¿Por qué Churchill ganó la guerra y perdió las elecciones?

Sir Winston Churchill guió a su país en los días más negros de la Segunda Guerra Mundial, cuando sólo podía prometer a sus conciudadanos «blood, toil, tears and sweat» («sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor»).

No sólo dirigió el esfuerzo de guerra, mimando las relaciones con los aliados, sino que simbolizó la determinación de luchar contra el nazismo, y supo insuflar ese espíritu a los británicos a través de sus discursos radiofónicos. La batalla de Inglaterra fue durísima y el ejemplo de Churchill y su magnífica oratoria le permitieron mantener la cohesión espiritual del pueblo británico.

Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Churchill fue nombrado Primer Lord del Almirantazgo. Su principal misión era la de fortalecer las bases de Scapa Flow en Escocia e impedir a Alemania que sus navíos atravesaran el Atlántico Norte para atacar a los barcos mercantes de las colonias. El siguiente episodio crítico fue el ataque de Finlandia por parte de la URSS.

Los fineses resistieron el primer envite en diciembre de 1939 y Churchill consideró de vital importancia tomar los puertos del norte de Noruega para así suministrar armamento a Finlandia. La operación acabó fracasando y eso puso en aprietos al primer ministro, el conservador Neville Chamberlain, quien finalmente dimitió.

Tras varias sesiones de control en el parlamento, Churchill a pesar de que los errores de la operación se debiesen a Chamberlain asumió toda la responsabilidad del fracaso, lo que sin embargo no sirvió de nada. Chamberlain presentó su dimisión y el Rey propuso a Churchill la formación de un nuevo gobierno, que se constituyó el 11 de mayo de 1940.

Churchill ya se había mostrado muy crítico con la condescendencia de los aliados ante las bravatas de Hitler. Ante el pacto de Chamberlain con las autoridades alemanas sobre la región checa de los Sudetes, el comentario de Churchill fue despiadado «You were given the choice between war and dishonour. You chose dishonour and you will have war» («Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra. Elegisteis el deshonor, y además tendréis la guerra»).

La perspicacia de Churchill le encumbró hasta la jefatura del gobierno británico. Durante los cinco años de mandato su empuje, su fe, su oratoria, su habilidad política y su destreza militar fueron claves para cohesionar a su país y mantener a la Gran Bretaña entre las potencias mundiales, cuando ya era evidente su decadencia. Era «el bulldog británico» que tenía tantos admiradores como detractores.

Era el centro de todas la miradas. Tras la Segunda Guerra Mundial, Churchill era un gigante político, cuya popularidad traspasaba fronteras. No obstante, en las elecciones que fueron convocadas una vez concluida la guerra, en julio de 1945, Churchill fue derrotado por Clement Attlee, el candidato del Partido Laborista.

¿Por qué Churchill ganó la guerra y perdió las elecciones? Algunos historiadores opinan que los británicos creían que aquel que los había guiado con éxito en la guerra, no era el mejor hombre para liderarlos en la paz. Otros piensan que fue más bien el partido Conservador y no Churchill, el que fue derrotado debido a la actuación de Chamberlain y Baldwin en los años 30 y del menosprecio del propio Churchill ante las penalidades humanitarias derivadas de la guerra.

Esa es la tesis, por ejemplo, del cineasta Ken Loach, vinculado al izquierdismo laborista que hoy representa Jeremy Corbyn, quien en el documental El espíritu del 45 (2013) lo plantea sin tapujos. Ese espíritu se traducía en una revisión del sistema mundial que había provocado las convulsiones de los años 30.

A decir verdad, Churchill volvió a ganar las elecciones al cabo de seis años, en 1951, lo que creo invalida una interpretación tan simplista como esa, que es lo que pasa con buena parte de documentales del director de Tierra y Libertad (1995). Puestos a deglutir una interpretación de izquierdas de esa época, prefiero las deliciosas páginas que escribió Tony Judt en su voluminoso libro Postguerra (2005). Son más reales.

¿Por qué alguien que había arriesgado tanto se ahogó en las urnas? Pues porque, efectivamente, el Partido Conservador no estuvo a la altura de las circunstancias y porque los laboristas, que estaban integrados en el gobierno de unidad nacional presidido por Churchill, no padecieron el desgaste de la guerra.

Eso estaba reservado a Churchill. Él era la imagen de la victoria pero también del sufrimiento. Pero hubo también un factor humano, ligado a la propia personalidad de Churchill, que le empujó a cometer algunos errores que le convirtieron en víctima incluso de la conspiración de sus correligionarios.

Churchill confió demasiado en la chistera y al final las circunstancias se lo llevaron por delante. No supo dar el giro político, a pesar de su probada habilidad, que le hubiese asegurado mantenerse al frente del gobierno en ese nuevo tiempo de paz. Le falló la perspicacia porque se mantuvo fiel al «programa» que consideraba que era un compromiso electoral que él no podía romper.

Para buena parte de la población británica, y esto se repite hasta la saciedad en los periódicos de la época, el enemigo más peligroso era el comunismo de Stalin, y no se podía entender que se hubiese empezado la guerra por Polonia para terminarla cuando media Europa quedaba en manos de Rusia.

Los alemanes invadieron Polonia al empezar la guerra, pero los rusos habían invadido Polonia, Bulgaria, Rumanía, Hungría, Checoeslovaquia y un montón de países más al terminarla. Los rusos amenazaban Europa y parecía entonces que se preparaba una nueva guerra. ¿Qué clase de victoria era esa? Churchill, paladín de la democracia, fue uno de los arquitectos de esa Europa dividida en bloques que, en nuestro caso, nos «regaló» una dictadura que duró tres décadas. Hay acuerdos que matan, ¿verdad?

Entre los historiadores es un tabú especular sobre qué hubiese pasado si hubiera ocurrido lo que no ocurrió. Lo que sí puede enseñarnos la historia es cómo evitar los errores. Cuando un pueblo gana y los políticos convierten esa victoria en derrota están condenados a sucumbir por su falta de pericia. Puede que los cinco años de guerra hicieran olvidar a Churchill su sagaz advertencia a Chamberlain.