Podemos y la toma del Estado

Aprovechando la debilidad política de Pedro Sánchez, Pablo Iglesias reabre el programa electoral de Podemos para tomar, no el cielo, sino España

Ahora o nunca. Pablo Iglesias quiere hacer realidad la máxima –plagiada de Karl Marx, por cierto– que enunció hace unos cinco años: tomar el cielo, no por consenso, sino por asalto.

Aprovechando la debilidad política de un Pedro Sánchez dispuesto a conservar el poder como sea –aunque ello implique el pacto con la izquierda y el nacionalismo más reaccionarias de Europa–, Iglesias ha reabierto el programa electoral –el denominado “programa de lectura fácil”, no se trata de aturdir a la masa– de las últimas generales.

El líder de Podemos se dispone, de momento, a tomar, no el cielo, sino España. Paso a paso. Promesa a promesa.

Yo, Pablo, te prometo

Hogar: mejorar medio millón de viviendas de las personas con más dificultades, congelación de los alquileres, empresa pública eléctrica con precios baratos y justos.

Cuidado: educación de 0 a 3 años gratuita, atención a las personas dependientes, acabar con las listas de espera, educación y sanidad de calidad, dentista gratis, universidad pública gratuita, aumentar las pensiones, convertir el taxi en un servicio público de interés general,

Amor: rentas entre 600 y 2.000 euros al mes por hogar para que nadie se quede atrás, servicios –transporte, médico, Guardia Civil, cajero automático, móvil e internet con banda ancha– en todas las poblaciones.

Trabajo: más trabajo en la construcción y un precio mínimo para la agricultura y la ganadería.

Venganza: recuperar el dinero que el Estado dio a los bancos, nacionalización de Bankia, impuesto especial a las entidades.

Un discurso acorde con el canon populista: líder que todo lo promete, demagogia caudillista, utilización de fondos públicos a cambio del voto, fustigación del enemigo, odio de clase. En palabras de Enrique Krauze: “un populismo ‘moderado’… que alimenta sin cesar la engañosa ilusión de un futuro mejor, enmascara los desastres que provoca, posterga el examen objetivo de sus actos, doblega la crítica, adultera la verdad, adormece, corrompe y degrada el espíritu político” (¿Qué es el populismo?, 2005).

Un discurso –me refiero al relato de Podemos más allá del programa –que recuerda los manuales de chavismo a la manera de Marta Harnecker y su Un mundo a construir (nuevos caminos) publicado en 2013–. A saber: nueva existencia colectiva, democracia popular, rol protagonista del pueblo, propiedad social, economía sin beneficios individuales, satisfacción de necesidades comunales, planificación participativa, vencer la ofensiva conservadora.

Un Estado comunal

En sintonía con el chavismo podemita, con el pretexto del interés general, habida cuenta de la debilidad ya citada del gobierno de Sánchez, algunas de las medidas tomadas al socaire de la pandemia transpiran una intención nacionalizadora y estatalizadora. Por ejemplo: la política de alquileres, de precios o de subsidios. Como si quisieran construir un Estado comunal intervencionista.

Un proyecto de ingeniería política y social deliberada con un elemento definitorio: el ingreso mínimo vital. Un sucedáneo de las misiones chavistas. Así se clienteliza a la sociedad. “Si la oposición toma el poder, quitará las misiones al pueblo”, repite Nicolás Maduro. Electoralismo y frentepopulismo en estado puro.

El frame o marco de Podemos: un nuevo Estado providencia que supere el modelo de la Transición. Un Estado providencia dotado de un “constitucionalismo social” y un “escudo social” en que, por ejemplo, la pandemia no “conozca de clases”. Sigue la demagogia populista, ese caballo de Troya que quiere deconstruir el sistema democrático español.

Podemos es lo más parecido a una mochila cargada de piedras cuando se trata de pedir ayuda económica a la UE

Todo ello –madera de autócratas–, con un mínimo control del Parlamento y una máxima intervención de los medios de agitación afines. Y la red. Ahí están los Whatsapp, que bajo el genérico de Spanish Revolution, bombardean e intoxican –sapos y culebras– nuestros móviles con diatribas contra el capital –incluso, cuando se muestra solidario– y contra –con datos falsos– la derecha liberal. Cartas trucadas. Como el tahúr del Misisipi.

Más: Iglesias lanza un aviso para navegantes: “los fondos buitre tendrán que arrimar el hombro”. ¿Los fondos buitre –menudo lenguaje, para un vicepresidente– y alguien más? ¿Quizá empresarios, banqueros, propietarios, ahorradores e inversores? El quinteto que suele subsidiar el cielo que Podemos ansía tomar al asalto.

Efectivamente, Podemos quiere tomar el Estado.

Pablo Iglesias: “La nuestra no es una oposición que tenga como estrategia la transición al socialismo… adoptamos planteamientos neokeynesianos… mayor inversión pública y garantía de derechos sociales y redistribución de renta y riqueza… Es cierto que estas opciones… dan lugar a ambigüedades… hasta que obtengamos el poder del Estado y las instituciones, ya que existen dos momentos: el actual, momento estratégico… y luego el momento del Estado; uno es inseparable del otro” (Entender Podemos, New Left Review, número 93, julio/agosto, 2015).

La propiedad y el dinero

En la España de Podemos –ahí está el quid de la cuestión–, la riqueza está mal vista. Por mejor decir, el que está mal visto es quien crea la riqueza. El rico, claro está. Algo malo habrá hecho para ser rico. ¿El origen del mal? La propiedad privada que, como dijera en su día Proudhon, “es un robo”.

De un anarquista a un leninista, tanto monta, monta tanto: “Un gobernante decente expropiaría a los bancos que están acaparando viviendas y las pondría en alquiler social, expropiaría a las empresas que defraudan a Hacienda y las pondría bajo el control de cooperativas de trabajadores” (Pablo Iglesias, La sexta noche, 31/8/2013). Todo para el pueblo, por decirlo a la manera del populismo decimonónico que encarna Podemos.

¿Y el dinero? En esta cuestión, Podemos es estrictamente marxista. Karl Marx, en Manuscritos de economía y filosofía (1844), afirma, citando a Shakespeare, que el “dinero es la puta universal, el universal alcahuete de los hombres y los pueblos”. Añade: “Lo que como hombre no puedo, lo que no pueden mis fuerzas individuales, lo puedo mediante el dinero”.

Lo interesante llega ahora: “Si ansío un manjar o quiero tomar la posta porque no soy suficientemente fuerte para hacer el camino a pie, el dinero me procura el manjar y la posta transustancia mis deseos… los traduce de su existencia querida… a su existencia sensible, real… El dinero es… la verdadera fuerza creadora”.

Quizá por eso, Podemos –solidaridad, altruismo y distribución de la riqueza– quiere repartir el dinero. Pero, el dinero de los ricos.

El INI franquista, de nuevo

Ley fundacional del Instituto Nacional de Industria (INI): «Propulsar y financiar, en servicio de la Nación, la creación y resurgimiento de nuestras industrias, en especial de las que se propongan como fin principal la resolución de los problemas impuestos por las exigencias de la defensa del país o que se dirijan al desenvolvimiento de nuestra autarquía económica» (25/9/1941).

Pablo Iglesias toma la palabra: “España tiene que poder fabricar sus propios equipos de protección individual cuando llegue una crisis como esta y que no tenga la necesidad de entrar en un mercado que se ha convertido en absolutamente especulativo (El Diario, 5/4/2020)

Josep Borrell toma la palabra: “[Se] pondrá de relieve el papel del Estado, que aparece no sólo como el prestamista de última instancia; ahora el Estado es el empleador de última instancia, el consumidor de última instancia, el propietario porque habrá inevitablemente que capitalizar empresas con nacionalizaciones, aunque sean transitorias, y el asegurador de última instancia. Aumentará la presencia del Estado. Será de forma permanente. (El Mundo, 7/4/2020)

Parafraseando al filósofo Carlos Gardel, “que ochenta años no es nada”.

Pedro Sánchez, Podemos y el Eurogrupo

Para Pedro Sánchez –para España y los españoles–, Podemos es lo más parecido a una mochila cargada de piedras cuando se trata de pedir ayuda económica a la Unión Europea.

¿Cómo justificar la mutualización europea de la deuda si el socio del PSOE quiere “por ley” –hablo del punto 213 del programa de Podemos y no al Ingreso Mínimo Vital Puente– un “Ingreso Básico Garantizado” para que “nadie se quede sin ingresos” con “independencia de su suerte con el empleo o de su pensión”.

El monto del Ingreso: “Una cuantía inicial garantizada por adulto de 600 euros al mes, que se incrementará en función del número de miembros del hogar hasta los 1.200 euros y funcionará de manera automática e incondicionada”. Alcance: “10 millones de personas”. Y eso, ¿cúanto costaría? Según un informe del BBVA, 190.000 millones de euros anuales (Algunas reflexiones sobre la renta básica universal, 2017).

Podemos y los nuevos Pactos de la Moncloa

Título de la obra: Macbeth.

Autor: William Shakespeare.

Argumento: “Macbeth es la historia de una posesión. El contacto inicial entre las brujas y el protagonista sirve para activar en él la autoconvicción (estimulada por su esposa) de que ha sido elegido para ser rey, para obtener el poder, y –segunda profecía– para no perderlo por ninguna intervención humana” (Jordi Balló y Xavier Pérez, La semilla inmortal. Los argumentos universales en el cine, 1995).

El Macbeth podemita imposibilita unos Pactos de la Moncloa. ¿Una excusa para que Sánchez -que se mueve como pez en el agua en el escenario de la polarización y el enfrentamiento– desista de un acuerdo que políticamente no le conviene? Aunque, ¿quizá busque un pacto con la oposición –¿qué propuesta? ¿sigue el gobierno de coalición?– para mutualizar el tormento que podrían ocasionar los acuerdos económicos con la UE?

La filosofía de la sospecha

El chavismo de Podemos toma cuerpo, no solo por la debilidad socialista y la falta de control político, así como por la campaña de agitprop, sino también gracias –marca de la casa– a la filosofía de la sospecha que incrimina cualquier disidencia.

¿Qué es el disidente? Un ultraderechista o un facha. A veces, un fascista. No exagero: ¿O es que la ministra podemita Irene Montero no pide una respuesta “antifascista” para salir de la crisis del coronavirus?

Así se marca y señala –se estigmatiza y neutraliza– cualquier crítica. Ahora o nunca. ¿Y Pedro Sánchez? Siguen las homilías. ¿Fouché? ¿Kérenski?