Por imperativo legal

Durante una entrevista reciente en RAC1, el coordinador general de CDC, Josep Rull, reconoció, refiriéndose a las negociaciones entre JxSí y la CUP para llegar a un acuerdo sobre la investidura del nuevo presidente de la Generalitat y la formación de un nuevo gobierno, que «no estamos dando una buena imagen […] No creo que estemos haciendo el ridículo pero no estamos dando un buen espectáculo». No le falta razón. El dirigente nacionalista interpreta bien el hartazgo de la gente ante tanta piratería política. Este proceso ha puesto en evidencia que algunos políticos catalanes son profesionales de la desilusión.

La semana pasada, en el Parlamento catalán, se inició una legislatura que, por desgracia, va a ser muy corta. Durará lo que duren las votaciones en contra del candidato de JxSí, que no será otro que Artur Mas, aunque Junqueras aún no haya dicho esta boca es mía para defender el pacto que contrajo al configurar la candidatura unitaria.

No hay alternativa, diga lo que diga la diputada de la CUP, Anna Gabriel. Si esta formación no vota al candidato de JxSí, está claro lo que va a pasar. JxSí, y en especial el bloque moderado que lo integra, ya hizo una gran concesión al dar curso a la declaración rupturista que se aprobará el próximo lunes. Una declaración excesiva, ingenua, típica del exhibicionismo izquierdista, que anuncia en voz alta lo que es incapaz de cumplir de verdad.

Pongamos las cartas boca arriba. Todos los diputados y diputadas del Parlamento de Cataluña lo son porque han jurado o prometido observar la Constitución española. Si no lo hubieran hecho, hoy no podrían estar sentados en los incómodos escaños de terciopelo rojo del Parque de la Ciutadella. Puede que algunos hayan añadido, aunque les confieso que no lo sé, el famoso «por imperativo legal» que tranquiliza consciencias, pero al fin y al cabo, quien jura o promete por ese imperativo es que está dispuesto a entrar en el juego.

Es curioso que los 10 diputados de la CUP, y los 3 anteriores, tan puros y coherentes, no se hayan planteado nunca desobedecer y optar por lo que eligió el Sinn Féin durante décadas: no tomar posesión del acta de los diputados que obtenía para no someterse a las leyes británicas.

Aquí, en cambio, los diputados y diputadas de la CUP tomaron posesión del documento emitido por la junta electoral, que les acredita como diputados autonómicos, para poder cargarse al único presidente que ha puesto Cataluña en el mapa del mundo de las naciones sin Estado y que los poderes del Estado, e incluso la oposición española, quieren quitarse de encima como sea. «Por imperativo legal», la CUP va a solucionar los quebraderos de cabeza con los que Mas —junto al 48% de los catalanes— perturba al statu quo español y catalán.

La responsabilidad de lo que pase recaerá sobre esa absurda decisión de quienes se creen herederos de los «parias de la tierra». Son tan puros que van a dejar a todo el mundo huérfano de ilusiones para unos cuantos años. Las alcaldesas de Berga y Badalona y el alcalde de Argentona, por ejemplo, todos ellos de esa CUP desobediente, deberían explicar a sus correligionarios diputados cómo se puede combinar el verbo encendido con el saber estar de mansos cachorrillos que no alteran el orden constitucional.

Cuando Marx matizó lo que había escrito Hegel sobre que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen dos veces, lo hizo para agregar que esos hechos y personajes aparecen una vez como tragedia y la otra como farsa. No lo duden, muchas circunstancias históricas recuerdan a otras, aunque la observación de Marx debería incluir que no hace falta que se trate de una tragedia: la historia siempre se repite en forma de farsa sea cual sea el género del suceso original.

A Salvador Seguí—el líder obrero cenetista que buscó el acuerdo con los catalanistas— lo asesinó un pistolero de la patronal catalana con el visto bueno del gobierno de la época. Estaba cantado que la radicalización provocaría la aparición de personajes estilo Juan García Oliver, Durruti o Francisco Ascaso quienes en 1931, con la República aún tierna, con dificultades para consolidarse, ya propugnaban la revolución. Ustedes ya saben cómo acabó la broma de la FAI. ¡Malditos bastardos!

No sé por qué, puede que sea por la hostilidad que detecto entre los tuiteros de la CUP hacía los independentistas moderados, cuya agresividad recuerda a la de los fayeros de antaño, pero tengo el pálpito de que por mucha declaración que aprueben el lunes y por muchas ampliaciones sociales que le añadan, el próximo 9N, en pleno aniversario de lo que fue una primera gran victoria gracias también a la CUP, asistiremos al inicio de la defenestración de Artur Mas como presidente porque para la CUP el plan no es avanzar juntos hacía la independencia sino transitar hacia la revolución.

Aunque la actitud de la CUP nos aboque a nuevas elecciones, el proceso soberanista no se acabará por ello. Los ciudadanos deberán decidir cómo seguir y cómo castigar a los responsables de tamaño desaguisado a través de las urnas. Mientras tanto, el 20D que nadie se equivoque otra vez. Los soberanistas volverán a tener la oportunidad de reforzar a Artur Mas. Piénsenlo un poco y no se dejen desanimar por los del «imperativo legal».