¿Por qué debemos asumir el desbarajuste griego?
¿Quién ha arruinado al Estado griego? ¿Son las políticas de austeridad el gran problema de Grecia? ¿Es culpa de la UE que Grecia tenga un ineficiente sistema fiscal? ¿La UE ha provocado el evidente empobrecimiento de la clases populares griegas? ¿Cuándo el nuevo Gobierno griego amenaza con no pagar la deuda, quién lo hará, quién pagará lo que deben?
Podríamos seguir planteando estas y otras preguntas en relación a lo que puede pasar en Grecia desde la victoria de Syriza, el pasado 25 de enero. Lo cierto es que entre los años 2000 y 2009 los gobiernos griegos acumularon una deuda que en 2009 alcanzaba el 113,4% del Producto Interno Bruto (PIB) y un déficit de 12,7% que posteriormente la Unión Europea (UE) situó en 15,4 %.
Estos datos fueron encubiertos por el gobierno Karamanlis en complicidad con Wall Street. Se manipularon estadísticas oficiales y las irregularidades continuaron sistemáticamente hasta que la nueva Administración del socialista Giorgos Papandreu llegó al poder en octubre de 2009 e hizo una revisión de ambos indicadores. El resto es conocido.
El rescate del 2010, las condiciones impuestas por la Troika y la debilidad del gobierno conservador de Andonis Samarás, que arrancó en 2012, etc. La crisis económica griega se tornó en crisis social y propició el crecimiento de Syriza, la coalición de izquierda radical a la que todos los grupos izquierdistas españoles quieren asemejarse, con un claro discurso antieuropeo. La coalición de Syriza con Anel, el grupo derechista de carácter nacionalista xenófobo, se fundamenta en este argumento contrario a los pactos del anterior gobierno con la UE.
Constituido lo que podríamos llamar el gobierno «de los extremos» después del pacto del día después del 25N, Alexis Tsipras y su ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, han mantenido esta semana una ronda de contactos por Europa para buscar el apoyo de sus socios europeos a su plan de conseguir un alivio de la deuda y acabar con las políticas de austeridad. Por el momento, la respuesta europea ha sido amable pero inflexible ante la posibilidad de que Grecia no cumpla con los compromisos adquiridos en virtud del actual plan de rescate.
Aunque Syriza convoque manifestaciones para demostrar su disgusto ante la respuesta de la UE, la movilización sólo tiene sentido en clave interna. Es una especie de autoconsumo para alimentar la idea de que el nuevo gobierno griego es más inflexible que el anterior ante las imposiciones de la UE. Pero incluso Tsipras sabe que no va a poder cambiar radicalmente lo que ya está pactado: «Queremos corregir este marco, no romperlo», subrayó el mandatario griego en una de sus comparecencias al tiempo que también dejaba claro que era en el marco de la UE donde se debía «encontrar una solución común y viable para nuestros ciudadanos, para nuestra perspectiva común».
¿Cuál es la diferencia entre lo que sostiene ahora Syriza y lo dicho por los grupos ultranacionalistas opuestos a los designios de la Troika? Pues a mi modo de ver el matiz, es que los izquierdistas griegos ya han asumido que deben respetar las reglas de la UE si quieren preservar realmente su objetivo de que se respete la soberanía griega y el claro mandato que les dio el pueblo al encumbrarles hasta lo más alto del poder. Tsipras y Varoufakis saben que si Grecia sale de la UE puede que recupere esa parte de la soberanía perdida, con lo que daría satisfacción a sus aliados de la derecha, pero seguro que también se hundiría en una miseria mucho mayor a la actual. Todos los Estados miembros de la UE tienen asumido, aunque finjan lo contrario, que pertenecer al «club» europeo conlleva una pérdida de soberanía.
Dentro de la UE existe, sin embargo, un margen de soberanía en muchos aspectos, incluidos los fiscales. Lo planteaba el ministro de economía alemán, el socialdemócrata Sigmar Gabriel, al apuntar en una entrevista concedida a la revista Stern que es falso lo que asegura el nuevo gobierno griego sobre que su país ha sido víctima de la Comisión Europea y la Troika: «Grecia es víctima de sus propias élites políticas y económicas. Ellas saquearon el país». Este es el meollo de la cuestión. Controlar la evasión fiscal es cosa del gobierno de turno y no de la UE. Ahí Syriza tiene mucho campo por recorrer.
Claro está que la culpa de que los ricos no paguen impuestos en Grecia no es ni de Syriza, ni de Tsipras, ni de su ministro de Finanzas, salido directamente de la universidad norteamericana de Texas. La culpa se reparte a partes iguales entre los socialistas del Pasok y los conservadores de Nueva Democracia que se han alternado en el poder durante años desde la caída de la dictadura en 1974. El error de Syriza es querer que las consecuencias financieras del desbarajuste interno griego sean asumidas por los ciudadanos de otros países de la UE. Eso es lo que no se puede admitir. La soberanía se demuestra poniendo orden en los asuntos internos sin necesidad de inventarse un enemigo externo.
En Grecia la crisis económica ha derivado, es verdad, en una crisis humanitaria porque muchas familias no disponen de los servicios mínimos para vivir decentemente. Este es el gran argumento del ex profesor tejano Varoufakis para pedir que la UE trate a los griegos con la generosidad con la que se trata a los refugiados que huyen de una guerra o como se trató a Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Y no le falta razón, aunque la comparación sea inexacta históricamente. Lo que el petulante ministro deberá asumir en breve es que si le pides ayuda a alguien, quien te la de va a exigirte condiciones. Y eso vale tanto para la UE como para Rusia, que es el posible nuevo aliado con el que amenazaron los de Syriza al principio de la gira europea.
Leí en no sé donde que Varoufakis y Tsipras se parecían un poco a Alfonso Guerra y Felipe González en sus inicios. No sé en qué sentido lo dicen, pero a mí me da que se les parecerán en aquello de la OTAN y «de entrada, no». Al final la realpolitik se lleva los populismos por delante para dar paso al reformismo de verdad. Reconozcámoslo, el PSOE «modernizó» España con la ayuda de la UE aunque no supo solventar los vicios de un Estado, heredero del franquismo, que estaba –y está– dominado por la oligarquía madrileña. De ahí la crisis española y sus dependencias. Lo mismo se puede aplicar a esos jóvenes eurocomunistas griegos. Si no «limpian» las impurezas internas, si su reformismo es pura verborrea radical, difícilmente van a conseguir convencernos –porque las ayudas las pagamos los ciudadanos de a pie– de que debemos ayudarles.