Es el poder, estúpido
La crisis de Vox no es muy diferente a la que han atravesado otros partidos, y que se resume en la lucha descarnada por el poder
Debe ser cosa del reblandecimiento de meninges y de la desidia existencial que suele acompañar la calorina agosteña, porque es que de otra forma no se entiende.
Me refiero a la sorprendente unanimidad que observo en los medios de comunicación -independientemente del color de sus consejos de administración- en lo referente a la caracterización de la crisis que está viviendo Vox como un hondo conflicto ideológico, como una noble pelea entre dos formas de entender España o incluso como un caballeroso duelo a primera sangre entre las diferentes almas de un partido supuestamente poblado por dos benéficos espíritus solamente diferenciados por su grado de patriotismo en lugar de como una simple purga interna, llegando incluso al ridículo de quienes son capaces de ver en la laminación de Espinosa de los Monteros y sus adláteres como una derrota del “ala liberal” de Vox; un ala liberal hasta anteayer tan prudente y discreta que nadie tenía la menor noticia de su existencia.
Una masacre que, si seguimos las enseñanzas de Guillermo de Ockham y a falta de pruebas ulteriores, solo puede ser vista como una descarnada lucha por el poder entre dos camarillas de un partido tan vertical y escasamente democrático en su funcionamiento, que ni siquiera han podido verse sustanciada mediante la confrontación de ideas y el ejercicio del voto interno.
La crisis de Vox es una pelea a muerte entre dos banderías ideológicamente indistinguibles
Una crisis similar a la de otros partidos
Una pelea a muerte entre dos banderías ideológicamente indistinguibles (ya me dirán ustedes lo liberal que puede ser un personaje como Ortega Smith) que en un contexto de achique de espacios políticos y de drástica reducción de empleos visibles y bien remunerados -recuerden la soberana bofetada que se han llevado en las pasadas elecciones- se han puesto a disputarse sin pudor alguno los despojos del cadáver en una lucha, tras la cual los ganadores ha laminado de forma inmisericorde a los perdedores, maniatando a unos, despiezando a otros y desterrando a las tinieblas exteriores al resto.
La lucha por el poder
Vamos, lo que sucede en todos los partidos exceptuando que el resto de ellos, Podemos incluido, sí que disponen de mecanismos más o menos democráticos para medir sus fuerzas más allá de la cercanía al líder carismático de poblada barba y despejada agenda.
En definitiva, una simple, vulgar y poco edificante lucha por el poder que por mucho que se vista con los ropajes de la beau geste no deja de ser lo que es y que además como en el caso de sus hermanos de camada quincemayista, me refiero a Ciudadanos y Podemos prefigura el final de su Hégira política y señala el comienzo de una decadencia que si bien no será inmediata -su suelo político es enormemente rocoso- no puede tener otro desenlace que el de un partido por debajo del 10% de voto y con una muy reducida capacidad de influencia política