Podemos, la izquierda acomodada

¿Qué valida a Podemos? Son progresistas. Dentro del progresismo, todo vale. Fuera del progresismo, nada vale

En Estados Unidos, a principios del siglo XXI, se popularizó el neologismo affluenza de la mano de economistas, ambientalistas y filósofos como John de Graaf, David Wann, Thomas Naylor, Clive Hamilton y Richard Dennis.

El término proviene de la conjunción de “afluencia” e “influenza” y designa aquel comportamiento propio de la familias acomodadas –especialmente, los jóvenes– que siempre lo quieren todo y son incapaces de medir y valorar las consecuencias de sus actos.

Consentidas, caprichosas, inmaduras, maleducadas

Quienes manifiestan affluenza –que se transmite socialmente y puede llegar a convertirse en adictiva– creen ser los sujetos de unos derechos que justificarían sus actos. La affluenza sería un rasgo distintivo del niño consentido y maleducado. Del niño mimado. Ese puer aeternus freudiano que nunca madura, caprichoso, que todo lo quiere, y concibe la vida como un juego.

Al respecto, Clive Hamilton y Richard Dennis definieron con exactitud qué es la affluenza: “Cuando demasiado nunca es suficiente” (idea que se corresponde con el título de su libro: Affluenza. When Too Much is Never Enough, 2005).

La interpretación de la realidad mediante el concepto de affluenza ha sido aplicada en ámbitos como el medio ambiente, el trabajo, la escuela, el modo de vida, la conducción de automóviles o la escuela. ¿Por qué no aplicar el término al universo Podemos? ¿Hay o no affluenza en el comportamiento del podemismo y los sujetos que lo conforman? Positivo. Reúne todos los requisitos.

Las jóvenas y jóvenes de Podemos manifiestan un comportamiento propio de la izquierda acomodada que todo lo sabe, que nunca rectifica, que conoce las leyes del devenir histórico y está en posesión de la línea correcta que seguir bajo amenaza de excomunión social, política e ideológica. Nunca se equivocan. Constituyen una casta, la de los intocables. Y pobres de aquellos que se atrevan a criticarles o desvelar sus miserias: ¡Sois unos fachas!

Las jóvenas y jóvenes de Podemos todo lo quieren y tienen derecho a ello: asaltar el cielo, resucitar el franquismo para colgarse medallas antifranquistas que ellos mismo se conceden al tiempo que tildan de franquista a quien piense distinto, construir un Estado feminista, castigar a los ricos, salvar el planeta, prohibir los desalojos, nacionalizar lo que sea, derogar la austeridad. Incluso, quieren democratizar los partidos políticos que, como Podemos, eligen a sus dirigentes en congresos a la búlgara.

Las jóvenas y jóvenes de Podemos –ignorantes y arrogantes– son incapaces de medir las consecuencias de sus caprichos: da igual que la derogación de la reforma laboral incremente la desocupación, o que el aumento del salario mínimo impida la creación de empleo y destruya parte del ya existente, o que la intervención del campo y el alquiler acabe perjudicando a campesinos e inquilinos.

El progresismo ‘podemita’, contrariamente a lo que afirma, tiene poco de republicano y mucho de monárquico

¿Qué valida a Podemos? Son progresistas. Dentro del progresismo, todo vale. Fuera del progresismo, nada vale. ¿Quién define el progresismo? ¿Quién concede el Documento Progresista de Identidad o la Denominación de Origen Progresista el Certificado ISO de Calidad Progresista? Podemos, por supuesto.

Y como son progresistas, la derecha es pro golpista por definición. Cosa que dicen –Frankenstein en el barrizal– mirando a Venezuela mientras pactan con sediciosos condenados en firme. Y cierren la puerta cuando salgan.

El progresismo podemita, contrariamente a lo que afirma, tiene poco de republicano y mucho de monárquico. Se trata de un monarquismo a la manera del XVII: la forma más acabada de la aristocracia familiar e ideológica. Por la gracia del progresismo. De hecho, se trata de un monarquismo bonapartista –autoritario– que agrupa una corte de adeptas a la causa y adictas a un poder que se transmite, no en virtud de lazos de sangre, sino de ideología progresista.

Si bien se mira, estamos ante una República de Replicantes que se moviliza gracias a unos estímulos y reflejos condicionados, repetidos sin cesar –conductismo de primer orden–, que harían las delicias de Iván Pávlov y John Watson.

Esclavas y siervas

La affluenza que manifiesta el podemismo –recuerden: cuando demasiado nunca es suficiente– conduce a la ansiedad, la sobrestimación de la propia imagen, la búsqueda sin tregua de la aprobación, el ensimismamiento de quien se cree el centro del universo, la conducta malintencionada, el deseo de arrinconar a cualquier adversario y el derecho a menospreciar al otro y lo otro.

Con el paso del tiempo llega la parodia de uno mismo y Podemos y las/los podemitas se convierten en esclavas y siervas –inmaduras, impacientes y caprichosas– de sus propias fantasías. Cosa que, según los clásicos del pensamiento de Podemos, “mola mogollón” y por eso “hay un mogollón de peña”.

No es una ocurrencia, el mogollón de peña existe.

Anoten el siguiente tuit de Íñigo Errejón cuando formaba parte de la peña dirigente: “La hegemonía se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales. Afirmación-Apertura”. O lo que viene a ser lo mismo: en el país de los populismos, Podemos tiene una indudable capacidad de irradiar seducción gracias a su catálogo de fantasías.

Pero, antes o después, la irradiación quema. Traduzco: la fantasía no realizada suele generar frustración por defecto. Y la fantasía realizada suele genera frustración por exceso. ¿Qué ocurre entonces? Como enseña el psicoanálisis, la frustración suele conllevar determinados comportamientos autodestructivos directos e indirectos. Unos encuentran su propia ruina y otros arruinan a los demás.

Para algunos, Podemos mola mogollón, pero es megasuperchungo.