Por qué el PSOE no puede pactar con el PP
En un salón, en un comedor elegante, el empresario, o el analista bienintencionado, expresa su deseo, o su convencimiento de que lo mejor para España debería ser un acuerdo entre el PP y el PSOE. Las reformas que siguen aparcadas y que serían necesarias se podrían implementar con una gran coalición.
La siguiente palabra que pronuncian es Alemania. Allí sí que los grandes partidos se han sacrificado por el conjunto del país, exclaman. ¿Por qué no en España?
Pero hasta ahora la realidad indica que España ha progresado con dos partidos que, pese a la erosión del sistema político-institucional, han garantizado la necesaria alternancia en una democracia. Lejos de ser ciertas las acusaciones de Pablo Iglesias, sobre la supuesta connivencia de los dirigentes de los dos grandes partidos, lo que ha ocurrido es que tanto el PP y el PSOE han luchado por el poder y han expresado propuestas y modelos distintos. Y eso, aunque parezca negativo, es bueno en una democracia. Es, de hecho, absolutamente necesario.
El sociólogo Ralf Dahrendorf lo explicitó de forma clara. Su máxima es que los partidos, en una democracia, deben estar de acuerdo en muy pocas cosas, en las bases constitucionales –que ya es mucho–. En ellas, «el máximo consenso», pero, en todo lo demás, «el máximo disenso». Eso es lo que garantiza la salud de una democracia, porque los ciudadanos tienen a la vista siempre la alternancia política.
El PSOE, al margen de si le interesa o no, de si debería buscar acuerdos –que lo ha hecho, y lo sigue defendiendo, como ha afirmado Pedro Sánchez– ¿debe pensar más en su partido o en el conjunto de España? O, dicho de otra manera: ¿le ofrece un servicio a España negándose como alternativa, y diciendo sí al pacto que le ofrece Mariano Rajoy, después de haber fracasado su intento con Ciudadanos, y sin conseguir la abstención de Podemos?
En las próximas semanas esa petición será una constante, por parte del PP. La tesis de Rajoy es simple: como ha ganado las elecciones, le pide al segundo que le apoye, y con una gran coalición se podrá gobernar con comodidad y poner en marcha las reformas necesarias. El modelo es Alemania.
Pero, ¿qué ha ocurrido? Voces autorizadas y de prestigio como Hans Kundnani, investigador en el German Marshall Fund, consideran que el consenso del último decenio, con Angela Merkel dominando toda la escena, «ha sido asfixiante». El mensaje ha sido que no había alternativa para nada, ni en la política económica ni en la política para construir otra Europa, ni ahora sobre el conflicto de los refugiados.
¿Dónde está el SPD? Los socialdemócratas no levantan cabeza, integrados en el Gobierno de Merkel, y, aprovechando ese consenso, se ha colado una fuerza política con un enorme potencial desestabilizador: los euroescépticos Alternative für Deutschland (Alternativa para Alemania, AfD).
Los políticos más avispados han comenzado a reaccionar. El líder democristiano de Baviera, Horst Seehofer, crítico con Merkel, lo ha verbalizado: la República Federal de Alemania ha dejado de ser, a su juicio, un Rechtstaat —un Estado de derecho— para convertirse en un Unrechstaat, un término para designar a Estados totalitarios, como la extinta República Democrática Alemana.
Lo que está en juego en España, además del próximo Gobierno del país, es el mapa político y la existencia de una alternativa posible. Y quien mejor lo sabe es Pablo Iglesias, que quiere dejar al PSOE en la estacada. ¿Le interesa a España polarizar cada vez más el debate?
Las urnas, de nuevo, deberán dirimir la gran disyuntiva que se cierne sobre España.