Sobre la mesa de su escritorio hay un mapamundi comprado en Ikea. Y los domingos por la tarde, Josep Piqué, se arroba junto al globo señalando con su dedo índice la ruta del Mar de China. El centro del mundo ya no es el meridiano de Greenwich sino el estrecho de Malaca, situado entre la costa occidental de Malasia y Sumatra, un tradicional enclave de piratas, que antes asaltaban correos y saqueaban sentinas rebosantes de metales, y que ahora festonean sin complejos la logística portuaria a gran escala.
El mundo se desoccidentaliza a marchas forzadas. Su centro se configura en Asia (lejos de la estación ferroviaria de Perpignan, el lugar soñado por Dalí en My secret life ), frente a Malasia, por donde pasa una tercera parte del comercio mundial, en el estrecho en que Emilio Salgari, un veronés sedentario, inventó a Sandokán, héroe de Montpracem; y donde el polaco Joseph Conrad dio vida a Lord Jim, junto a su cohorte de capitanes, camino de Singapur, la plaza financiera oriental, cuyo volumen de contratación compite hoy con la City de Londres.
Más allá de la mitología aventurera, –la casa común de Julio Verne, London, Stevenson, Rider Haggard o el mismo Salgari— el dato de Malaca revela el interés por la zona de Josep Piqué. La vocación del ex ministro de Exteriores y actual presidente del Cercle d’Economia, representa un eslabón internacional de nuestra economía. Antes de llegar a Asia, su periplo global pasó por el mundo subsahariano, a través de Mixta África, una promotora de vivienda social que Piqué presidió en 2007 y que estuvo participada por la Fundación Renta Privada, el Banco Mundial, Morgan Stanley y especialmente por el príncipe saudí Alwaleed bin Talal, un heredero de azaroso destino, propenso a la pasarela.
Pero no siempre fue así. Hubo un tiempo más local, el de Piqué junto a otros contemporáneos suyos –como Artur Mas, el actual President–, en el que compartió cargos de responsabilidad durante las primeras legislaturas de Jordi Pujol. De ahí data su íntima y mala relación con los nacionalistas. Piqué no acepta el independentismo creciente que le rodea, pero tampoco cree en la nostálgica visión de “Catalunya en l’Espanya gran” blandida a menudo por Sánchez-Camacho en un intento falaz de encontrar cobijo bajo la sombra de Prat de la Riba.
De una manera más o menos ajustada, Piqué sigue la bitácora de Carlos Ferrer-Salat, el patrón de patrones que empezó en Fomento del Trabajo y acabó presidiendo Unice, la confederación empresarial europea. Aunque apenas coincidieron en el tiempo, Piqué y Ferrer-Salat fueron enormemente concomitantes, sobre todo porque, antes de ser ministro de Aznar, el economista desempeñó su primer tramo de la presidencia en el Cercle. En aquellos momentos, el mundo nacionalista estaba dispuesto a propulsar al financiero Javier de la Rosa a la presidencia del foro de opinión, pero el intento fue abortado por los expresidentes de la entidad, Güell, Coromines, Mas Cantí o el mismo Ferrer-Salat.
Ahí apareció Piqué, un segundo candidato, cooptado gracias a su indiscutible preparación. Los destinos paralelos de Piqué y Ferrer-Salat habían empezado a cruzarse un tiempo antes; se remontan a la reunión Costra Brava del 85, cuando el ex presidente de la CEOE mantuvo un duelo dialéctico con Josep Borrell, a la sazón responsable del Presupuesto, en calidad de secretario de Estado de Economía. Ferrer salió vapuleado frente a la dialéctica de Borrell, pero unos meses más tarde, el Cercle reanudó el debate con los socialistas; esta vez, en la antigua sede de Diagonal y de la mano de Piqué, que recurrió a las fuentes doctrinales del pensamiento liberal para sobrepasar el jacobinismo cerril de Pepe Borrell.
Algunos años más tarde, Borrell resultó vencedor de primarias del PSOE de Madrid, frente al adocenado Joaquín Almunia, hijo de un presidente de la Vascongada de Amigos del País y nieto de José Isaac, fundador del exclusivo barrio de Neguri. El socialismo después de Felipe se alejaba de los foros económicos, que habían edificado su hegemonía en el consenso de las élites.
El destino antes citado quiso ser contumaz el día en que Ferrer-Salat fue sondeado por José María Aznar para desempeñar el liderazgo del PP en el norte de España. El empresario declinó la propuesta con un silencio prolongado, hasta que, en 1996, la baza rechazada por el empresario fue aceptada por el economista. Piqué se subió así a los automóviles charolados de Castellana 2 y dispuso de chófer con librea. Se había convertido en el primer ministro de Industria de Aznar, el Presidente de la Paz, que cerró un pacto efímero con ETA y calificó a la banda terrorista de “ejército vasco de liberación”.
Dicen que el poder convierte a los ciudadanos libres en dóciles hotentotes. Piqué se arrimó a la derecha centrista y quirúrgica (la de la segunda Transición) pero, para llegar a convertirse en jefe de la diplomacia española, tuvo que entregarse después a la mayoría absoluta de Aznar, el hombre que internó en un Lazareto a una de las dos Españas.
Más tarde, ya como ministro de Exteriores, Piqué se alineó incondicionalmente con las posiciones del gobierno estadounidense de George Bush, a diferencia de otros países europeos. También se atrevió a romper el consenso de la ospolitik en Latinoamérica, al apoyar públicamente al presidente de facto de Venezuela, Pedro Carmona, que ocupó el cargo durante dos días tras intentar derrocar a Hugo Chávez, mediante un golpe de Estado.
Entre 2003 y 2007, redimió su culpa en el oasis catalán. Cuando presentó su dimisión irrevocable en el PP, dirigió su enfado hacia el eslabón débil, el secretario general, Ángel Acebes, quien había descartado a los hombres de confianza de Piqué en las generales del 2007. Aquejado de una desmesurada lealtad con sus amigos, el ex ministro no aguantó el alejamiento de su espolique, Francesc Vendrell, ni tampoco que apartaran a Miquel Nadal, un técnico de la administración del Estado con muchos años de servicio.
[Atrás quedaban los mejores momentos de su intento regeneracionista junto a sus amigos, Jordi Dagà, Pau Guardans o Anna Birulés, ex ministra, ex colega en el departamento de Indústria de la Generalitat y ex camarada académica en la cátedra de Teoría Económica liderada por Joan Hortalà.
Con Fernando Conte en la presidencia de Iberia, Piqué proyectó la fusión entre Clickair y Vueling para crear la segunda marca del gran grupo de la aviación española. Soportó estoicamente los embates catalanes contra Iberia y entendió la fusión de la marca de bandera con British Airways, en unos momentos en que el grueso de la sociedad civil catalana se alineaba con el resurgimiento de Spanair y su falsa estrategia junto a Lufthansa.
Ahora, su labor profesional se expande: Ezentis, Pangea XXI, Gaesco, Tradisa, Applus, USP, Seat o Reparalia, entre otras sociedades. Y su capacidad de mediación internacional crece: asesor de los gobiernos de Bulgaria e Indonesia y consejero de la Cámara de Comercio de Uzbekistán.
Su primer año al frente del Cercle, se salda con una Reunión Costa Brava ambiciosa (prevista para el último fin de semana de mayo) pero con una estela casi ágrafa desde el punto de vista de la opinión. Su documento titulado A tiempo de salir del túnel, la hora de la política, reivindicó la praxis con mayúsculas, un genérico que lo abarca todo: desde los indignados del 15M hasta los abanderados del peligro migratorio.