Podemos: un reflejo de cómo se puede morir de éxito

Con Podemos asistimos a un fenómeno político inusual en España. De una efervescencia inopinada, la formación política está pasando a una crisis interna de alta intensidad. Todo, y eso es lo paradójico, en un periodo de tiempo récord.

El partido político nacido del descontento de la crisis, el coche escoba del hartazgo, parece disponer de un recorrido menos halagüeño del que tanto sus apoyos como sus detractores habían sospechado.

Nada tienen que ver el equipaje asambleario con el que se presentó en sociedad con la estructura de partido adoptada más recientemente. La estructura jerárquica encaja mal con un grupo de dirigentes de perfil político más teórico que práctico.

El éxito de las últimas elecciones europeas, cuando algunos tuvimos que correr a saber quién era Pablo Iglesias, puede analizarse ahora como un voto de castigo al sistema político degradado, a la partitocracia clásica, similar al que llevó en su día a José María Ruiz Mateos o a Jesús Gil al umbral de la cuestión pública. Parecido, incluso, al voto que cosechó en unas europeas la candidatura outsider de HB.

Pero la gran capacidad comunicativa de la mayoría de sus líderes y la apuesta mediática del grupo de la familia Lara fueron suficiente para que sus expectativas se dispararan en las encuestas electorales. Ante el cabreo general, cualquiera era capaz de decir que les votaría. La inacción de los dos grandes partidos españoles hacía insoportable el hedor de la democracia española y Podemos se convirtió en poco tiempo en una especie de válvula de escape.

Monedero, Andalucía, los candidatos para el 24M y el viaje al centro fueron sus primeras crísis

Pero luego llegaron los primeros atisbos de su programa electoral, con todo tipo de contradicciones. Las conexiones bolivarianas, que parecen una broma a esta altura de la película. Incluso el ejemplo griego. Y, por si todo eso fuera poco, sucedió que Juan Carlos Monedero, uno de sus hombres en el puente de mando, se convertía en un presunto corrupto fiscal. El éxito fue tan breve como Casimiro García-Abadillo en la dirección del periódico El Mundo.

Las elecciones andaluzas fueron la primera inflexión clara en la meteórica carrera de los chicos que capitanea Pablo Iglesias. Sus expectativas eran tan siderales que los 15 diputados obtenidos en las urnas supusieron un duro golpe a la propia organización. El rostro de los parlamentarios electos la noche electoral lo decía todo. Pensaban en ser determinantes y decisivos y, finalmente, ni serán una cosa ni la otra. Por medio se mezclaron sus cuitas internas en las elecciones de candidatos para las municipales y las autonómicas del 24M y, por supuesto, la irrupción en escena de Ciudadanos.

La formación de Albert Rivera ha crecido con el mismo fulgor que Podemos en expectativas. La diferencia básica radica en que poseen algo más de poso organizativo por su experiencia previa catalana y menos tendencia a la asamblea que los seguidores de Iglesias.

Combatir el resurgimiento lento del PSOE, la irrupción de Ciudadanos y la resistencia del PP con garantías electorales ha llevado a formular un Podemos distinto de aquel que recogía el malestar del 15M o el supino enfado de casi toda la sociedad, y en especial aquellos más damnificados por la crisis económica. Ahí es donde las resistencias de las costuras internas han saltado por los aires. Podemos ocupará un espacio político muy próximo a la tradicional IU, pero su aproximación al centro, donde combaten todos los partidos (nuevos y antiguos), le obliga a un esfuerzo para el que no está preparado. El éxito inicial se ha tornado un cúmulo de pequeños fracasos que la salida airada y por la puerta trasera de Monedero culmina.

Pasar de golpe del terreno de la utopía al de la cruda realidad ha sido duro para Podemos. Su éxito se ha transmutado en su Talón de Aquiles. Hoy preferirían, seguro, haber avanzado con otro ritmo, más lento, seguro, solvente y fiable.