Piolines
En los discursos políticos no se deja nada al azar, cada palabra se mide al milímetro, por lo que cuando Sánchez llama "piolines" a las FCSE está enviando un mensaje
Las palabras importan, sobre ellas se asienta nuestra comprensión de la compleja realidad que nos rodea, aportan contenidos, colores y volúmenes que nos ayudan a ecualizar el mundo, a definir la verdad, a identificar el bien, a comprender la belleza.
Son las palabras las que han construido imperios antes de que estos hubieran ganado su primera batalla y también las que los redujeron a cenizas antes de que sus gobernantes tuvieran conciencia de su propia decadencia.
Son las palabras las que llevaron a los franceses a asaltar La Bastilla, las que construyeron la independencia de los Estados Unidos, las que condujeron a los marinos de Petrogrado a tomar el palacio de invierno de los zares, las que inocularon el odio a millones de alemanes en los años 30 del pasado siglo, las que rompieron el mundo en pedazos en las dos guerras mundiales. Siempre las palabras. Las benditas palabras. Las malditas palabras.
Esta es la razón por la que siempre presto mucha atención a los discursos, a las declaraciones de nuestros políticos, a las comparecencias de nuestros gobernantes, no solo a la forma en la se dirigen a nosotros, sino sobre todo a la paleta semántica que utilizan.
En un discurso público no hay palabras elegidas al azar: cada letra, cada sílaba, cada conjunto de significantes deben funcionar como la maquinaria de un reloj suizo perfectamente engrasado que con la cadencia buscada y la musicalidad precisa vaya hilvanando en nuestro cerebro símbolos, emociones, deseos o ideas; desde la épica hasta la lírica, desde la guerra hasta la paz, desde el cielo hasta las profundidades del averno.
Por esto, cuando seguía ayer en directo – cada uno tiene sus propias parafilias- la sesión de control al gobierno, pegué un salto al escuchar cómo el presidente del Gobierno, henchido de soberbia y engolado como un rey de la casa de los Austrias le decía a la portavoz del Partido Popular: ‘Ustedes mandaban “piolines” a Catalunya’ .
Les aseguro que tuve que parar, rebobinar y pasar de nuevo la escena. No podía dar crédito a lo que acababa de presenciar.
Pero sí, efectivamente, el presidente del Gobierno acababa de llamar “piolines” a los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado que, con su ímprobo trabajo en unas condiciones operativas lamentables, habían sido capaces de detener la asonada golpista con la que el independentismo más extremo buscaba iniciar su proceso de secesión de la señorita pepis.
“Piolines”, porque se habían visto obligados a maldormir en un crucero con una imagen gigante del canario de la Warner dibujada sobre el buque.
“Piolines”, exactamente la misma palabra con la que el nacionalpopulismo independentista trató de ridiculizar a los policías y guardias civiles a los que debemos el mantenimiento del estado de derecho y la pervivencia de nuestra democracia.
Miren, como les decía antes, las palabras importan. Sobre ellas se asienta nuestra comprensión de la compleja realidad que nos rodea, aportan contenidos, colores y volúmenes que nos ayudan a ecualizar el mundo, a definir la verdad, a identificar el bien, a comprender la belleza…
…por eso no creo que la elección del vocablo “Piolines” por parte del presidente del Gobierno sea inocente ni casual, al hacerlo ha elegido bando. En lugar de ponerse al lado de los que ese día salieron a defender nuestras libertades se ha situado en la trinchera de aquellos que trataron de subvertir nuestra democracia construyendo una distopía esencialista, racista y xenófoba.
Y eso, amigos míos, me parece gravísimo.