Imaginemos: un día cualquiera, en Madrid, un ministro de Economía como Luis de Guidos recibe a un presidente de una caja de ahorros catalana como Isidro Fainé a la par que presidente de la CECA. Es una reunión hipotética, está claro. En ella, el banquero le pide ayudas al gobernante para sanear el sistema financiero español, para absorber las cajas de ahorros en dificultades y, en general, para que las soluciones a corto plazo no deriven en problemas a medio y largo.
Tras el café con leche, el ministro aborda desde la superioridad que da la madera noble de su despacho al banquero y le pide, como se piden estas cosas, que vuelva a estudiar la posibilidad de integrar Bankia (la unión de las cajas de Madrid, Bancaja y otras pequeñas, entre las cuales se halla la catalana Laietana).
El banquero frunce el ceño, como contrariado, y con un característico hilo de voz responde: “Ministro, pero si ellos no quieren”. En ese juego de supuestos, podría incluso llegar a suceder que el banquero catalán, prudente, sin aspavientos, le recuerde al ministro que pese a su amistad con el presidente de Bankia sería necesario que Rodrigo Rato, su presidente, hiciera algún gesto.
El ministro, novato en el puesto, pero largo en la política y sus aledaños, podría incluso recomendar al banquero que no dejase el tema en el olvido y que para su presidente (el jefe Rajoy) y para él mismo no es una mala solución. De Guindos es buen conocedor del sector financiero español, entre otras razones por su directa implicación en él durante años.
¿Estábamos especulando? Quizá si, quizá no. Lo cierto es que una operación como la comentada supondría un terremoto de gran escala en la economía española. ¿Es posible crear Caixabankia en los actuales momentos? La respuesta parece decantarse hacia la negación. El poder político-financiero centralista no aceptaría de buen grado perder su enseña en favor de la periferia.
Y no es el único inconveniente. El PP tiene tantas familias en su interior como diarios tiene la derecha española. No hay una voz, sino un canto coral que desafina como una orquesta barata de fiesta mayor. Esperanza Aguirre se negaría con rotundidad y contundencia torera a perder el estandarte de su único poder financiero. Incluso aunque Rajoy y su ministro De Guindos defendieran una tesis contraria. Para lograrlo sería capaz de aliarse con CCOO o con IU si fuera necesario y provocar un temblor político de gran magnitud. Tener el control político de Bankia le provoca, por extensión, tener un cierto predicamente en Iberia, por ejemplo.
Incluso aunque la operación tuviera sentido desde la perspectiva financiera, porque crearía un gigante financiero hegemónico en el mercado español, porque pese a las necesidades de reestructurar redes y plantillas el negocio sumaría una cuota de mercado líder en España, los riesgos son manifiestos.
Media Catalunya informada opina que perder La Caixa es renunciar al principal hecho diferencial (más importante que la mayoría de la simbología de la identidad) en pocos años. De acuerdo con las conversaciones que se produjeron el otoño pasado, Fainé habría presidido el nuevo grupo hasta cederle la batuta a Rato. Pero siempre el poder ejecutivo real, con Juan María Nin como consejero delegado, recaía en manos catalanas, en las torres negras de Diagonal. Todo eso, para agoreros, cobardes y pesimistas, es insuficiente. El Madrid de la diplomacia, los abogados del Estado, la Agencia Tributaria, los ministerios… es capaz de arrollarlo todo en poco tiempo. Y La Caixa, ahora Caixabank, es una joya que conviene preservar en la caja de seguridad mejor blindada de Catalunya. Sólo Artur Mas parece dispuesto a dar un paso al frente.
Así las cosas, existen dos corrientes subyacentes enfrentadas entre sí. Quienes desde Madrid quieren acercar La Caixa al mercado financiero español (en clave futbolística sería el equivalente a extraerle rendimiento a Xavi, Valdés, Iniesta, Piqué, Pedrito, Busquets… en la selección española) y quienes piensan que eso es un suicidio del escaso poder financiero catalán que aún subsiste y que está simbolizado por la gran caja y, en bastante menor medida, por el Banc Sabadell.
Al final, lo que sucede en el ámbito del mercado financiero tiene grandes concomitancias con los acontecimientos del ámbito de la política. Y ese es el problema: que unos y otros son incapaces de realizar un ejercicio de abstracción con visión de largo plazo. Todo se minimiza y se relaciona con los contenciosos políticos pendientes. La Caixa es, a pesar del BBVA y el Santander, la gran entidad bancaria española, la líder absoluta en casi todos los segmentos del mercado doméstico. Unos la quieren como símbolo de un nacionalismo financiero decadente que todavía se mira en el recuerdo de Banca Catalana y otros como el esfuerzo de unos industriales periféricos dóciles y relativamente inocentes a los que no será muy difícil enredar.
Son fuerzas contrarias, que no siempre se repelen entre ellas, pero que hacen sumamente difícil llevar a cabo operaciones con tanto sentido común financiero como escaso sentido de la conveniencia política y la transigencia democrática.