Pobres obispos franciscanos
Que el retirado cardenal Rouco Varela viva al pie de la catedral de la Almudena en un piso de 370 metros cuadrados, –que vale 1,5 millones de euros, más otro medio que se ha gastado en modernizarlo–, mientras desahucian niños de 20 días, también te lo explican en clase de religión.
Esta demoledora frase, que circula mucho en Twitter estos días, coincidiendo con la aprobación de la asignatura de catequesis que quiere imponer el ministro Wert, sirve de indicativo de cómo le sientan a la gentes sencillas éste y otros sonoros derroches de altos ministros de la Iglesia.
Los escandalosos lujos de algunos son más sangrantes mientras el papa Francisco predica austeridad con su propio ejemplo viviendo en una habitación, diez veces menor que la de Rouco, de una sencilla residencia junto a unas monjitas y desayunando en el comedor, en una mesa más, entre los que van a empezar sus tareas diarias. «San Pedro no tenía cuenta en un banco», dijo hace menos de un año Jorge Bergoglio, al tiempo que subrayó el cambio de ciclo que quiere dar al Vaticano para lograr una «Iglesia pobre, para los pobres», que algunos cardenales no entienden.
El caso de Rouco no es sólo «cosa de Madrid» y su arcaica corte, donde los cardenales hacen ostentación de su rango, que incluye casas amplias, coche con chófer, servicio doméstico y secretario personal. El cardenal emérito de Barcelona, Ricard María Carles, también vivió en un palacete modernista de Pedralbes con estas prebendas. Y su retiro dorado, más propio del director ejecutivo de una multinacional, provocó las iras de los antiguos feligreses, que le reprochaban su ostentación y se quejaron ante Roma.
Tarsicio Bertone, el que fuera secretario de Estado del Vaticano, fue el primero en provocar la indignación de Francisco al construirse un lujoso ático de de 700 metros cuadrados, 10 veces mayor que su pequeña estancia en la residencia Santa Marta.
Rouco, Carles y Bertone son tres casos más de los que han escandalizado a la opinión pública. Incluso se han quedado cortos. El obispo de la diócesis alemana de Limburgo, Franz-Peter Tebartz, se vio obligado a renunciar al trascender el coste de la «remodelación» de su residencia: 31 millones de euros. Así cumplía el voto de pobreza, que todos juran.
En la misma línea, la ambición del Nuncio Scarano le llevó a la cárcel, acusado de blanquear dinero haciéndolo pasar por donaciones a los pobres. Conocido también como «monseñor 500» por su afición a los billetes de esa cifra, se jactaba de tener pisos de 400 metros y cuentas millonarias en el IOR, el banco vaticano.
Más de 50 sacerdotes de Mérida-Badajoz denunciaron ante el Nuncio, Renzo Fratini, los «gastos excesivos, llamativos, inoportunos y escandalosos» de Santiago García Aracil, conocido por el «arzobispo de lujo». Los curas denuncian que se va a gastar más de 1,5 millones de euros en modernizar el seminario y una vivienda de 500 metros cuadrados, con «suite, vestidor revestido de madera con espejo de cuerpo entero, baño con hidromasaje y jacuzzi, despacho con paredes de mármol y biblioteca equipada con la más moderna tecnología».
Otros prelados españoles han hecho oídos sordos a sus votos de pobreza y han vivido o viven en suntuosos palacios episcopales, casi tantos como diócesis, como los Astorga (obra de Gaudí, considerado entre los diez mejores del mundo), Sevilla (junto a la Giralda con una fachada que ocupa media plaza), o Zamora (adosado a la catedral, mirando al Duero). Por no hablar de la suntuosidad de los de Barcelona, Valencia o Zaragoza. Un lujo contrario de lo que predica el Papa de que los discípulos de Pedro sean «humildes y austeros, en medio del rebaño, con olor a oveja» y sus crítica a la riqueza y la vida mundana dentro de la Iglesia.
La Iglesia también se acerca al negocio del placer, de momento, sin sexo. La catedral de Toledo, quintaesencia del gótico español, se alquila para conciertos y banquetes VIP o de alto postín, pero no paga IBI ni IVA. Y un director general de María Dolores de Cospedal tiene arrendada la cafetería de la millonaria parroquia de Santo Tomé que alberga el cuadro de El Greco El entierro del Señor (mal llamado conde) Orgaz.
En tiempos de los Bárcenas, Pujol, Rato o las tarjetas black, aunque ya no se hable latín ni griego clásico, ¿alguién se escandaliza de que los obispos (de «episkopos», pastor o guardián en griego) y cardenales (de «cardo», gozne o bisagra en latín), vivan de modo principesco en palacios de lujo (del latín «luxus», exceso) ¡con salón de trono incluido!? El reproche popular es que lo hacen a costa de los millones hurtados a las aportaciones de los fieles y, en el caso de España, de los contribuyentes. El Estado aporta 240 millones de euros para sus sueldos y un total de 10.000 millones en subvenciones a la Iglesia católica en general, que también quedan bajo su gestión.