Piqué Vidal, el último penalista

 

Llegó a ser el letrado por antonomasia del mundo de los negocios y ahora ofrece indirectamente su mejor flanco a modo de remake. Joan Piqué Vidal, octogenario y accionista del que un día fue el mejor bufete de Barcelona, ha legado a su hijo varón el ejercicio del Derecho; y, a su hija, Laura, la gestión de Raset Siete, una inmobiliaria, que ha salido indemne de la quema.

Él empezó con el frenesí de los escaladores innatos. Para entonces, la inflación desordenada de los 70 era el cañamazo español del recién estrenado Estado de Derecho. En Barcelona, la sala de los magistrados Lavernia y Penalba tuvo que lavar su imagen de laxitud en las suspensiones de pagos, que siguieron a una burbuja menor y que antecedieron a la estabilización de Miguel Boyer, en el 82. El reguero terminal de Muñoz Ramonet (El Siglo, una etapa del Hotel Ritz o el Palau Robert), los asuntos pendientes del ovillo textil-financiero de Castell Lastortras o la quiebra fraudulenta del Banco de los Pirineos, que presidió Higinio Torras Majem, símbolo de una crisis financiera de efecto dominó (Banco de Navarra, Caja de la Sagrada Familia, Bankunion, ExBanc, Banco Atlántico, etc..) eran, todos ellos, asuntos que se iban desgajando.

Mientras los casos más sonados se descomponían en piezas sueltas, los bufetes emergentes tomaban el relevo. Y Joan Piqué Vidal fue el paradigma de aquel relevo. Aceptó simbólicamente la venia de Jaime de Semir, letrado y consejero de grandes compañías, seguidor de una tradición impulsada por los regionalistas (Bertran i Mussitu y el propio Francesc Cambó) y mantenida por reformistas posteriores, como Milà i Camps, conde de Montseny.

Cuando el joven Joan Piqué Vidal estudió Derecho, Barcelona vivía la plenitud de Octavio Pérez-Vitoria, el gran criminalista, hijo ideológico Arturo Rocco y de Di Tulio, y heredero de la Terza Scuola. Su presencia en la élite profesional le avala como una de las togas doradas —los Pintó Ruiz, Rodríguez de la Hinojosa, Jiménez de Parga o el impoluto Córdoba Roda, entre otros– en referencia a los bufetes que han ido modificando el oficio del lawyer catalán a través de lo penal y de lo civil para anclarse de lleno en lo mercantil (el campo actual de los ganadores, al estilo Cuatrecases o Roca Junyent).

El prestigio de sus mejores años le valió a Piqué la histórica defensa de Jordi Pujol en el caso Banca Catalana, un asunto que desmontó la duda sobre la trayectoria del honorable President. Gracias al pactismo entre bambalinas de Piqué Vidal, Pujol no llegó al juicio oral al que parecían haberle sentenciado los papeles de la banca que el financiero Eusebi Díaz Morera le entregó al entonces jefe de la Inspección del Banco de España, Mariano Rubio. Como es bien recordado, éste último, llegó a gobernador pero desapareció años después del cuadro de mando del supervisor a causa de un delito de iniciados, cometido junto a su socio Manuel de la Concha.

De los 80 a los 90, podría decirse que Barcelona alcanzó la mayoría de edad procesal. Hasta entonces, los negocios de frontera, las tangentes político-judiciales, habían mostrado más ruido que nueces. La ciudad prodigiosa de Eduardo Mendoza guardaba en su memoria el filtro original de las Expos del 88 y 29, las del imaginado Onofre Bouvila. En la confluencia de las dos décadas finales del novecientos, entró en escena el temerario financiero Javier de la Rosa Martí, testaferro de KIO, émulo de antecedentes míticos y ejecutivo mimado en la cuna germinal de Garnica Mansi y Aguirre Gonzalo, los patronos del Banesto de los títulos nobiliarios.

De la Rosa había desplazado de su noble gravitación a la Garriga i Nogués, la gran segunda marca catalana del banco español por definición. Eligió de abogado y camarada a Joan Piqué Vidal y ambos sucumbieron muy pronto ante el magnetismo de la contabilidad creativa. Junto a Piqué Vidal, De la Rosa relanzó Grand Tibidabo, una holding refundada sobre los despojos del Consorcio Nacional de Leasing. El penalista desempeñó en ella el cargo de consejero, mientras que, paralelamente, como letrado del partenaire español de KIO trataba de evitar los primeros bandazos de las denuncias lanzadas por el Gobierno de Kuwait ante la Corte de Londres.

En el verano del 92, Piqué ayudó a sus socios a buscar financiación para que el principado del Golfo pudiese hacer frente a la invasión de Sadam Hussein. Aquello solo fue un ensayo. La segunda andanada, la de la verdad, la de la Guerra de Bush, la de la foto de las Azores, le pilló en los juzgados, defendiendo su honorabilidad en Grand Tibidabo, frente al fiscal José María Mena y a 6.000 pequeños accionistas esquilmados, que acusaban a los gestores de vaciar las cajas fuertes de la holding.

Mediados los 90, el penalista Piqué Vidal volvió a la exclusividad de su toga. Acechó en zonas umbrías, como defensor de hombres de negocios caídos en manos del juez Luís Pasqual Estivill, un instructor envilecido que engordaba sus cuentas corrientes con las cantidades entregadas al abogado por los extorsionados. Pasqual Estivill había sido nombrado vocal del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) en 1994 a propuesta de CiU. Y, poco después, fue condenado por cohecho a nueve años de cárcel. En aquel juicio, Piqué Vidal corrió la misma suerte; le cayeron siete años.

Ahora, tras un largo silencio impuesto por la sombra penitenciaria y por el beneficio de la libertad vigilada, el veterano penalista de 83 años dice haber recompuesto su bufete. Abandonó el Colegio de Abogados tras ser condenado, pero se ha mantenido en su despacho como accionista. Vuelve a tener clientes y uno de sus socios actuales, Fernando Rodríguez de Miguel, explica el éxito del bufete en clave de especialidad mercantil: la senda de los Garrigues, Baker & McKenzie, Clifford Chance y tantos otros.

De hecho, los camaradas y pasantes que se iniciaron con él han ido abandonando, uno tras otro, el árido trayecto justiciero del penalista puro. Francesc Jofresa, Cristóbal Martell, Tubau o el mismo Pau Molins le deben en parte a Piqué lo que son. Ellos disertan, impregnan su discurso de antecedentes y lo decoran a base de acrobacia verbal; pero no olvidan que él, ajeno a su error, les mostró algún día el lado amable del sendero hacia el éxito: la astucia

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