Podemos y el efecto electoral de una explosión en Venezuela
El diario El País acaba de anunciar la suspensión de producción en las plantas que tiene Coca-Cola en Venezuela. No es una huelga. Sencillamente no hay azúcar. Se acabó el azúcar en el país y la empresa estatal encargada de refinar el azúcar imprescindible para los refrescos hace un tiempo que cerró. La empresa fabricante de la cerveza puntera en ese país, La Polar, también ha suspendido la fabricación por falta de materia prima.
La falta de Coca-Cola y cerveza puede ser mucho más letal para el gobierno de Maduro que otros productos de máxima necesidad. Venezuela es un país caribeño con altas temperaturas en la mayor parte del país y del año. Los países caribeños son consumidores compulsivos de cerveza. Y en todo el mundo es difícil, aunque pueda parecer exagerado, imaginarse un mundo sin la «chispa de la vida».
Hay un filtro instalado en el ambiente, en España, con los acontecimientos de Venezuela. Los medios y los políticos más conservadores llevan tiempo intentando erosionar la imagen y la credibilidad de Podemos por sus vínculos con el régimen venezolano. Y elementos objetivos hay, aunque abusar de ellos puede quitarles eficacia.
Con los vínculos de Podemos con el régimen bolivariano empieza a pasar como con la corrupción en el PP. Sus seguidores han perdonado, interiorizado, o como dicen en la bolsa, descontado, los efectos de una dependencia que puede ser perversa.
Han salido papeles, unos comprobados y otros no tanto, que demuestran pagos de Venezuela a Podemos o a sus líderes en sumas muy importantes. La organización de Pablo Iglesias ha demostrado falta de autonomía en los asuntos internos de Venezuela, e incluso, la última vez que le preguntaron a Alberto Garzón en un programa de La Sexta, justificó el encarcelamiento de Leopoldo López adosándole un supuesto delito del que no está acusado: «fomentar golpes de estado».
Hay documentos que atestiguan los asesoramientos realizados por miembros de Podemos al régimen bolivariano. Algunos tan comprometedores como los realizados para controlar la prensa o para asesorar a cuerpos de seguridad.
No han tenido demasiado impacto estas denuncias. Y naturalmente, en esas circunstancias, denunciar la represión y la existencia de presos políticos es una labor imposible para quien ha estado a sueldo del que no puede denunciar.
Ayer mismo, Íñigo Errejón ha hecho un chiste en twitter de dudoso gusto democrático. Ironizaba el líder de Podemos con el viaje de Albert Rivera a Venezuela, diciendo que era la campaña más cara para interesarse por problemas que no son de los españoles. ¡Muy fuerte!
Venezuela está al borde de un golpe de Estado porque el presidente Maduro se niega, de hecho, a reconocer la victoria de la oposición y su control del parlamento. De momento ha decretado el estado de excepción.
No sé qué puede pasar desde hoy hasta el 26 de junio, cuando se celebren las elecciones. Los valores democráticos, las libertades, son el primer eslabón de la democracia. Evitar denunciar violaciones de estos derechos debería pagar peaje a los partidos que así actúen. De igual manera que la corrupción debiera desgastar al PP.
En Podemos son especialistas en el desprecio de esas exigencias. Quienes invocamos la libertad de presos políticos en Venezuela somos sospechosos de fascismo. Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero y Albert Rivera han viajado a Caracas para mediar en esta situación.
Felipe y Rivera lo han hecho en situaciones complicadas, con amenazas del régimen. Podemos podría tener influencia con el régimen de Maduro para aliviar la situación de las personas que están presas, producto de juicio y resoluciones sin garantías democráticas.
No lo hacen porque han recibido dinero de ese gobierno y no tienen libertad y autonomía para hacerlo. Su manipulación del lenguaje les ha llevado a justificar esos arrestos diciendo que no son «presos políticos» sino «políticos presos». Un juego de palabras perverso.
El régimen de Maduro está demostrando un fracaso total. Está agonizando y no parece que sea capaz de evitar la tentación de la fuerza. Si eso ocurre, la campaña de Podemos se puede «venezonalizar» y puede erosionar su credibilidad por su dependencia de un régimen autoritario extranjero.
Nada más lejos de mi intención que desear que se produzca una tragedia en Venezuela por la represión del gobierno. Pero Podemos debería estar preparado para esa eventualidad. Comprobaremos si sus votantes tienen un fidelidad ciega e inmune a los déficits democráticos.