismo verde español dice que de eso nada de nada.
El retorno nuclear no es muy exigente si tenemos en cuenta que se limita a alargar la vida de algunas centrales nucleares, reforzar los protocolos de seguridad, y seleccionar el emplazamiento de nuevas centrales –garantizando un marco jurídico seguro- por si se diera el caso. Y el caso podría darse –Japón, por ejemplo-, porque la energía nuclear –más allá de la Guerra de Ucrania y sus derivadas- es una fuente energética sostenible e imprescindible –competitiva, no contaminate y barata- para satisfacer la crecinte demanda de electricidad y favorecer las estrategias de sustitución de los combustribles fósiles (Fuente: Fernando Navarrete, dirección, y Pedro Mielgo, coordinación: Propuesta para una estrategia energética nacional, 2011).
Prejuicios y magia
Lo que en la Unión Europea es posible –añadan Estados Unidos y Asia-, en España no lo es. Ello es así, porque en España prevalece un ecologismo fuertemente politizado de aire sesentayochista, porque los argumentos antinucleares no han envejecido como ha ocurrido en otros países, porque no se tiene consciencia de que la energía nuclear es imprescindible para satisfacer la demanda y favorecer el crecimiento y la competividad. En definitiva, porque en España no estamos libres de prejuicios y soluciones mágicas.
¿Por qué en España niega la energía nuclear? La respuesta de Teresa Ribera, Ministra para la Transición Ecológica: nosotros impulsamos una “producción y consumo inteligentes para no volver al pasado”. Al parecer, el decreto/proyecto de ley de ahorro energético –una ley ómnibus improvisada y cosmética que oculta la falta de una política de suficiencia energética que vaya más allá de la corbata- formaría parte de este impulso moderno que no mira al pasado. ¿El pasado? Esa energía nuclear que sería la expresión más acabada del “fanatismo del mercado”.
Ahí tienen ustedes la herencia de una izquierda española woke que asume parte del New Age –ingenuidad, beatería y una alta dosis de oportunismo- del 68. Mientras, Alemania, Raino Unido y Japón vuelven a un pasado mejor.